Enrique Díez, profesor: «La escuela no ejerce su finalidad fundamental, que es formar ciudadanos comprometidos»

En su último libro critica cómo el neoliberalismo se ha instalado en el sistema educativo desde Infantil, moldeando un espíritu individualista y sujetos que se autoexplotan y culpabilizan de sus fracasos: «Se intenta transformar a los estudiantes en emprendedores que en el fondo son autónomos precarios»

Dos profesores lanzan un “panfleto” educativo “contra la dictadura de los padres”

Cuando a Enrique Díez se le pregunta por qué ha escrito ahora el libro Emprendimiento o emprendedurismo educativo. Educar en las reglas del capitalismo: la nueva guerra cognitiva neoliberal en educación (Mino y Dávila), responde sin dudarlo: “Por el auge del fascismo”. La respuesta se queda corta, cuesta ver la relación directa entre fascismo y emprendimiento que justifica el profesor. Entonces la elabora: “La diferencia más clara entre el fascismo tradicional y el neofascismo es que este último integra la ideología neoliberal como un eje central del modelo, que a su vez es el alma del capitalismo en este momento”. Y esa ideología neoliberal, continúa, ha conseguido introducir el emprendimiento, el sálvese quién pueda, como línea de actuación fundamental.

Díez, profesor en la Facultad de Educación de la Universidad de León y que ha participado en el diseño de los programas educativos de IU primero y Sumar después –formaciones con las que se muestra “decepcionado” ahora–, explica que la educación se está utilizando dentro de la batalla cultural que se libra en este momento para establecer ese modelo neoliberal. “Y no se trata solo de la extrema derecha; la derecha y la socialdemocracia han comprado el marco del neofascismo en este asunto. La octava competencia de la Unión Europea es el espíritu empresarial, que aquí se tradujo por emprendimiento”. Y, advierte, “se ha introducido en todos los niveles educativos, desde infantil a la Universidad”.

Usted denuncia en su libro una situación, una política educativa, que parece ya asentada y asumida por la mayoría, más allá de decisiones políticas concretas. ¿Está perdida la batalla?

Yo nunca creo que una batalla está perdida. Gramsci decía que necesitamos el pesimismo de la inteligencia para analizar la realidad, pero también necesitamos el optimismo de la voluntad para enfrentarnos a la batalla cultural que se está dando. Es cierto que el problema está muy introyectado. El neoliberalismo extiende unas raíces que luego es muy difícil extraer. Y ves a maestras de infantil que te dicen que tienen que introducir el emprendimiento en clase. Empezamos con niños y niñas de tres o cuatro años con la destreza psicomotriz, las habilidades motoras finas. Y hacemos muñequitos, pero ahora tenemos que hacer un proyecto empresarial, de emprendimiento. Eso sí, siempre por una buena causa. Pero, al final, los niños y niñas tienen que vender esos productos a su familia y luego a los vecinos y vecinas. Y los niños y niñas aprenden desde muy temprana edad las reglas del capitalismo: que la forma de relación del ser humano es una relación comercial. Esto es un problema que cristaliza cuando se hace una encuesta a 12.000 estudiantes y su modelo a imitar es Amancio Ortega [creador del grupo Inditex], una persona que ha tenido problemas con Hacienda y cuyo imperio textil se ha relacionado con explotación infantil en países del sur.

Dice que no, pero lo que cuenta suena bastante a batalla perdida.

Aun así no lo creo, aunque sí vemos que los iconos de ultraderecha –Ayuso ahora mismo– han conseguido algo que no ha conseguido la izquierda nunca: resignificar los términos de la propia izquierda. Ahora la libertad ya no es lo que era la libertad republicana, la libertad colectiva frente al tirano, etcétera; es la libertad de tomarte unas cañas en pleno Madrid de pandemia. Esto tiene que ver con la llamada tragedia de la socialdemocracia, que es que en vez de haber avanzado en las propuestas de socialismo, está gestionando el capitalismo. Entonces la gente se siente abandonada por los estados sociales y acaba votando ultraderecha.

Nos preocupamos por los análisis sintácticos o las fracciones, sin analizar la realidad que vive el alumnado. Ponemos el problema del tren que sale de Barcelona y otro de Andalucía y dónde se encontrarán, en vez de plantear situaciones tipo ‘tu padre gana tanto y tu madre cuánto, ¿por qué hay una diferencia salarial entre los hombres y mujeres?’

El libro empieza fuerte. Ya en el segundo párrafo dice que la escuela adoctrina. Pero lo dice en el sentido contrario al que se suele dar a este término.

