No hay fiesta popular que se precie en provincias como Guadalajara, Cuenca o Segovia donde esta flauta de sonido estridente no acompañe la celebración
Botargas de Guadalajara: retrato de las distintas caras de una tradición cuyo origen aún se desconoce
Muchos quizá no identifiquen el instrumento si les preguntas por él, pero la gran mayoría de las personas que hayan acudido a fiestas populares en el centro peninsular han escuchado el peculiar sonido de la dulzaina. “Es un instrumento festivo, de calle”, señala Antonio Trijueque, profesor de dulzaina en la Escuela Provincial de Folklore de Guadalajara, un centro que acaba de cumplir 40 años de vida.
“Es como una flauta con un sonido más estridente y su espacio natural es acompañar a dianas y pasacalles. Tiene mucho arraigo a tradiciones atávicas de la provincia. Especialmente singular es su acompañamiento en todas las botargas, muchos santos de invierno y numerosas Fiestas de Interés Turístico de la provincia o de origen muy antiguo como la Caballada de Atienza o las Candelas de El Casar”, explica por su parte Ricardo Villar, dulzainero y alumno de la escuela.
Su origen lo enmarcan algunos estudios, señala Villar, en la cultura árabe, si bien el instrumento tal y como lo conocemos hoy se sitúa en el siglo XIX. “Hay datos recogidos de esa fecha en diferentes pueblos de toda la geografía de la provincia: Ruguilla, Carrascosa de Tajo, Piqueras, Bañuelos, Tortuera, Esplegares o Alcocer entre otros”, afirma Trijueque, quien señala que ya entonces “era el instrumento de hacer la fiesta, con unas características sonoras que facilitaba hacer esa función. En la mayor parte de la provincia lo que se utilizaban eran dulzainas rústicas”.
Botarga de Yélamos de Abajo.
Las dulzainas más rústicas no tenían llaves en los siete agujeros del instrumento. Eran muy simples y se las confeccionaban los propios intérpretes. La lengüeta se hacía de materiales vegetales, de raíz de carrizo o de caña, incluso de asta de toro. “Ese es el valor de la música tradicional, no es solo tocar, es un valor cultural e histórico. Había muchos músicos que no tenían conocimientos como tales, pero sí la sensibilidad para hacer música”, explica este experto en dulzaina.
El salto más cualitativo para el instrumento se produjo en el comienzo siglo XX cuando un artesano de Valladolid, Ángel Velasco, le introdujo llaves al instrumento para ganar en variedad cromática. “Digamos que evolucionó desde algo más similar a la flauta a algo más parecido al clarinete”, señala Ricardo Villar.
La tradición de la dulzaina está especialmente arraigada en Segovia y Valladolid, pero con presencia en general en las dos Castillas y en Madrid. “En Guadalajara y Cuenca hay varios grupos, también se toca en Albacete, donde se llama ‘pita’ y de forma más residual en Toledo”, apunta Villar, quien insiste que este instrumento también está en otros puntos de España como Valencia, Catalunya, Euskadi, La Rioja o Galicia “pero allí se habla de gaita, no se denomina dulzaina”.
Casi desaparecida en los años 80 en Guadalajara
A principio del siglo XX comienza a darse un fenómeno en la provincia y que pasó por sustituir la dulzaina. “Es un instrumento muy duro de tocar. No por la dificultad en su aprendizaje, sino por el esfuerzo físico en la embocadura, para soplar. Por eso se fue cambiando en las fiestas por los clarinetes requintos. Se hablaba de los llamados gaiteros en funciones: un músico acompañado de tambor hacía toda la música de la fiesta”, explica Antonio Trijueque, quien señala que entonces, a diferencia de lo que ocurre en la actualidad en la que van entre cuatro y cinco dulzaineros tocando a la par, en aquel momento era solo uno el que iba de pueblo en pueblo.
Uno de estos músicos del que se conservan muchas melodías, fue Timoteo Hermosilla, de la población de Tortuera (Guadalajara). Allá por 1920 lo compaginaba tocando además en una banda de más de 25 músicos.
“La forma de transmisión de la música era oral y llegamos a un punto en el que quedaban canciones, pero muchas veces no tenemos informantes directos, sino indirectos”, comenta Trijueque. Y es que, según apunta, a mediados del siglo XX no había intérpretes vivos de dulzaina en la provincia. Sin embargo, el instrumento se mantuvo presente en las fiestas. Entonces se recurría a contratar a intérpretes de fuera. Desde Noviales (Soria) solían llegar Los Marcotes para tocar en las poblaciones de Albendiego, Cantalojas o Jadraque, entre otros municipios de Guadalajara.
