El meteorito

Lo que tal vez no esperábamos tan rápido y de manera tan explícita es ver a Estados Unidos del lado del meteorito o, lo que es lo mismo en estos momentos para Europa, del tirano Putin. Para los asteroides, tenemos la Agencia Espacial Europea; para el tirano, está menos claro

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Una noche de noviembre, en el autobús del aeropuerto de Londres a Oxford, recién aterrizada de vuelta de la cobertura de las elecciones de Estados Unidos, escuché un podcast titulado “Una historia para sentirte bien sobre el fin del mundo”. El episodio del medio Slate, publicado la madrugada de la victoria de Donald Trump, explica con mucho detalle la lucha de la NASA para proteger la Tierra de meteoritos potencialmente letales. 

El periodista y científico Robin George Andrews, autor de un libro sobre el tema, cuenta cómo la NASA inauguró su programa de defensa planetaria en 2016 en respuesta al meteorito que había caído tres años antes en Chelyabinsk, una ciudad en el suroeste de Rusia. Desde 1998, la NASA ya estaba obligada a localizar el 90% o más de los asteroides más peligrosos, los considerados “asesinos del planeta”, pero hasta entonces, con la Administración Obama, la agencia de Estados Unidos no se puso las pilas para intervenir en coordinación con las agencias espaciales de Europa y Japón. Sobre todo, la NASA consiguió el presupuesto para hacer pruebas con alguna de las ideas que rumiaban (algunas un poco inquietantes, como lanzar un arma nuclear contra el asteroide, y otras modestas, como echarle pintura reflectante para que el calor del sol lo desvíe).

En noviembre de 2021, con la Administración Biden, la NASA lanzó con éxito un cohete que impactó contra un asteroide elegido para el experimento y lo desvió, según comprobó también después la Agencia Espacial Europea, la ESA. La nave se llamaba DART, “dardo” en inglés, y logró lo que hasta entonces nadie había logrado.

Ésta es “una historia para sentirte bien” porque muestra cómo el esfuerzo colectivo de científicos e ingenieros apoyados por el país más rico y poderoso del mundo puede resolver un problema planetario en coordinación con otros países y con el bien común como principal guía. Pero, mientras escuchaba el podcast en aquel autobús en medio de la oscuridad, cuando Trump era sólo presidente electo, no pude por menos que sentir un escalofrío al pensar, “¿y ahora qué?”. 

Ya estaban claros los ataques del nuevo presidente y su equipo contra la ciencia y hasta contra el servicio meteorológico, y la obsesión de Elon Musk por esquilmar la NASA para provecho de su empresa espacial privada. Las amenazas se están notando ahora en la agencia con las primeras salidas en programas clave.

Estados Unidos gasta -o gastaba- mucho dinero público en conocimiento, tecnología y recursos sobre el terreno en la lucha contra el coronavirus, la mortalidad infantil, los meteoritos y también los tiranos. La desaparición de la agencia de cooperación de Estados Unidos, el recorte de las ayudas públicas para la investigación científica, y la alianza de Trump con Vladímir Putin tal vez iluminen ahora a quienes sólo ven a Estados Unidos como villano. Por muchos ejemplos que haya de la peor versión del efecto de las políticas del país a lo largo de la historia, la parte buena tiene mucho peso en todo el mundo. 

Estaba claro que Trump le daría la espalda a la ciencia y a los aliados porque lo había contado y lo había practicado en su primer mandato. Estaba claro que atacaría la democracia en su país y fuera de él, y que su fascinación por los peores criminales del planeta no iba a cambiar. También que esta vez tenía un equipo entregado a sus peores instintos y menos frenos alrededor

Lo que tal vez no esperábamos tan rápido y de manera tan explícita es ver a Estados Unidos del lado del meteorito o, lo que es lo mismo en estos momentos para Europa, del tirano Putin. Para los asteroides, tenemos la Agencia Espacial Europea, que también está haciendo un buen trabajo en la defensa planetaria; para el tirano, está menos claro.