Jaume Asens: «A la gente le genera desafección ver nuestras batallitas en pleno ascenso de la extrema derecha»

El eurodiputado de Comuns Sumar repasa en ‘Los años irrecuperables’ su trayectoria como abogado de los movimientos sociales y el salto a la política institucional con Colau e Iglesias

Jaume Asens (Barcelona, 1972), abogado de profesión y político durante los últimos diez años, ha participado en algunos de los acontecimientos más decisivos de la política española reciente. Al lado de Ada Colau alcalzó el Ayuntamiento de Barcelona en el momento más dulce de los espacios del cambio y de Podemos; junto a Pablo Iglesias trabajó para alumbrar el primer gobierno de coalición en España, y ha sido a menudo enlace con el independentismo para hacer posible negociaciones como la de la moción de censura o la amnistía. 

De todo ello da cuenta ahora en el libro de memorias Los años irrecuperables (Ediciones Península). Pero esa solo es una parte de su trayectoria. La otra es la del joven estudiante de Filosofía y Derecho, activista contra la globalización y abogado de causas sociales que nunca pensó que entraría en política. El fundador del despacho Francesc Layret –en honor al abogado republicano y catalanista asesinado en 1934–, que se distinguió por defender causas como las de víctimas de balas de goma, la PAH o grupos anarquistas, y que tras pasar por la acusación del caso Palau se acabó haciendo un nombre como azote de la corrupción política.

Actualmente es diputado en el Parlamento Europeo, puesto para el que fue elegido en las elecciones de junio de 2024, Asens atiende al teléfono desde Bruselas. 

Sorprende el título del libro: Los años irrecuperables. Más allá de lo obvio sobre el paso del tiempo, ¿cree que el ciclo que se abrió para la izquierda con el 15M y Podemos es también irrecuperable?

El título es el que Stefan Zweig quiso para el libro al que finalmente puso El mundo de ayer, cuando envió el último manuscrito antes de suicidarse. Lo que evoca es un mundo que no volverá y un ciclo político que ya acabó. Pero lo hago con una actitud distinta a la tristeza y pesimismo de Zweig, al que la historia no le dio la razón, porque el fascismo cayó. El libro defiende la esperanza no como la certeza de la victoria, sino como el sentido de la lucha. Ahora estamos muy mal, en términos europeos, en el conjunto de la izquierda y en nuestro espacio político, pero el destino no está escrito. Tras la tormenta el sol vuelve a salir y no se rinde.

En el libro destacan dos grandes protagonistas al margen de usted: Ada Colau y Pablo Iglesias. ¿Por qué?

Yo estoy en una posición comprometida respecto a los dos, porque he sido muy amigo de ambos y las personas vemos la realidad a través de los afectos. Con Ada hay un antes y un después en la política en Barcelona. Aunque los proyectos son colectivos, también hay quien por sus características puede destacar por encima de los demás y tiene capacidad de marcar camino. De ser figura de consenso. En el caso de Ada nos permitió ganar las elecciones en Barcelona en 2015. 

Pablo tenía características similares, pero con una cultura más madrileña, más brusco. Cada vez que los acontecimientos avanzaban veloces, él se lanzaba a las olas sin vacilar. Leía bien el momento, cogía delantera. Sin duda el Gobierno de coalición fue hijo de su capacidad de aguante y sus movimientos tácticos. 

A ambos los conoció en los años 90 y 2000 como activista y abogado de movimientos sociales, etapa a la que dedica la mitad de sus memorias. ¿Cómo ha condicionado su faceta política su experiencia previa como abogado de activistas?

Mi visión del mundo y la política están atravesadas por eso. Básicamente lo que hice fue poner el derecho al servicio de las luchas sociales. El derecho es expresión de poder, pero también una aspiración de justicia de quien se rebela contra él. Cuando el poder se vuelve ilegal en sus manifestaciones, entonces la protesta y la desobediencia, como puede ser la ocupación de un hospital para reclamar sanidad pública, son el primer derecho a recuperar. Una parte de la batalla política se articula en torno al derecho. Ser abogado de activistas ha sido mi trinchera. 