No fue hasta los años 80 cuando José María Canfrán y Carlos Blasco, de forma autodidacta, se lanzaron a recuperar el sonido de este peculiar instrumento. De hecho, hoy existe en Sigüenza un Certamen de Dulzaina que lleva el nombre de José María Canfrán y que ha cumplido ya 36 ediciones. Es todo un referente a nivel nacional. “En esa época se dedicaron a ir por los pueblos para recopilar melodías”, señala Trijueque.
Danzantes de Galve de Sorbe
A partir de ahí, y muy especialmente en los años 90, con la creación de un aula que luego formaría parte de la Escuela Provincial de Folklore y que incluye la enseñanza de este instrumento, la dulzaina comenzó a tomar impulso y se crearon grupos con este tipo de músicos. “Ahora estamos intentando que haya relevo generacional, atrayendo gente joven y eso se ve en que cada vez hay más grupos de dulzaina tocando en fiestas tradicionales. Ahora mismo en este mundo tan globalizado, el verdadero reto está en mantener esa herencia de tradición e integrarlo en la sociedad actual y que se sepa valorar”.
Actualmente, cerca de medio centenar de alumnos estudian la dulzaina, repartidos principalmente en las tres aulas de la Escuela Provincial de Folklore de la Diputación Provincial en la capital, Molina de Aragón y Sigüenza, junto a los que aprenden el instrumento en la Escuela Municipal de La Cotilla en Guadalajara. Muchos de ellos forman parte de las cerca de ocho formaciones existentes en la provincia. “En Guadalajara hay un arco geográfico muy asociado a la dulzaina, que no significa que en otros puntos no la toquen, pero digamos que es un eje imaginario que iría desde la zona de Cantalojas, Galve de Sorbe, Tamajón, Sigüenza, toda la Sierra del Ducado hasta el Señorío de Molina de Aragón. Al sur de la Alcarria no se ha logrado asentar, aunque se toque, pero no con muchas fiestas vinculadas al instrumento”, apunta Ricardo Villar.
La presencia en Cuenca y la necesidad de relevo generacional
En el caso de Cuenca, donde hay cuatro grupos de dulzaineros, nunca se cortó ese hilo de intérpretes y tiene una gran presencia en numerosas fiestas de paloteo que se dan en la provincia, tal y como señala a este periódico Javier Vacas, de Dulzaineros de Cuenca.
Sin embargo, a diferencia de Guadalajara, esta provincia no dispone de una escuela para enseñar a tocar la dulzaina. “El grupo Voces y Esparto tuvo hace años escuela y ha luchado mucho para la puesta en marcha de una escuela municipal. Este año ya había 26 alumnos apuntados y tenían también al docente, pero finalmente no salió adelante. La buena noticia es que recientemente el Consistorio ha confirmado que finalmente se pondrá en marcha este año”, explica Vacas, que destaca el interés de los dulzaineros actuales por aprender de forma autodidacta o a través de intérpretes con experiencia.
Diablos de Luzón. 2024. Dulzaineros de La Pinocha
Volviendo a Guadalajara, Ricardo Villar considera que el instrumento no pasa por un mal momento, pero tampoco vive su periodo más dulce en la provincia en esta provincia. “Eso fue tiempo atrás, cuando yo empecé en 2004. Entonces había más de 20 alumnos estudiando en el aula de la Escuela de Folklore. Ahora hay varios grupos con componentes entre los 35 y 45 años y si atendemos a lo que es el relevo generacional, pues tiene continuidad, pero la realidad es que entre los menores de 35 años no hay ninguno en activo ni en formación”. Y no será por facilidades, lamenta. Y es que en la Escuela Provincial de Folklore prestan hasta el instrumento. Una dulzaina diatónica sin llaves o si se prefiere se puede adquirir una a alguno de los cuatro o cinco luthieres existentes y que se encuentran repartidos por Valladolid, Segovia y Ávila.
Tanto Antonio Trijueque como Ricardo Villar señalan a un referente y maestro entre todos ellos: Lorenzo Sancho, un luthier de Carbonero el Mayor (Segovia) de cuyas manos han salido el 90% de las dulzainas de la provincia de Guadalajara.
Escuela de Folklore de Guadalajara
Lo que sí reconoce Trijueque es que quienes se acercan a aprenderlo lo hacen “con convencimiento e interés”, y eso que es un instrumento que requiere mucho ensayo y que eso es complejo debido a su estridente sonido. Este docente y amante incondicional de la dulzaina no pierde la esperanza y además de enseñar a tocarla realiza una labor de documentación y recogida de las melodías en partituras, además de componer alguna que otra nueva. Algo que ha plasmado en varios libros. El último está a punto de ser publicado.