Cuando se habla de un cambio de época en Estados Unidos, todo el mundo evoca a John Ford y su obra maestra, . A propósito de ella, el periodista David Gistau le dijo a José Lui Garci, en unos de sus añorados programas de cine, que representaba como ninguna otra obra de ficción la famosa frase atribuida a Gramsci que habla de los monstruos que nacen cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer. Western crepuscular, quizá el último western clásico, contiene todos los códigos para desentrañar el origen de un país que siempre se debate entre el ejercicio puro de la fuerza y el poder civilizatorio de la democracia: el mito de la frontera, el Oeste, las leyes fundacionales que convierten a meros supervivientes en ciudadanos, la libertad de prensa, la inmigración, la cultura, el tren como vehículo de progreso, las cocinas y los porches como espacios donde sucede la vida, el sacrificio individual en favor del bien común, la desolación de perder el lugar de pertenencia. John Wayne como héroe individualista y trágico con el revólver al cinto y James Stewart encarnando la democracia provisto solo de un libro de leyes eran las dos caras de lo que significaba América en una película que advierte de los peligros de sustentar una vida, o una nación, sobre una mentira.