El búnker que los vecinos construyeron con sus manos en la Guerra Civil: la sorpresa oculta 80 años y destapada por unas obras

La población de Marratxí comenzó a edificar túneles y refugios por sí misma a finales del 1937 ante la falta de recursos gubernamentales. Tras el conflicto bélico se convirtió en lugar de escondite para los niños del pueblo. “Para la memoria colectiva municipal, lo que vivieron y conocían nuestros abuelos se ha convertido en una sorpresa”, comenta un historiador

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Corría un rumor entre los niños que jugaban hace unos años en la plaza de la iglesia de es Pont d’Inca, en el municipio mallorquín de Marratxí: bajo sus pies, con los que daban saltos y corrían e iban y venían desde el parque hasta la cancha de baloncesto y al revés, había un escondite de la Guerra Civil. Décadas antes, justo de terminar la contienda entre franquistas y republicanos, otros niños ya jugaban en el subsuelo. 

“No me acuerdo mucho porque debía de tener tres años, pero los que eran un poco más mayores iban a jugar a la plaza y había un agujero por el que se colaban”, cuenta Paquita Serra, de 89 años. Era, de hecho, un lugar perfecto para jugar al escondite. Los niños se metían por la entrada cercana a la plaza de la Iglesia San Alfonso Rodríguez y se deslizaban por los angostos pasadizos de la galería que discurrían hasta otra salida ubicada en una esquina de la calle Ramon Llull.

Paquita, que vivía con sus padres y sus dos hermanas mayores en la calle Obispo Campins, recuerda de la misma época que en una esquina junto a la plaza, una amiga de su familia tenía una pequeña tienda en la que vendía, de estraperlo, sopa y otros productos básicos. “Los niños (para nosotros era un juego) íbamos corriendo cuando venía la policía del régimen para recoger las senalles con la sopa y las volvíamos a meter a la tienda por la entrada que tenía en otra calle”, relata la pondinquera. La dueña de la tiendecita también les dejaba sellar las cartillas de racionamiento que se encargaban de gestionar cuando vendían comida a los vecinos de es Pont d’Inca.


Obras en la plaza de la iglesia de es Pont d’Inca (Mallorca), bajo cuya superficie ha sido hallado el refugio aéreo

Hay historias que solo se trasladan en las vertientes familiares. En privado. O por lo menos eso parece. Las obras de remodelación de la plaza de es Pont d’Inca han revelado ahora el escondrijo, parte del juego de los niños y niñas de la Guerra Civil y de la mística de sus nietos a finales de los 90 y principios de los 2000. También, ahora, para la sorpresa de operarios y técnicos municipales del Ayuntamiento.

El hallazgo se produjo durante el proyecto de reforma del entorno de la iglesia, que arrancó a principios de este año con un presupuesto de 728.802 euros y un plazo estimado de realización de un semestre. Las grúas de la constructora mallorquina Amer e hijos, encargados de las obras, excavaban en el terreno y destaparon así su pasado. Ahora, tras el descubrimiento, el plazo de remodelación podría verse afectado. “Lo que hay que hacer, por el momento, es averiguar de qué se trata exactamente, si es un refugio, si es un túnel…”, explica a elDiario.es una portavoz del Ayuntamiento de Marratxí. Algo que esperan gestionar a lo largo de las próximas semanas. 

De un refugio seguro a un espacio peligroso

Los pondinquers, sin embargo, no necesitan un estudio de historiadores y arqueólogos para ‘certificar’ que se trata de un refugio antiaéreo que data de los primeros años de la Guerra Civil. Todos conocen de sobra la historia de sus calles, aunque no hayan vivido en sus propias pieles los bombardeos que sí vivieron sus familiares, casi todos ellos ya fallecidos.


Uno de los accesos al antiguo refugio antiaéreo

El lugar que proporcionaba entonces seguridad y refugio a sus antepasados supone ahora todo lo contrario: un auténtico peligro. Para poder entrar hace falta seguir un protocolo riguroso y unas estrictas medidas de seguridad establecidas por la Unidad de Subsuelo y Protección Ambiental de la Policía Nacional en Balears. La falta de óxido y la posibilidad de que haya en el interior monóxido de carbono después de casi ochenta años tapiado es uno de los principales riesgos. 

El historiador local Martín Rotger explica que, una vez acabada la guerra, las entradas a los refugios antiaéreos de Marratxí se taparon completamente. Entre ellos, el hallado ahora en es Pont d’Inca. De esto también tiene un ligero recuerdo Paquita, que relata: “Jugábamos cuando terminó la Guerra, hasta que cerraron las entradas para que no entrara la gente dentro”.