Del Vaquilla a Lluís Maria Xirinacs y de los desalojados del Cinema Princesa o víctimas de balas de goma a presos de la cárcel de Guantánamo… ¿Cuál de los casos que ha llevado a lo largo de su trayectoria le ha marcado más? 

Uno que pasó desapercibido: el de Jorge Bolancel, un joven de 18 años al que asistí en la comisaría de Cornellà en 1997. Al cabo de unas horas de salir se suicidó, porque después de ser torturado y maltratado se sintió culpable, porque sus compañeros le echaron en cara que hubiese colaborado con la policía. Ese fue un episodio que no salió en prensa, pero a mí me acompañará el resto de mi vida.


Jaume Asens charla como abogado con amigos y familiares de un detenido por los Mossos d’Esquadra por las protestas por rodear el Parlament de Catalunya en 2011. en el marco de las movilizaciones del 15M. EFE/Toni Albir

Algunas de las campañas iniciadas entonces contra la violencia policial y que finalmente lograron abrirse paso, como la prohibición de balas de goma en Catalunya, hace décadas eran impensables. 

La lucha anti represiva era de minorías, de los márgenes. No estaba en la agenda política. Recuerdo como en la Comisión de Defensa del Colegio de Abogados nos miraban con extrañeza tanto la derecha como la izquierda. Montserrat Tura [consellera de Interior por el PSC] me dijo que si los manifestantes podían ir encapuchados, los agentes también. Un argumento de pobre concepción democrática sobre el orden público. La lucha contra la impunidad institucional ha sido larga y tortuosa. Poner cámaras en las comisarías tenía el rechazo de la derecha, y cuando lo hizo el Tripartito se le echaron todos encima. Son victorias irrenunciables. 

Uno de los destinatarios de las protestas sociales en los 2000 era el Ayuntamiento de Barcelona, en manos socialistas. ¿Cómo hubiera reaccionado si alguien le hubiera dicho que gobernaría con ellos en 2015? 

Sencillamente no me lo habría creído, y menos gobernar en posición de socio mayoritario. Era inimaginable directamente entrar en política. Quizás con cierta mirada arrogante, pensábamos que era más importante lo que hacían los movimientos sociales que los partidos políticos. No nos planteábamos la hipótesis institucional. Vivíamos un cierto desborde activista, que fue in crescendo hasta el 15M, el punto álgido, y siempre había un desalojo que parar, un detenido que asistir y una asamblea a la que acudir. Todo era muy frenético. 

Quizás con cierta mirada arrogante, pensábamos que era más importante lo que hacían los movimientos sociales que los partidos políticos. No nos planteábamos la hipótesis institucional.

En 2014 se lanzó Podemos y se creó el germen de Barcelona en Comú. Pudo ir de candidato a Bruselas con los primeros, como desvela en el libro, pero se acabó decantando por los segundos. ¿Por qué? 

Creo que primaron las amistades. He hecho muchas cosas en mi vida por amistad. En Madrid tenía a Pablo, que me empujaba a dar el paso, pero en Barcelona conocía el terreno. Soy de los que piensan que no hay nada más idiota que sacrificar una amistad por la política. 

Habla mucho de la amistad, a raíz de las rupturas que ha habido dentro del llamado espacio del cambio o de Podemos. ¿Amistad y poder son como agua y aceite? 

Pueden resultas incompatibles, porque la amistad es un afecto puro, desinteresado, y el poder en cambio conlleva relaciones tóxicas. La fama, la ambición, los juegos de sillas, los egos… Todo esto agudiza las diferencias y acaba corrompiendo las almas más puras. Por eso está el dicho de que están los enemigos mortales y luego los compañeros de partido. Esta es un poco la historia de Podemos. Su núcleo fundador era un grupo de amigos que estalló en mil pedazos cuando apareció el poder. Es cierto que aparecen diferencias ideológicas, pero el trasfondo tiene que ver con esto. Es una lección de cara al futuro, para hacer política de otra forma, sabiendo los peligros que entraña el poder.  

