El ‘Azor’: el símbolo de la dictadura de Franco, fondeado en Cantabria, acabó como reclamo de un motel de carretera

El yate del dictador que Felipe González utilizó en unas polémicas vacaciones estuvo cinco años en el puerto cántabro de Requejada y ahora, reducido a chatarra, se exhibe como obra de arte en Cáceres

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Lázaro González conducía al volante de su coche recién estrenado una tarde de verano de 1992. En la radio escuchó que un empresario de Burgos había comprado el ‘Azor’ y sonrió. Venía de Ferrol y acababa de firmar un cheque por valor de 4.670.124 pesetas (unos 28.000 euros). El nuevo propietario del simbólico barco del dictador era él. Tres décadas después publicó sus memorias, que tituló Por qué compré el yate Azor del Generalísimo Franco. Simplemente, fue un impulso que no consiguió rentabilizar. El barco estuvo fondeado cinco años en Cantabria, en el Puerto de Requejada y en plena ría de San Martín, ante la indiferencia de sus propios vecinos, antes de alcanzar un final más rocambolesco.

La estampa del ‘Azor’, utilizado como barco de recreo durante 26 años, es uno los símbolos de la dictadura. Numerosas fotografías mostraron durante décadas las presuntas hazañas pesqueras del autoproclamado caudillo y algunas escenas familiares con Franco al timón ataviado con chaqueta azul de botones dorados y gorra marinera. En realidad se trataba del segundo Azor. El primero, que el dictador llamaba ‘Azorín’, fue construido en madera de roble y solo se utilizó dos años, entre 1947 y 1949. En él tuvo lugar la célebre reunión entre Juan de Borbón y Franco para tratar el tema sucesorio.

Después, tras considerarse que el dictador necesitaba un barco de mayores dimensiones, se botó el segundo ‘Azor’ construido en Astilleros Bazán, de 40 metros de eslora, 7 de manga y un par de cañones arponeros, que viajaba siempre con otro buque escolta y una tripulación de 30 personas. En él, Franco daba rienda a su pasión por la pesca, sobre todo atunes. En una ocasión se supone que capturó un ejemplar de grandes dimensiones con el que se retrató en la popa. A la prensa se le dijo que se trataba de una ballena de 20 toneladas, pero al recibir la fotografía algún periódico lo rebajó a la categoría de cachalote. El Ministerio de Información reconvino inmediatamente la imprudencia periodística aunque, al parecer, para aliviar el ridículo se acordó un término más neutro: cetáceo.

Felipe González: vacaciones en el ‘Azor’

Tras la muerte del dictador, el ‘Azor’ participó en algunas labores de vigilancia y control para la Marina de Guerra. Salvo cuando en 1984 el rey Juan Carlos I pasó revista a las tropas desde su cubierta, había pasado a tener una existencia anónima, hasta que el entonces presidente del Gobierno, Felipe González, tuvo la ocurrencia de utilizarlo durante unas vacaciones privadas, en el verano de 1985, para hacer un crucero entre Lisboa y Rota con su familia y algunos amigos. Esta decisión provocó un escándalo. El líder del PSOE se justificó argumentando que formaba parte del patrimonio del Estado y que, por tanto, pertenecía a todos los ciudadanos. Sin embargo, nunca más volvió a navegar en él.

El Gobierno socialista decidió sacar a subasta el ‘Azor’ con la condición de que se convirtiese en chatarra. Querían impedir que siguiera a flote como reclamo comercial o reivindicación nostálgica del régimen franquista

Pero resultó que un funcionario del Instituto Nacional de Empleo (Inem) destinado en Burgos le tomó la palabra y registró una instancia al presidente solicitando el uso personal del yate para sus vacaciones. El empleado público no recibió contestación escrita, pero al poco tiempo de hacerse pública su petición recibió la orden de cambiar de destino laboral y fue trasladado a Barcelona. Llevó el asunto a los tribunales y fallaron a su favor anulando el traslado.

Siete años después, olvidado el incidente, la Armada decidió sacar a subasta el ‘Azor’ con la condición de que se convirtiese en chatarra. Querían impedir que siguiera a flote como reclamo comercial o reivindicación nostálgica del régimen franquista. La primera subasta que se organizó en Ferrol, donde descansaba el barco, quedó desierta.


Imagen del ‘Azor’ antes de ser desguazado.

Fue entonces cuando Lázaro González se enteró por Mariano del Barco, su antiguo socio, y como tenía experiencia en pujas, en un arrebato, sin pensárselo dos veces, cogió el coche y se presentó a la segunda subasta. Fue el único que hizo una oferta y se lo llevó por el precio mínimo: el equivalente a unos 28.000 euros. En el camino de regreso a su casa en Burgos ya empezó a caer en la cuenta de que no sabía qué iba a hacer con él.

