La vuelta de los deportados a México: cómo reconstruir la vida después de décadas en EEUU

Los expulsados tratan de abrirse camino pese a la escasa ayuda institucional: «Un día estás haciendo tu vida normal y al otro te avientan en la frontera con lo puesto»

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Miguel Martínez no se podía imaginar que terminaría cocinando comida texana entre banderas estadounidenses en Ciudad de México. En 2013, con 26 años, fue deportado. Primero en Nueva York y después en Boston, llevaba en EEUU desde los 14. “Es muy impresionante, un día estás haciendo tu vida normal y al otro te suben a un autobús como a un preso y te avientan en la frontera con lo puesto. Yo iba en chanclas, shorts y una camiseta. Nada más”, relata Martínez, que encontró una oportunidad en el “Pinche gringo BBQ”, un restaurante que, desde la anterior victoria de Donald Trump, en 2016, tiene como política emplear mexicanos deportados desde el vecino del norte. 

El presidente Trump amenazó desde la campaña electoral con llevar a cabo deportaciones masivas, si bien su anterior gobierno deportó a menos mexicanos (unos 750.000) que cualquiera de los tres gobiernos demócratas de Barack Obama (1,8 millones en el primer mandato, 780.000 en los tres primeros años del segundo) y Joe Biden (en torno a un millón), según datos de la Unidad de Política Migratoria de México. Esta vez, el magnate parece decidido a superar estas cifras, mientras México se prepara para esta nueva crisis migratoria. Casi la mitad de los 11 millones de indocumentados que residen en Estados Unidos son mexicanos que mandan una importante cantidad de remesas a sus familias. “Siento coraje, rabia. Yo lo viví y sé que agarran gente inocente que solo busca mejorar su vida”, dice el trabajador.

Martínez consiguió cruzar la frontera al cuarto intento. Comenzó en Nueva York, compartiendo habitación con siete personas y lavando platos, como tantos otros migrantes indocumentados que hacen los trabajos más precarios en Estados Unidos. Poco a poco consiguió ser cocinero y se mudó a Boston, donde “tenía toda una vida armada”. Pero un día, una patrulla le paró en la autopista por exceso de velocidad, llegaron los agentes fronterizos y, después de una semana detenido, lo deportaron. “Me miraban feo por mi acento”, recuerda sobre sus primeros años. Una década después, tiene una vida estable en la capital mexicana. Se casó, tuvo cuatro hijos y es el “big master” de la cocina del “Pinche gringo”, donde habla inglés, comparte las tradiciones de la tierra que dejó, como celebrar Acción de Gracias o ver la Superbowl, y cocina con la sazón que aprendió en el norte. Eso le hace más fácil lidiar con la nostalgia del país que dejó atrás y la dificultad que supone empezar de nuevo a la fuerza: “Aquí tienes que chambearle el doble, vas al día”, dice. 

Sin contemplaciones con el veterano de Vietnam

“Pasan los años y muchas personas están en situaciones similares al momento en que fueron deportadas”, explica Maggie Loredo, coordinadora del Instituto de Investigación para las Movilidades Humanas, organización que acompaña a personas en esta situación. Ella misma creció como indocumentada en Estados Unidos y vive en México desde 2008. En este tiempo ha acompañado los procesos de deportación y retorno forzado de sus compatriotas y cuenta cómo muchos mexicanos no regresan siquiera a sus lugares de origen por “falta de redes de apoyo, de oportunidades de trabajo o por inseguridad”. Además, como casi todos han pasado por prisión o un centro de detención de migrantes antes de la deportación, los ven con ese estigma.

Por eso, muchos deciden establecerse en la frontera para estar más cerca de los familiares que quedaron en Estados Unidos, que los visitan o con quienes se ven a través del muro. La economía en estas ciudades de frontera suele ser más dinámica, con maquiladoras y call centers donde es necesario el bilingüismo. Pero en ciudades como Tijuana también se estancan personas con problemas de consumo que quedan en situación de calle, como alerta la ONG Elementa.

Para José Francisco López fue especialmente difícil. Tenía 60 años cuando Estados Unidos lo deportó a Ciudad Juárez, en 2003. Vivía en Texas desde los 14 años y de poco le sirvió haber combatido en la guerra de Vietnam. Le arrestaron al intentar comprar droga a un agente encubierto, le quitaron sus ayudas por ser veterano y lo deportaron a Ciudad Juárez. “Solo quería que me tragara la tierra. Es una vergüenza grande después de que serví al país y expuse mi vida… Fue humillante, me sentí traicionado por el gobierno de Estados Unidos”, lamenta. Tuvo que vivir desde México la muerte de una de sus hijas y de su madre.

México era un país totalmente desconocido para él, y con su edad se le complicaba emplearse, así que se dedicó a hacer trabajos de carpintería y pintura. En 2017 recuperó su pensión militar y con ese dinero pudo comprar una pequeña casa en la que abrió un refugio para veteranos deportados como él. Por ahí pasaron decenas de personas a las que ayuda con techo, comida y la burocracia mexicana. La “Casa de Apoyo a los Veteranos Deportados” sigue abierta, pero López la maneja desde El Paso, al otro lado de la frontera. En 2023, después de dos décadas, consiguió volver a EEUU gracias a una visa humanitaria que el expresidente Joe Biden ofreció a los veteranos. A sus 80 años, no duerme tranquilo con el regreso de Trump, a pesar de que su residencia es legal. “Parece una pesadilla, está amenazando a todo el mundo. Nuestros abogados nos recomiendan no volver a México por si no nos vuelven a dejar entrar. Nos sentimos amenazados”, declara.

¿“México te abraza”?

María Dolores París, investigadora del Colegio de la Frontera Norte, un ente público que estudia los problemas de la región limítrofe, apunta que hace falta distinguir entre los que acaban de intentar cruzar y todavía tienen que pagar su deuda con los coyotes, que “regresan peor de lo que se fueron”, y los que llevan más tiempo, pero que puede que hasta tengan pequeños negocios en Estados Unidos y reciben remesas. “Llegan a la vez y para el gobierno es lo mismo, pero la situación es totalmente distinta”, explica. 

En esta ocasión, el gobierno ha preparado el programa “México te abraza”, con centros de atención en distintos puntos de la frontera para recibirlos, ayudarlos con sus documentos de identidad, inscribirlos en el sistema de salud público, en los programas sociales y darles un apoyo económico para que puedan volver a su lugar de origen.

Tanto Loredo como París coinciden en que no hay políticas públicas específicas para recibir e integrar a las personas deportadas, a pesar de que no es un problema nuevo. “Hace falta un reconocimiento de las personas migrantes y por ende de las retornadas y deportadas. Se habla mucho de los aportes en remesas pero hace falta infraestructura, diagnóstico, estadísticas reales, presupuesto y políticas públicas”, denuncia Loredo. París también es contundente: “No hay un acompañamiento y nunca lo ha habido. No hay nada ni una voluntad real de que haya nada más que una atención de emergencia”.

Ni Martínez ni López sintieron un acompañamiento a su regreso. Martínez cuenta que tuvo que llamar a Estados Unidos para que su tío le mandara dinero para el autobús a Ciudad de México, donde vivían su madre y sus hermanos. Esa llamada fue el único apoyo que recibió por parte del gobierno. Y resume: “Tal cual te avientan ahí es tu problema, porque ya es tu país”.