Prosperidad, inmigración, democracia

Los inmigrantes no llegan por ganas de conocer mundo. Llegan por necesidad. Y la necesidad que tenemos de ellos es lo que les permite asentarse y trabajar. Los necesitamos porque nos falta gente en muchísimos sectores laborales

Cuando las perspectivas de futuro son poco halagüeñas, todo lo que habías aprendido parece que ha ido quedando inservible y, además, por la calle y los sitios que frecuentas hay gente cada vez más extraña, lo más fácil es que añores lo que quedó atrás y busques a alguien que te entienda. Si además ese alguien dice que lo va a arreglar, tu disposición a creerlo aumenta. Además, resulta que todos los que antes ya te han decepcionado prometiéndote cosas que luego nunca cumplen, se han aliado para decir que esos, que ahora piden tu confianza y tu voto, no son de fiar. Lo cierto es que dicen cosas que tú alguna vez habías pensado, pero que no acababas de atreverte a decir en voz alta, y ellos lo dicen y consiguen que se hable de ello.

El párrafo anterior puede ayudar a entender lo que pasó ayer en Alemania, pero puede probablemente servir para explicar lo que está aconteciendo en muchos otros lugares. El sistema democrático no se legitimó solo por la posibilidad de elegir a quién nos gobierne, o por la garantía de los derechos básicos, sino por la relación fuerte que estableció entre libertad e igualdad. Sin libertad la igualdad resulta homogeneizadora y limitante, sin igualdad la libertad solo sirve para destruir los nexos de comunidad, para convertirnos en competidores insolidarios. Después de dos guerras mundiales, generadas en buena parte por los graves desajustes sociales que se habían generado a escala global con la transformación industrial fordista, estableció constitucionalmente la obligación de los poderes públicos de “remover los obstáculos que impidan que la libertad y la igualdad sean efectivas” (art.9.2 C.E.). Un contrato social que vinculaba democracia con bienestar colectivo.

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