Dr. Strangelove

A Elon Musk se le dispara el brazo en forma de saludo fascista como al loco científico nazi de la peli de Kubrick. Es lo que siente, en lo que piensa. Le sale del alma, le sale de las tripas

No me extraña que a Elon Musk se le disparara el brazo en forma de saludo fascista durante los fastos de la toma de posesión de Trump como presidente de Estados Unidos. Le ocurrió lo mismo que al doctor Strangelove, el loco científico nazi de ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, la peli de Stanley Kubrick. No fue un movimiento espasmódico; es lo que siente, es lo que piensa. Le salió del alma, le salió de las tripas.

El hombre más rico del planeta, hijo del apartheid sudafricano, admirador de los neonazis alemanes de AfD, acaba de decir: “Si la voluntad del presidente no se implementa, no vivimos en una democracia”. ¿Sugiere así que Alemania fue una democracia entre 1933 y 1945 porque allí se aplicó la voluntad de Hitler?  Porque es cierto que Hitler conquistó la cancillería en 1933 tras convertirse su partido en la primera fuerza política de Alemania, pero también lo es que, a partir de entonces, ya no hubo en ese país ni justicia independiente, ni prensa libre, ni pluralidad de partidos, ni nada que no fuera la voluntad del Führer. Hasta su suicidio en 1945, en el bunker de esa cancillería.

De no dar tanto miedo, las sandeces de la pujante ultraderecha global provocarían muchas risas. Según Musk, la democracia consiste en aplicar la voluntad del presidente, Trump en el caso estadounidense. Pero, según Isabel Díaz Ayuso, Pedro Sánchez es un tirano porque lleva sus leyes al Parlamento, donde a veces no consigue la mayoría suficiente, se enfrenta a la manifiesta hostilidad de grandes grupos privados de comunicación y es perseguido por una multitud de jueces políticamente militantes. Caramba, uno creía que un tirano es el gobernante todopoderoso, aquel cuya voluntad es ley indiscutible.

No pasa un día sin que los caudillos ultras den la nota. Compitiendo en la carrera planetaria de despropósitos tenemos también a Javier Milei, quien, tras conquistar el poder pervirtiendo el significado de la hermosa palabra libertario, se dedica a tronchar con una motosierra las conquista sociales de los argentinos y apadrinar una colosal estafa con criptomonedas. Libertad, carajo, es jugar a los triles desde la Casa Rosada cual personaje de Nueve Reinas.

¿Y qué decir del asturiano José María Figaredo? El petimetre de Vox presume de liberal, neoliberal o ultraliberal en materia económica, pero, como todo su partido, aplaude con fervor los aranceles que Trump quiere imponer a España, la Unión Europea y medio mundo. Figaredo es un caso en sí mismo. Dice que los impuestos son “un robo”, pero, como bien le ha señalado Gabriel Rufián en el Congreso, no se pregunta de qué viviría su jefe, Santiago Abascal, si no hubiera impuestos. A Abascal no se le conocen otras cotizaciones a la Seguridad Social que las procedentes de chiringuitos y cargos públicos.

Miguel Ángel Rodríguez, alias MAR, también ha dado la nota últimamente, por supuesto. En su caso, publicando en la red social de Musk que la hija de una mujer fallecida en la masacre de las residencias madrileñas durante el covid no era hija de su madre. Lo hizo en la noche del pasado domingo, de modo convulsivo, tal vez con alguna copa de más. Luego vino el reconocer que había mentido, pero no la dimisión de un cargo que pagamos todos los contribuyentes. Y es que el Rasputín de Ayuso es pionero en España tanto del liberalismo de mamandurrias como de la idea de que ya no importan la verdad y la mentira. Tú calumnia, que algo queda.

¡Es todo tan burdo, tan grotesco! Fíjense, los de Vox y otros ultras del Viejo Continente que adoran al emperador Trump se hacen llamar Patriotas por Europa. La cosa tiene bemoles: al vasallaje le llaman patriotismo. Aunque, bueno, no debería extrañarnos tanto. Las actuales derechas extremas son, al fin y al cabo, las herederas de los líderes, partidos y regímenes que colaboraron con Hitler.

En el caso español, tienen a sus espaldas una larga historia de traiciones. Los absolutistas de Fernando VII vitorearon a los Cien Hijos de San Luis que cruzaron los Pirineos para aplastar al pueblo liberal español. Los franquistas recibieron con alegría en 1936 a las tropas de Hitler y Mussolini y a los mercenarios rifeños, los moros que trajo Franco, que decía María Rosa de Madariaga. Y, más tarde, ya en los años 1950, aclamaron a los nuevos amos, las tropas de Eisenhower.

Yo debo ser zurdo porque pienso que patriota es el que paga sus impuestos, el que quiere que sus compatriotas no se mueran por falta de atención sanitaria, el que desea viviendas asequibles, el que protege los montes y las costas de su tierra, cosas así. Pero estoy equivocado, ya lo veo. Ahora ser patriota es desear que al emperador Trump le vaya muy bien y, como pide Elon Musk, pueda aplicar su voluntad sin que nadie le chiste.