El pueblo de Casalarreina, en el epicentro turístico riojano, rescata el edificio semiarruinado (siglo XII) del capital americano que lo había adquirido, restaura cimientos y cubiertas, y lo incorpora al patrimonio local como tarjeta de visita
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En el municipio riojano de Casalarreina, a medio camino entre Haro y Santo Domingo de la Calzada, se hablaba, generación tras generación, de la ermita románica que se consumía a medio kilómetro del centro urbano. Pero nadie de los presentes llegó a verla en vida, en uso y con culto religioso. Simplemente, se trataba de un pequeño templo que recortaba en el cielo su poderosa espadaña, en medio de un inmenso campo donde se cultivaban patatas, cereales o colza. Lo que sí recuerdan los mayores es el cambio introducido por la mecanización en los años setenta: los tractores venían a cumplir el anhelo del agricultor de extender el arado hasta el último centímetro cuadrado practicable, de manera que la ermita acabaría completamente acosada por la plantación. A lo largo del siglo XX, había desempeñado ya las más diversas funciones (indignas todas ellas de una construcción medieval de estas características): de almacén de aperos de labranza a establo para el ganado.