El peligro de la aviación como arma de guerra

Tomeu Fiol, que estudia desde hace décadas los refugios antiaéreos de Mallorca, asegura que los túneles también se tapiaron porque los vecinos empezaron a acumular escombros y suciedad en el interior. Fiol, que ha publicado dos libros sobre la materia, Els refugis antiaeris de Palma i la defensa passiva de Mallorca durant la Guerra Civil.1936-1939 (2019, Lleonard Muntaner) y Atles dels refugis antiaeris de Palma (Ajuntament de Palma), cuenta que un poco antes de la contienda ya se había percibido el “peligro de la aviación como arma de guerra”.

“Incluso después de la Primera Guerra Mundial, las diferentes ciudades europeas ya detectaron la importancia de la defensa pasiva -las medidas preventivas- para salvaguardar a sus poblaciones”, apostilla. Pero la Guerra Civil les pilló desprevenidos. En el año 35, había Comités de Defensa Pasiva en Palma y otras ciudades de más de 8.000 habitantes. No era el caso de Marratxí, que contaba en ese momento con una población de 4.641 personas, según un listado de la Defensa Pasiva. 

“Incluso después de la Primera Guerra Mundial, las diferentes ciudades europeas ya detectaron la importancia de la defensa pasiva -las medidas preventivas- para salvaguardar a sus poblaciones”, señala el historiador Tomeu Fiol. Pero la Guerra Civil les pilló desprevenidos. En el año 35, había Comités de Defensa Pasiva en Palma y otras ciudades de más de 8.000 habitantes. No era el caso de Marratxí, que contaba en ese momento con una población de 4.641 personas

Al estallar la guerra con el alzamiento militar del 17 de julio de 1936, en noviembre no había nada preparado. Empezaron a estallar los primeros bombardeos y a cobrarse, el conflicto bélico, sus primeras víctimas. Deprisa, se ordenó crear Comités de Defensa Pasiva en todas las poblaciones. “Uno de los puntos más importantes de este tipo de defensa eran los refugios antiaéreos y se empezó a valorar qué espacios previos había: cellers, subterráneos, alguna cueva, túneles… que se pudieran reutilizar como refugios”, continúa Fiol. 

Pero la dudosa seguridad de estas zonas hizo que muchos se empezaran a construir desde cero. Se encontraron, no obstante, con dos problemas principales: que había que construir rápido y que había falta de dinero. El Estado comenzó a poner tasas a la ciudadanía para erigir los refugios antiaéreos, pero no fue hasta el bombardeo republicano del 31 de mayo de 1937 sobre el barrio de Sa Gerreria de Palma, que causó 14 muertos y 21 heridos, cuando se empezaron a destinar recursos importantes de verdad. En concreto, en el Pont d’Inca, el inicio de las obras del refugio se comunicó el 13 de julio del mismo año.


El acceso al búnker descubierto durante las obras municipales, tapiado mientras se investiga sobre el hallazgo

La desigualdad entre Palma y Marratxí

Palma acaparó, sin embargo, la mayoría de estos recursos para defensa pasiva. De hecho, Fiol calcula que había alrededor de un centenar de refugios públicos en la capital mallorquina y cerca de seiscientos de carácter privado, como ha especificado el autor mallorquín a elDiario.es. “Luego había otros núcleos poblacionales de Mallorca que por ciertas características también se convertían en zonas de bastante riesgo, y yo diría que la segunda, después de Palma, era Marratxí”, sostiene el autor.

Además de la proximidad con la capital, el municipio (de hecho, el propio Pont d’Inca) ya albergaba el aeropuerto de Son Bonet, que durante toda la Guerra Civil fue una base militar cuya función era albergar los bombarderos de la Aviación Legionaria. De hecho era, junto al aeropuerto de Son Sant Joan, el principal aeródromo desde el que se bombardeaba zona republicana en la Península.

Otro factor de riesgo era que contaba con línea de ferrocarril, igual que Inca o Manacor. “Hubo muchos problemas en Marratxí porque consideraban que estaban igual de expuestos que en Palma y en cambio, no se invertían ni la mitad de recursos económicos”, continúa Fiol.


