El mismo partido que ruge contra la «cobardía» del PP en Madrid sostiene al activo más tóxico del PP en València y este jueves votó en contra de pedir su dimisión por su gestión el día de la DANA. Para que no se notara, el partido ultra organizó la votación a su medida: sin urna, sin pantalla de resultado, sin voz alzada. Una operación estética que no ha podido ocultar la palmaria aritmética
La jornada de este jueves en Les Corts Valencianes fue de tal carga energética y esquizofrenia estratégica que solo puede ser entendida desde el estado de estrés al que está sometida la Comunitat Valenciana después de que la peor riada del siglo asolara 227 vidas. Hubo dos certezas. La primera, que hay remanente de humanidad en el hemiciclo, testado con el unánime aplauso a la diputada Aitana Mas (Compromís), que se ha recuperado de un cáncer. Fue reconfortante ver que todavía hay líneas rojas que no se han traspasado o teñido de transparente. Duró unas milésimas. La segunda certeza, que Vox tiene la intención de sostener a Carlos Mazón como president (Abascal mediante) y que él está dispuesto a apoyarse y ceder ante los ultras para continuar gobernando, ya que tiene solo 40 de los 50 escaños en los que está ubicada la mayoría de la cámara. Los 13 diputados de Vox son la llave necesaria para que haya gobierno, y las cesiones son parte del pacto (nihil novi sub sole). ¿Por qué Vox, el mismo partido que ruge contra la “cobardía” del PP en Madrid sostiene al activo más tóxico del PP en València?
El parlamento autonómico votaba ayer una iniciativa simbólica sobre si Mazón debía o no dimitir después de su gestión de la DANA. Que Mazón debía de dimitir lo pensó hasta su jefe Feijóo en algún momento, que lo calificó de “noqueado” y le advirtió de que no toleraría “más equivocaciones”. Incluso ahora sabemos que el presidente de la Diputación de València, un peso importante del PP de Mazón y su puerta de acceso a la provincia, se desesperó en el Cecopi diciendo “mandad el mensaje de una puta vez”. En las primeras semanas tras el 29O, su partido y los satélites de poder, asustados, empezaron a elucubrar con un posible sustituto. Los alcaldes populares anticiparon aterrorizados cómo les castigarían sus electores en los próximos comicios. La calle le ha recordado cada mes que debería marcharse. La prensa, también la nacional, le afea su falta de explicaciones o sus burdas manipulaciones de audios. La instrucción de la jueza aflora cada día datos que generan sonrojo e indignación. Porque lo que se pudo hacer y no se hizo se da la mano en un punto lacerante: Mazón no estaba en su sitio y todavía no se sabe adónde.
Pese a todas esas evidencias, y pese a ser el barón del PP en peor situación política, el Vox valenciano ha decidido sostenerlo y atarse a su incierto destino, tras ser obligados por Santiago Abascal a abandonar en julio el gobierno autonómico. Curiosa incongruencia: salirse para entrar. Una prueba es que votó este jueves que “no” debe dimitir, ni siquiera simbólicamente, ya que la iniciativa presentada por Compromís no era siquiera vinculante. Mientras Abascal se distancia en Madrid de Feijóo y acusa al PP de “blanquear” a Sánchez y de “traidor”, su franquicia valenciana se pone de parte del líder que no hizo lo que debía el día más relevante para la Comunitat Valenciana y a quien, hasta algunos de los suyos como la alcaldesa de València, han hecho el vacío.
El motivo se puede encontrar en la demoscopia. Ahora tienen influencia y están negociando unos presupuestos, con una buena sintonía con el actual president, mientras que forzar una salida electoral es una moneda al aire en la que la izquierda tiene mucho que ganar. Una moción de censura les obligaría a hacerse una foto con Compromís y PSPV, algo que hoy por hoy es impensable, sobre todo porque Mazón ha superado el primer envite de indignación, el de las primeras semanas.
Además, los sondeos después de la riada dicen que el PP valenciano cae y Vox sube. Cuanto peor lo haga Mazón, cuanto más quemado esté, mejor le viene al partido ultra, que espera recoger las manzanas de un árbol, si no podrido, enfermo por desgaste. Sin hacer demasiado ruido o trabajo, en València creen que el tiempo les puede convertir en una alternativa para los votantes conservadores hoy en el PP, que pueden huir conforme se van conociendo detalles de lo que hizo o del lugar adonde estaba el presidente de una comunidad en alerta roja. Esperan que, cuando algunos miren a quien votar, se topen con la papeleta verde si la azul está quemada.
Pero la operación para salvar al soldado Mazón no está exenta de riesgos, porque le lija a Vox ese barniz de partido exigente y rebelde que va por la Ley Electoral sin pelos en la lengua. Cordero con Mazón, tuvo que compensar haciéndose el león con el vicepresidente Gan Pampols, que presentaba ese día en Les Corts un plan que le tumbaron los ultras, votando junto a la izquierda. El revolcón se lo tenían guardado al militar desde que dijo que le parecía bien que se regularizara a los migrantes que habían padecido la DANA. En Vox pueden pasar por el aro de un líder que abandona a su pueblo por una comida, pero dar papeles a las víctimas de una tragedia no tiene un pase.
Conscientes de que sostener a un sujeto en un precipicio aumenta las posibilidades de que caigas junto a él, hicieron lo posible para que no se notara y lograron que se votara en secreto y sin que se marcaran los votos individuales en la pantalla de luces. Así se salvaba a Mazón pero por lo bajini. Suerte con eso. Obtuvieron en el último momento otro regalo: ni siquiera se votaría en urna, no tendrían ni que levantarse del escaño, gracias a la intervención del presidente temporal de la mesa, del PP. Menos fotos, menos tiempo, menos claridad que alumbre quién es quién, quién hizo qué y quién fue blando con quién. Han intentado tapar sus intenciones con la votación secreta, amplificando a los telediarios de todo el país una palmaria aritmética.