Está el dicho de que están los enemigos mortales y luego los compañeros de partido. Esta es un poco la historia de Podemos.

Su capacidad para mantener relaciones y simpatías con otros espacios políticos, especialmente el soberanista, le han valido a menudo la etiqueta de independentista dentro de su espacio. ¿Se siente cómodo con ella? 

Siempre hemos sido críticos con los partidos procesistas, pero se nos ha asociado a ellos para defender sus derechos como si esto último significase que estamos de acuerdo con ellos. A mí me vetaron bajo esa premisa de haber sido demasiado empático con ellos. 

Le vetó el PSOE para formar parte del primer Gobierno de coalición como ministro. También a Gerardo Pisarello por el mismo motivo.

No lo hicimos público en su día, pero han pasado ya unos años. El PSOE me criminalizó mucho en esa campaña electoral [de 2019] por defender cosas que han acabado defendiendo ellos, porque han aprobado una amnistía, unos indultos y han derogado la sedición. 

Esos contactos con el universo independentista fueron útiles para la moción de censura de 2018 y para mantener buenas relaciones en el Congreso. Dice incluso que llegó a existir un grupo de Telegram entre el vicepresidente Iglesias, Carles Puigdemont, Toni Comín y usted.

Sí, pero duró muy poco [ríe]. A Pablo no le parecía adecuado, sino más bien peligroso, tener un grupo de Telegram así mientras era vicepresidente. Veía bien tener reuniones con ellos, pero el grupo se borró bastante rápido. 


Ada Colau, Pablo Iglesias y Jaume Asens durante la campaña electoral de otoño de 2019

Más adelante, en las negociaciones para la amnistía de cara a la investidura tras las elecciones generales de 2023, jugó un papel de sherpa con contactos con Puigdemont y su abogado Gonzalo Boye. ¿Cómo fueron aquellas conversaciones?

La primera conversación sobre el escenario que se produjo tras las elecciones fue con Salvador Illa, que me convocó a su despacho. Tras el resultado electoral empecé a hablar con Comín, Puigdemont, Boye… Cuando las cosas parecían encalladas, fue importante la reunión de la vicepresidenta Yolanda Díaz con Puigdemont. Decidimos condicionar la conversación con una reunión rápida en septiembre. Los socialistas nos criticaron, mucha gente no lo entendió, pero al final ellos [el PSOE] se la hicieron [la foto], y tarde o temprano Sánchez se la hará con Puigdemont. Durante meses estuvimos solos planteando la amnistía. 

Otro episodio clave es su dimisión, cuando se descuelga como candidato a las elecciones generales en 2023. Se lo reprocha a Yolanda Díaz. ¿Por qué le vetaron?

No digo que me vetaran, de hecho no cuento lo que sucedió… 

Lo que dice en el libro es que tras su dimisión le reprocha a Díaz que no se hicieran bien las cosas. 

En política la vida interna de los partidos puede ser tumultuosa y con cambios de guion, y a veces toca perder. Igual que es importante saber comprometerse, también lo es saber irse. En ese momento pasaron cosas en mi partido que no me gustaron, pero no lo cuento en el libro y tampoco lo haré ahora. Decidí irme sin reproches ni segregando bilis, sino deseando suerte al proyecto. 

El espacio de Podemos y las confluencias fue capaz de formar el primer Gobierno de coalición en España. Pero también está ahora en sus peores resultados desde su surgimiento. Es una pregunta recurrente en la izquierda, pero ¿qué se ha hecho mal?