Otra de las imágenes del acceso al refugio antiaéreo

Esto les condujo a empezar a erigir, a la desesperada, sus propios refugios antiaéreos, para lo que se estableció la Prestación Personal Obligatoria, que obligaba a los miembros de entre 18 y 60 años de cada familia a dedicarle unas horas semanales a la construcción de túneles. Aun así, el Comité de Defensa municipal de Marratxí seguía insistiendo a la Jefatura de la Defensa Pasiva Antiaérea de Balears (de carácter militar) para recibir más dinero, algo que aparentemente no se llegó a conseguir.  

Marratxí comenzó a erigir, a la desesperada, sus propios refugios antiaéreos, para lo que se estableció la Prestación Personal Obligatoria, que obligaba a los miembros de entre 18 y 60 años de cada familia a dedicarle unas horas semanales a la construcción de túneles

Más adelante, se solicitó a la población que había quedado exenta de esta prestación obligatoria, mucha con gran poder adquisitivo, colaboración voluntaria. Se edificaron así refugios en las plazas de la iglesia del Pont d’inca; del Pla de na Tesa (hoy en día muy bien conservado y abierto a visitas) y el de Pòrtol, en peor estado de conservación. También se obligó a construir refugios privados para proteger a los alumnos en los colegios de Santa Teresa del Pont d’inca o de las Hermanas Agustinas del Pla de na Tesa y en las fábricas para proteger a los trabajadores.

“Los refugios tenían que ser subterráneos y cuanto más estrechos mejor para que, si caía una bomba justo encima, no se hundiese. Esto se conseguía asegurándose de que en la salida hasta el exterior hubiese seis, siete o incluso ocho metros de tierra”, detalla Fiol. Otro de los requisitos es que tenían que contar mínimo con dos entradas para que, de haber un bombardeo, la gente no quedase atrapada en el interior. También era importante que la construcción de estos accesos tuviera forma de zigzag para que la metralla no penetrara al interior.

Los refugios tenían que ser subterráneos y cuanto más estrechos mejor para que, si caía una bomba justo encima, no se hundiese. Esto se conseguía asegurándose de que en la salida hasta el exterior hubiese seis, siete o incluso ocho metros de tierra

Tomeu Fiol
Historiador

El deterioro de la memoria colectiva

La seguridad provenía, sobre todo, de la profundidad del túnel que se hubiera excavado. Muchos refugios luego, especialmente los privados en el que se habían podido invertir más recursos, se revistieron con una capa de arenisca –marès– para que el espacio fuera más acogedor.

Una vez terminada la guerra, ante los actos incívicos que se estaban cometiendo en los refugios (sobre todo durante la contienda), se decidió tapar todas las entradas con la mirada puesta en el estallido de la Segunda Guerra Mundial. “Una vez se comprobó que ya había pasado el peligro se sellaron los accesos. Van pasando los años y cada vez queda menos gente que tiene conocimiento de los refugios. Los primeros que lo han olvidado son los ayuntamientos”, critica Fiol, que añade: “Para la memoria colectiva municipal, lo que vivieron y conocían nuestros abuelos se ha convertido en una sorpresa”. 

Una vez se comprobó que ya había pasado el peligro se sellaron los accesos. Van pasando los años y cada vez queda menos gente que tiene conocimiento de los refugios. Los primeros que lo han olvidado son los ayuntamientos. Para la memoria colectiva municipal, lo que vivieron y conocían nuestros abuelos se ha convertido en una sorpresa

Tomeu Fiol
Historiador

La remodelación del entorno de la Iglesia donde se han hallado los restos históricos tiene como objetivo transformar la plaza, punto neurálgico de reunión de los vecinos, en un lugar más “accesible, seguro y funcional”, como informó el Consistorio de Marratxí durante la presentación del proyecto. 

Los técnicos municipales que bajaron a hacer la primera inspección todavía no han podido documentar el túnel por la peligrosidad que supone ahora mismo descender a sus tripas. El Ayuntamiento ya ha puesto en conocimiento de Patrimonio del Consell de Mallorca el descubrimiento y ha recibido la primera pauta por parte de esta área, que es hacer un proceso de catalogación y documentación de este patrimonio subterráneo.

Los trabajos de remodelación se han detenido en el lugar donde se han detectado los restos arqueológicos. De confirmarse finalmente que se trata, en efecto, de un refugio antiaéreo, sería el tercero encontrado en Marratxí, después del de Pòrtol y el de Pla de Na Tesa. 

El grupo municipal PSIB-PSOE no ha tardado en instar al Ayuntamiento de es Pont d’Inca a certificar que se trata de un refugio antiaéreo y a habilitar su protección. Por su parte, la Associació de Memòria de Mallorca ha lamentado que desde el Govern no les hayan puesto en conocimiento el hallazgo.