La ideología neoliberal, como diría Foucault, se ha convertido en una teología, en un régimen dogmático que nos introducen como cuando te ponen una vía. Ni siquiera somos conscientes. A mi alumnado le preguntaba quién crea la riqueza de este país y me decían que los emprendedores. No me decían ‘es que ellos nos explotan’, que se diría en los años 40 o 50. Y esto se ha convertido en el modelo de los libros de texto y de lo que hacemos en clase. Nos preocupamos por los análisis sintácticos o las fracciones, sin analizar la realidad que está viviendo nuestro alumnado. Ponemos un problema diciendo que un tren sale de Barcelona a tal hora y otro de Andalucía a cual hora y dónde se encontrarán, en vez de plantear un problema diciendo ‘tu padre gana tanto y tu madre cuánto, ¿por qué hay una diferencia salarial entre los hombres y mujeres?’. Al profesorado nos han convencido de que no nos metamos en problemas y lo que hacemos es contribuir a mantener el status quo, la ideología neoliberal y el modelo del capitalismo. Paulo Freire decía que la educación tiene dos funciones fundamentales: la reproducción y la transformación. Y nos hemos centrado en la reproducción. ¿Qué pasa con la transformación, con la educación crítica?

Le traslado su propia pregunta. ¿Qué pasa?

¿Y si hiciéramos otro tipo de educación, que las asignaturas en vez de ser matemáticas, lengua, conocimiento del medio, ciencias naturales, música tuviéramos ecología, relaciones afectivo sexuales, los temas que están viviendo los chavales y chavalas fundamentalmente? Desde ahí tendrían sentido las asignaturas instrumentales, pero desde preguntas relevantes sobre lo que están viviendo. Porque si no lo que nos dicen es que para lo único que les sirve la escuela es para aprobar los exámenes, que no tiene nada que ver con su vida. Y así la escuela no ejerce su finalidad fundamental, que es formar ciudadanos comprometidos social y políticamente.

¿Podemos aterrizar estas propuestas? Se dice que necesitamos una pedagogía con enfoque de derechos humanos, feminista, etc. y creo que puede costar un poco entender de qué se habla.

La escuela no puede ser solamente un espacio en el que se transmiten contenidos – de preparación para el futuro mercado laboral– que se aprenden para aprobar los exámenes y se olvidan después. ¿Es crucial que un estudiante de 12 años sepa, por ejemplo, que las células eucarióticas tienen un aparato de Golgi? En Historia, analicemos el presente para comprender el pasado, en vez de volver una y otra vez a empezar por Atapuerca. ¿Por qué no empezar por lo que fue la represión franquista y la lucha antifranquista, que es el origen del neofascismo actual? ¿O por qué mucha gente pasó de ser de la dictadura a demócratas de un día para otro? ¿Y si convertimos las asignaturas en problemas esenciales y desafiantes actuales como la ecología, la justicia social, etcétera, para en torno a ellos articular los aprendizajes instrumentales?

La escuela no puede ser solamente un espacio en el que se transmiten contenidos que se aprenden para aprobar y se olvidan después. ¿Es crucial que un estudiante de 12 años sepa que las células eucarióticas tienen un aparato de Golgi?

¿Cómo encaja la Lomloe en todo esto?

La Lomloe recoge la metodología del trabajo por proyectos, cooperativo, desde un planteamiento globalizador e interdisciplinar que conecte las escuelas con la realidad cotidiana y los problemas sociales de su alumnado. Eso son aprendizajes instrumentales que entonces sí que tendrían sentido y serían funcionales. Por ejemplo, una pedagogía de la evaluación democrática que trabaje desde el error. Donde el error, como en la ciencia, se convierte en una oportunidad de aprendizaje y no en una ocasión para ser calificado negativamente. Eso significa reducir las ratios educativas, no puedo estar trabajando con 25 o 30 alumnos esta pedagogía del error. También una pedagogía de la inclusión, frente al modelo del emprendimiento que fomenta la segregación. Una pedagogía del compromiso, en la que los docentes trabajamos una pedagogía intercultural antirracista que eduque para una ciudadanía mundial sin exclusiones y que ponga en cuestión la Ley de Extranjería y exija que toda persona tenga derecho de ciudadanía. No es nada raro, son cosas que están haciendo en algunos centros; pues que se eleven a política educativa.


Díez, frente a la facultad en la que imparte clases.

¿Esto se ha planteado en el ministerio o de alguna manera más formal?

Ni el ministerio ni Pilar Alegría tienen interés, no lo entiendo. Cuando fuimos a hablar con ellas de la Memoria Histórica les dijimos que la ley obliga a introducir el holocausto español como saber esencial, pero solo habían introducido el holocausto judío. Y que los niños españoles aprendan el holocausto judío nos parece muy bien, pero tienen que también entender qué significó el español. Nos dicen que no, que eso corresponde a las comunidades autónomas. Siempre tienen miles de excusas, no hay voluntad política.

Va a ser difícil que las futuras generaciones cambien el modelo porque han sido adoctrinadas en la escuela en este, el neoliberal, y solo muy pocos son capaces de salirse de él. Al final la mayoría de la población acaba adaptándose porque no ha tenido ningún espacio, ningún referente de modelos alternativos al que está ahora dominando. Lo que estamos haciendo es colaborar precisamente con el enemigo.

Es que toda la izquierda parlamentaria, desde la más a la izquierda hasta la más centrada, votó a favor de la ley con la excepción de Bildu, que se abstuvo. Es una cuestión transversal.