Qué se ha hecho mal y qué se ha hecho bien. Una de las grandes victorias de nuestro espacio se llama Gobierno de coalición y Pedro Sánchez. E igual que cuando le preguntaron a Thatcher por su mayor victoria y ella dijo que era Toni Blair, que le había comprado sus tesis, nosotros hemos conseguido que el PSOE de Sánchez se emancipe del de Felipe González y el bipartidismo. Les obligamos a mirar a la izquierda hasta el punto que su apuesta inicial era gobernar con Ciudadanos y no pudo. De inicio el PSOE nos trataba como apestados, que no podría dormir si gobernaba con nosotros. Luego pasó lo mismo con ERC y con Bildu. Ahora pasa con Junts. A nosotros nos toca ser pegamento y pista de aterrizaje de estos actores. 

Una de las grandes victorias de nuestro espacio se llama Gobierno de coalición y Pedro Sánchez. Igual que cuando le preguntaron a Thatcher por su mayor victoria y ella dijo que era Toni Blair, que le había comprado sus tesis

Pero eso no lo ha hecho el PSOE por voluntad. Con eso quiero decir que todas las reformas del Gobierno de coalición han tenido nuestro sello. ¿Electoralmente no lo hemos capitalizado nosotros? No. Pero no somos profesionales de la política, los partidos son instrumentos. Esta creo que es una parte de la explicación de la bajada del espacio del cambio. Evidentemente también tiene que ver con la división interna y las peleas en las que estamos instalados permanentemente. Hay muchos factores, podríamos encontrar más. El reto es reconectar como lo hicimos tras el 15M con las mayorías sociales y no caer en tentación de encerrarnos en resistencialismos identitarios y melancólicos, que es una de las tentaciones de la izquierda alternativa. 

Esta es problema que afronta la izquierda también a nivel europeo. En su nueva etapa de eurodiputado desde 2024, ¿cómo cree que las formaciones progresistas deben encarar una ola reaccionaria que ya gobierna en varios estados?  

Existe una tentación grande de replegarse a posiciones defensivas y conformarse en la noble tarea de resistir. Pero no podemos permitirnos el lujo de abandonar la política de la responsabilidad. Cuando sopla tanto el viento tienes dos opciones: esperar a que cambie de dirección y quejarse o ajustar las velas para seguir con el rumbo e intentar ser más audaces, más precisos, más pragmáticos. Y es más necesario que nunca encontrar espacios de encuentro, pero para ello lo primero que hay que hacer es desinflamar. Es muy difícil reconstruir y reencontrarse con los compañeros en medio de reproches constantes. Con un ascenso de la extrema  derecha tan bestia, a la gente le genera desafección ver nuestras batallitas, que muchas veces son discrepancias de forma pero no de fondo. 

¿Otro reto es conseguir mejoras en las condiciones materiales de vida de la población, como el acceso a la vivienda o el precio de la compra, que la ciudadanía puede percibir que los gobiernos de izquierdas no están garantizando?

Aquí hay cierta disonancia cognitiva. Por un lado, tenemos datos económicos que señalan que la economía española es de las mejores de Eiropa, la que genera más puestos de trabajo. Pero al mismo tiempo hay disfunciones estructurales que cuesta solucionar y la gente quiere resultados tangibles a corto plazo. En vivienda por ejemplo llevamos años de retrasos y es cierto que no hay una varita mágica que solucione los problemas, pero hemos arrastrado al PSOE para hacer la primera Ley de Vivienda. 

Esta semana está siendo decisiva para el futuro de la guerra de Ucrania y el papel que Europa debe jugar en ella. ¿Cuál cree que debe ser la implicación de la UE en esta nueva etapa? 

Es un momento muy delicado, porque se impone el principio fuerza por encima de fuerza del derecho. El orden surgido de la Segunda Guerra Mundial se está desmoronando. No es solo Rusia, también Estados Unidos aspira a quedarse con Canadá y Groenlandia, en un nuevo modelo de relaciones internacionales con dos fuerzas imperiales que tienen en común el nacionalismo autoritario. Pero este momento oscuro entraña también oportunidades. Europa ha avanzado a base de crisis y tenemos una oportunidad de mayor integración, de emanciparnos de Estados Unidos. Cuando Trump amenaza con llevarse las bases militares no deja de ser una buena noticia, nos pone ante la posibilidad de tener una auténtica autonomía estratégica.