Cinco años fondeado en Requejada

Lázaro González se dedicaba a la hostelería, pero había sido torero, legionario, camarero, ganadero, organizador de conciertos y empresario de puertas blindadas, entre otras ocupaciones. El ‘Azor’, en manos ya de su nuevo propietario, navegó desde Ferrol al puerto de Requejada, en la desembocadura de la Ría de San Martín, en Cantabria. Llegó el 8 de agosto de 1992 y allí estuvo fondeado durante cinco años, en ese pequeño puerto fluvial gestionado por una empresa privada propiedad de la familia Cabrero, cuyo fundador había sido el alcalde franquista del municipio durante 25 años.

Su ilusión era hacer un pub flotante con aires de centro de interpretación del franquismo. Una extravagante ocurrencia que, según se publicó, suscitó el interés de personajes de la época como Jesús Gil y Alfonso de Hohenlohe

Su primer impulso fue convertir al ‘Azor’ en una discoteca flotante en el puerto de Laredo, pero las condiciones de la subasta eran rígidas: el barco tenía que desguazarse y fracasó en sus reiterados intentos de anular esa cláusula. Su ilusión era hacer un pub flotante con aires de centro de interpretación del franquismo. Una extravagante ocurrencia que, según se publicó, suscitó el interés de personajes de la época como Jesús Gil y Alfonso de Hohenlohe, que no acabó de sustanciarse ante la imposibilidad de utilizarlo como barco discoteca. Después intentó organizar visitas para el público, a 300 pesetas la entrada. Pero el ‘Azor’ no parecía generar tanto interés como para pagar por pisar su cubierta. A los curiosos que se acercaban al puerto les bastaba con echar una ojeada al exterior.


MUSEO DE ARTE CONTEMPORÁNEO HELGA DE ALVEAR

Cualquiera pudiera presumir que el yate de un dictador fuese un barco de lujo con suntuosas estancias y apliques de oro. Nada más lejos de la realidad. La austeridad del interior del barco resultaba decepcionante, sobre todo por el evidente saqueo de mobiliario, sanitarios y hasta la mesa de la sala de reuniones de cubierta inmortalizada en tantas escenas gráficas. Había mamparas rotas y una ausencia absoluta de decoración. Pero en los azulejos de los baños y en los camarotes de Franco y su mujer –que dormían separados– no se apreciaban rastros de un pasado esplendoroso. Al contrario, más allá de algunos techos y paneles de madera, el ‘Azor’ destilaba austeridad. A las pocas semanas de estar en Cantabria ya le faltaba hasta el timón. Lo único que permanecía en perfecto estado fue el motor.

Traslado a Burgos

La expectación inicial se fue apagando con el paso del tiempo y sobre el ‘Azor’ cayó un velo de indiferencia y olvido. El propio barco se fue tiñendo de herrumbre y soledad.

Siete años después, Lázaro González tomó una decisión y el ‘Azor’, cortado en tres partes, inició un viaje tierra adentro hasta Burgos. Un transporte especial de 40 ruedas llevó el puente de mando y la proa del yate hasta un asador de corderos y morcillas de su propiedad.

Allí, entre el aroma de la parrilla, quedó instalado como un marchito trofeo histórico en un descampado en el pueblo de Cogollos. Al lado de un asador, junto al cartel de un motel de carretera bautizado con su nombre en el kilómetro 222 de la A-1. Más tarde, el hotel-restaurante cambió de dueño y el nuevo propietario lo transformó en una sala de fiestas. El ‘Azor’ se llenó de pintadas contra Franco, algunos incluso descargaban su rabia contra el dictador dejando allí sus excrementos.

Su reconversión en arte

El símbolo de la dictadura de Franco, considerablemente deteriorado, parecía tener escrito el final de sus días cuando repentinamente cambió su suerte. En 2011 alguien lo rescató de la estampa de motel y lechazo. El artista Fernando Sánchez Castillo lo transformó en obra de arte. Compró el ‘Azor’ –no desveló por cuánto dinero– y lo convirtió en material prensado con forma de cubos que expuso en el Matadero de Madrid. Una muestra del ‘Azor’ deconstruido que el artista –que ha expuesto en la Tate Modern de Londres o el MoMA de Nueva York– bautizó con ironía ‘Azor. Síndrome de Guernica’.


Estado actual del ‘Azor’ tras ser desguazado y convertido en obra de arte.

Solo se salvaron de ser prensados el mástil, un trozo de la placa con el nombre del ‘Azor’ y algunos bancos de los camarotes. Al achatarrar las 400 toneladas de aluminio del barco se halló, oculta en una viga, la cartilla militar de un soldado de Pontevedra: Manuel Alvariño González, fechada en 1980.

El viaje vital del barco de Franco suma algunas estaciones más. El artista ha expuesto su obra ‘Azor. Síndrome de Guernica’ en un generoso itinerario por Austria, Japón, Alemania, Lituania, Países Bajos, Francia y Rusia, hasta que la muestra llegó a Cáceres para formar parte de una exposición temporal y la galerista Helga de Alvear compró la obra para adornar el muro exterior de su museo de arte contemporáneo. De momento, ahí descansan los restos del yate de la dictadura reconvertidos en una especie de chatarra con denominación de origen.