El escritor estadounidense publica ‘Los seductores’, una novela negra ambientada en Los Angeles y cuyo argumento gira en torno a la muerte de Marilyn Monroe
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Su fama le precede: entre los periodistas culturales, James Ellroy (Los Angeles, 1948) es unánimemente considerado un hueso difícil de roer, conocido por sus respuestas telegráficas y algún rapto de mal genio. Desde el gabinete de prensa de su editorial, Random House, se nos advierte de la conveniencia de que sus entrevistadores vengan con las 530 páginas de su nueva novela, ‘Los seductores’, bien leídas. No quiere que se le pregunte por Marilyn, cuya muerte es el eje de la historia. No quiere que se le pregunte por Trump ni por la política americana actual. Sin embargo, el hombre que encontramos sentado en un reservado del Hotel Inglaterra –cráneo mondo, gafas redondas de montura fina, elegante chaqueta a rayas, gorra– parece hoy tranquilo e incluso contento de estar en España. Puede que incluso dispuesto a hablar de cualquier asunto.
‘Los seductores’ es un viaje a la ciudad de Los Angeles en el verano del 62, cuando es hallado el cadáver de ‘la ambición rubia’. “Marilyn Monroe inducía una agitación fatídica en la gente. Proyectaba un encantamiento barato, eso es todo. Apelaba a lo que era estúpido, y de esa manera corrompió a todo el mundo. Marilyn y Natasha Lytess, su entrenadora de drama, que estaba enamorada de ella. ¿Quiénes son los encantadores del título? Los falsos profetas de la época de Jack Kennedy”.
A pesar del magnetismo del personaje, el verdadero protagonista de la novela es Freddy Otash, quien ya figurara como personaje central de su American Tabloid. Ex policía corrupto, detective expulsado del oficio, drogadicto, violento chantajista. “Freedy solo había uno, era único”, asevera. “Fue el brazo fuerte de Confidential Magazine, pero lo he recreado a mi manera y está 100% ficcionalizado”.
Escrito a mano
A través de las pesquisas de Freddy, el lector puede ir recorriendo esa gran urbe de la costa Oeste de Estados Unidos y el Hollywood de la época, aquella fábrica de sueños que lo fue también, y a gran escala, de pesadillas, y que ha sido el escenario tradicional de las novelas del autor. “Si yo fuera de Sevilla, probablemente escribiría libros similares sobre Sevilla. La geografía es un destino, y en este caso me favoreció. Los Angeles tiene la mejor fuerza policial, el LAPD. Los Angeles tiene los mejores asesinatos. Tuve suerte. Nací en Los Angeles en 1948. Nací en el epicentro del cine noir, en el mejor momento del cine noir”.
“Ahora vivo en Denver, Colorado, pero no puedo imaginarme escribiendo una novela allí”, aclara. “A lo largo de mi carrera he llevado mis personajes a Cuba, República Dominicana, Haití, Vietnam, Washington D.C., Chicago, pero no a Denver. Es solo el lugar donde vivo”.
El poder, el sexo y la corrupción forman en la obra de Ellroy una suerte de triángulo, “una trinidad inveterada y sin nombre” a la que el escritor añadiría hoy un cuarto factor: internet. “No me gustan las computadoras, no tengo ordenador, no tengo teléfono móvil. Escribo a mano”, subraya.
Otro elemento que posee un notable peso en la nueva obra del autor de L. A. Confidential y La Dalia Negra son las drogas. Pero no los habituales tráficos ilícitos, sino las drogas de farmacia, a las que muchos de sus personajes son adictos. Cuando se le pregunta si el país que describe no es una especie de Nación-Dexedrina o Nación-Nembutal, suelta una sonora carcajada. “La propia Marilyn había estado mezclando nembutal y alcohol durante décadas. ¿Cómo sobrevivió durante 36 años? Nunca lo sabremos”.
Un moralista
“Esta novela, y las dos novelas que seguirán, están ambientadas en 1962”, prosigue. “Los encantadores cubre de abril a mitad de octubre. El siguiente libro, el libro que estoy escribiendo ahora, va desde octubre a noviembre. El tercer libro cubrirá el mes de diciembre. Es el inicio de los 60 americanos, ¿recuerdas aquella canción de los Rolling Stones? ‘It’s just a shot away…’ Hay problemas, problemas raciales, problemas con la juventud rebelde. Y la clase media se está volviendo adicta a la psiquiatría y las drogas. Eso es lo que vemos con el psiquiatra estúpido de Marilyn que está medio enamorado de ella, y también con Freddy Otash, otro adicto a las drogas. Todos las toman”.
