La Falange da la bienvenida en Los Corrales de Buelna desde hace más de cinco décadas

La casa abandonada en cuya fachada luce el emblema falangista es propiedad de 250 herederos de afiliados del partido, lo que complica su demolición o la decisión de borrar los símbolos de la dictadura

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El viajero que llega en tren a Los Corrales de Buelna tiene la sensación de haber viajado no solo en la distancia, sino también en el tiempo. Al entrar en la estación, la primera imagen que asoma del pueblo a través de la ventanilla es un letrero enorme de la Falange pintado en la fachada de una casa pegada a las vías. El negro y el rojo resaltan sobre una pared blanca en la que, a tamaño poco discreto, se lee ‘F.E. de las J.O.N.S’ junto al escudo del yugo y las flechas tan representativo de la dictadura de Franco. De hecho, sorprende que la inscripción no está desgastada por los años y que conserve un notable vigor cromático.

Lo cierto es que no se trata de una reliquia de memoria histórica propiamente dicha, es más reciente de lo que parece por su simbolismo, ya que se pintó en los años ochenta cuando España ya había entrado en la democracia. Quedó tan arraigada que aún perdura como un extemporáneo cartel de bienvenida en la estación del ferrocarril que comunica Santander con Madrid.

Los vecinos del pueblo están acostumbrados a convivir con naturalidad con la casa de la Falange, el partido único nacionalsindicalista del franquismo, que desarrolló una intensa y longeva vitalidad en este rincón de Cantabria. De hecho, en las elecciones municipales de 1983 el partido consiguió dos concejales, con la denominación propia de Unión Falangista Montañesa, antes de fusionarse con Falange Española de las JONS en 1984.

La propiedad de la sede, esa casa que asoma como un fantasma del pasado desde la ventanilla del tren, se repartió colectivamente entre más de un centenar de afiliados y simpatizantes, lo que complica cualquier decisión sobre la misma. Pero lejos, al menos, de borrar la leyenda de su fachada, parece que alguien se ha tomado la molestia de que continúe en buen estado.


Casa de la Falange de Los Corrales de Buelna.

De hecho, la casa conserva su apariencia robusta y tampoco parece estar en peores condiciones que la inscripción rojinegra aunque un informe del Ayuntamiento de Los Corrales del año 2020 ya advertía de que necesitaba algunas reparaciones. Pese a ello, los concejales de Izquierda Unida periódicamente solicitan sin éxito que se derribe o al menos se que se borre el emblema. A los sucesivos gobiernos municipales no les ha preocupado mantener la inscripción.

Los concejales de Izquierda Unida periódicamente solicitan sin éxito que se derribe o al menos se que se borre el emblema. A los sucesivos gobiernos municipales no les ha preocupado mantener la inscripción

En todo caso, cualquier decisión sobre el futuro de la casa de la Falange, ubicada al otro lado de la vía, implica localizar a sus múltiples propietarios. De hecho, una funcionaria municipal ha tenido la paciencia de ir averiguando los contactos de los herederos que suman unos 250, con la idea que cedan su propiedad al Ayuntamiento. Aunque, por el momento, desde el Consistorio no hay una oferta en firme.

El inmueble tuvo un origen muy diferente. Antes de convertirse en sede de Falange fue durante cinco décadas la Sociedad Casino de Buelna, un centro de reunión inaugurado en la primavera de 1920 que promovió el industrial José María Quijano, propietario de varias fábricas en la zona. Fue así hasta que en 1971 se trasladó a una casona del siglo XVIII propiedad de su familia en la plaza de la Rasilla y la antigua ubicación pasó a ser la casa sindical de la localidad.

Crowdfunding entre afiliados

La Falange ocupaba el local donde ahora está ubicado el sindicato UGT de la comarca, pero, cuando el Casino se trasladó, los líderes locales del partido posaron sus ojos en esta casa. Primero la ocuparon como inquilinos y en 1979, tras negociar con su propietario, aceptó vendérselo, pero surgió el problema de cómo conseguir el dinero para formalizar la adquisición. Al parecer, se solventó organizando una compra colectiva, lo que hoy se conocería como crowdfunding, de tal forma que 128 afiliados a Falange contribuyeron económicamente para hacerse con la casa.

Según los periódicos de la época, la casa costó 3,5 millones de pesetas. Así las acciones se dividieron entre varias familias, algunas de ellas con más de dos participaciones, que pagaron por cada una 8.750 pesetas. La denominada Junta Promotora anunció la opción de comprar en el boletín informativo de Falange. La respuesta fue tan inmediata que en solo 15 días se recaudó la mitad del dinero necesario. De momento, se adquirió esa parte y el resto se financió a cinco años. Los estatutos de la comunidad de propietarios redactados para gestionar la operación no permitían acumular más de cinco participaciones.

Una compra en democracia

Lo más curioso es que esta operación de la compra de la sede por parte de Falange se produce en el año 1979, es decir, cuando ya había llegado la democracia. Entonces se pintó el letrero identificativo en la fachada que da a las vías del tren y que sustituyó al anterior, de forja, que quedó fuera de uso porque se había deteriorado.

Años más tarde, en junio de 2003, instalaron unas verjas en las ventanas inferiores cuando unos desconocidos rompieron un cristal y arrojaron un manojo de papeles ardiendo al interior. Provocaron un incendio que causó severos daños materiales. A través de esas rejas aún se puede ver el escenario vacío de lo que fue el bar, como centro de reunión donde se jugaban partidas de cartas o de dominó y a las tragaperras.

La sede falangista acogió, en su salón de 180 metros cuadrados, celebraciones anuales como el entonces tradicional homenaje a la mujer falangista, charlas, concursos de poesía algunas otras actividades e iniciativas. Tenía además biblioteca, una salita con despacho, almacén y vivienda.

Era un lugar de encuentro para las familias falangistas y los simpatizantes de un pueblo donde Falange tuvo un notable arraigo hasta 1995, cuando se eligió al último concejal que defendió esas siglas. Aunque allí entraba todo el mundo al bar con absoluta normalidad y se tomaba un vino o un café ante la fotografía de José Antonio Primo de Rivera y la bandera de la Falange que ambientaban el local. Con la misma naturalidad que todavía, hoy en día, el emblema falangista recibe a los viajeros en la estación de tren.