En este punto de la conversación, procede preguntar a Ellroy si no cree que proyecta sobre sus historias, sobre esa moderna Babilonia que sirve de telón de fondo a las andanzas de Otash. “Sí, creo que soy un moralista. Ciertamente. La mía es una visión cristiana de un lugar caído. El mundo ha caído. La Biblia nos dice eso. Creo en el pecado original. Soy muy literal en mi visión de la Biblia. Todo va a cambiar y Freddy puede sentirlo”.
También se trata de un momento de cambios en la concepción del sexo, desde la voracidad de Marilyn al hecho de que el propio Freddy esté entre dos mujeres. “Era un momento promiscuo. La gente vivía bajo la fantasía errónea de que podían hacer lo que quisieran. Freddy está más allá de la ley, es un delincuente de corazón, pero todo tiene consecuencias”.
Novela americana vs europea
Cuando se le pregunta si, dada su escasa simpatía por Marilyn, en algún caso se propuso con esta novela demoler un icono, su gesto se vuelve serio. “Icono es una palabra muy mal usada en este caso. Ella no es un icono. Un icono es el crucifijo, la estrella de David, los símbolos islámicos. Un icono es un objeto religioso. Marilyn era una actriz de tercera y un ser humano insignificante”.
Alguna vez ha dicho que solo lee (o relee) novela policiaca. ¿Alguna recomendación? “Hay un hombre llamado Hillary Waugh. Mr. Waugh escribió una gran novela de policía llamada Last Seen Wearing, sobre la desaparición de una joven de un colegio de mujeres. El libro fue publicado en 1952, así que es de otra era. Es un gran documento sociológico. Eso me interesa a mí también, contar cómo era la sociedad en tal o cual momento”.
Ellroy no es ajeno a la recurrente oposición entre novela negra americana y europea (nórdica, francesa, italiana, griega, etc.), pero reconoce que no tiene mucho que decir al respecto. “Nosotros, desde América, le dimos al mundo la novela hard-boiled, aunque considero el regalo cultural más grande de América en el siglo XX es el jazz”, comenta. “No he leído mucha novela europea, solo los libros de Sherlock Holmes cuando era niño, y alguna novela policiaca ambientada en Londres. Intenté leer Los hombres que no amaban a las mujeres de Stieg Larsson y pensé que era una locura”.
Y aunque buena parte de su fama mundial se debe a las adaptaciones cinematográficas de sus novelas, no ve Los seductores en la pantalla grande. “Es demasiado interior. Es un monólogo interior. Es Freddy mirando a través de los archivos. Si te gusta ese tipo de cosas, si miras a través de los archivos, aprendes algo. Pero no es el tipo de cosas que vemos en las películas”.
Odio a los comunistas
De momento, Ellroy sigue su gira española, con una escala en Sevilla para participar en el Hay Fórum. “Estoy disfrutando. Me encanta España, es mi país favorito en Europa. Las mejores personas del continente están aquí. Y me encanta Madrid. Lo llamo La ciudad, es mi ciudad favorita europea. Estoy contento de estar aquí. Pero en el fondo quiero irme a casa”.
La charla deriva hacia aquel libro de referencia sobre Los Angeles titulado Ciudad de cuarzo, de Mike Davis. “Sí, el autor murió hace poco. ¡Descanse en paz! Me odiaba, ¿sabes? Pensaba que era racista, homófobo, antisemita y todo eso. Odio a los comunistas. Odios a los marxistas, a esos putos [dice en diáfano español]. Mi nuevo libro es anticomunista”.
Y de una cosa a otra, termina hablando de su público apoyo a Ucrania como muro de contención de Rusia. “América necesita hacer algo muy violento y muy importante allí. Si Ronald Reagan fuera hoy presidente, ya habría asesinado a Vladimir Putin. Sin Putin, no hay guerra ucraniana. No podemos dejar que suceda”.
“Acuérdate de la II Guerra Mundial, sabían que los alemanes estaban trabajando en la bomba atómica, que dos millones de americanos morirían podían morir. Así que Truman lo hizo, las fuerzas americanas bombardearon Tokio y mataron a 145.000 civiles, y eso fue una llamada de despertador para los japoneses antes de Hiroshima y Nagasaki. Luego dirían, buh, buh [finge un sollozo], América es tan mala… Pero fue la solución al problema. ¿Quién comenzó la guerra? No fue América”.