Yo me siento avergonzado de mi propio gobierno. Y eso que he estado coordinando con Agustín Moreno el grupo de educación de Sumar. Decíamos que la primera medida era la supresión de conciertos educativos, pero [luego] no apareció tal cual [en el programa]. Lo mismo con la laicidad, la religión fuera de la escuela. Cuando la derecha llega al gobierno aplica sus políticas a sangre y fuego. Pero cuando llega la izquierda lo que hace es deshojar la margarita: ‘Bueno, vamos a derogar la reforma laboral, pero no la del PSOE, solo la del PP. Bueno, pero dentro de la del PP solo los aspectos más lesivos’.

Yo a los chavales les pregunto, ‘¿os han explicado alguna vez lo que es la plusvalía?’. Es como si ese término viniera de otro planeta. ¿Cómo van a conocerlo si lo único que tienen es iniciativa emprendedora desde infantil?

Yo a los chavales les pregunto, ‘¿os han explicado alguna vez lo que es la plusvalía?’. Es como si ese término viniera de otro planeta. ¿Cómo van a conocerlo si lo único que tienen es iniciativa emprendedora desde Infantil? Y se intenta transformar a los estudiantes en sujetos emprendedores que en el fondo son autónomos precarios, cuya perspectiva de futuro va a ser vivir pagando para morir debiendo. Esto es un proyecto de ingeniería social. Yo no entiendo que en una política de educación la competencia sea la norma de conducta y la empresa la forma modélica de sociedad.

Sabe que se habla mucho de las competencias y se debate su rol y utilidad entre el profesorado. ¿Usted cree que son neoliberales en sí mismas?

Tal y como se quieren interpretar en la Lomloe no, pero el problema es que no somos capaces de resignificar los términos de la derecha. Las competencias provienen del mundo empresarial y para los liberales el mercado era un espacio en el que la producción y, sobre todo, el intercambio de mercancías tenía lugar. Pero los neoliberales conciben el mercado como un proceso subjetivo de formación, y este giro es importante porque supone una teoría general de la acción humana en la que el sujeto es concebido, básicamente, como homo economicus. Y según esto el mercado es un proceso de aprendizaje permanente, de ajuste y de transformación individual e interpersonal, y este nuevo sujeto económico es un sujeto que aprende emprendiendo. O sea que aprende para emprender. Las competencias, en el fondo, vienen a subrayar esto.

Describe en el libro un proceso por el que uno se convierte en su propio explotador. ¿En qué consiste?

El modelo nos dice que para ser emprendedor es necesario reunir dos condiciones básicas: estar dotado de un potente espíritu empresarial y aprender a asumir riesgos. La conjunción de ambos elementos concede al individuo ese sentido de oportunidad. El emprendedor no es el simple productor de bienes o servicios, sino alguien que a partir de la información que posee –y que otros ignoran– es capaz de sacar provecho de cualquier ocasión que se le presente. ¿Cuáles serán las demandas de los consumidores? Eso requiere una vigilancia constante –que te permitirá construir las situaciones provechosas–, y esa capacidad de estar alerta ante las oportunidades de negocios es lo que obliga al chico o la chica que se está formando a dirigirse y gobernarse como si fuera una empresa, y para ello es necesario inculcarle desde muy pronto la denominada ‘cultura empresarial’.

Este es el propósito de la inclusión de una competencia clave en el currículum de los distintos niveles de enseñanza en el marco estratégico del Espacio Europeo de Educación. Esto viene de 2006, cuando la UE nos decía que la cultura de emprendimiento interpela a la ciudadanía en términos de positividad y responsabilización. La responsabilidad es una cuestión personal. Ser empresario de ti mismo. Por consiguiente, es menester aprender a adaptarse a los cambios, ser flexibles y proactivos y superar constantemente los límites. A no detenerse jamás.

El emprendimiento es la reedición del mito del sueño norteamericano, pero revestido de populismo empresarial. Lo que oculta es la pesadilla de autoexplotación que hay tras esa realidad marcada ahora por la uberización laboral, donde se desplaza el riesgo y la responsabilidad de la precariedad a la empleabilidad de cada emprendedor

Suena un poco a la llamada ‘cultura del esfuerzo‘.

A la ideología del esfuerzo, la nueva clase aspiracional. Aguanta sin dormir a base de cafeína para trabajar como si fueras dueño de la empresa, pero cobrando como un becario. El emprendimiento es la reedición del mito del sueño norteamericano, pero revestido de populismo empresarial. Lo que oculta es la pesadilla de autoexplotación que hay tras esa realidad marcada ahora por la uberización laboral, donde se desplaza el riesgo y la responsabilidad de la precariedad a la empleabilidad de cada emprendedor. La ideología del emprendimiento tiene las mismas raíces que la ideología neoliberal, que la ideología de la competencia, que la ideología del esfuerzo, que la ideología de la meritocracia o la ideología de la libertad de elección, que es el interés propio. Es decir: la pedagogía del egoísmo.

Es muy crítico con la educación financiera. ¿No le gusta per se o no le gusta cómo está planteada?

Cómo está planteada, porque lo que nos dicen es que la responsabilidad está en ti. Tú eres el responsable de que te hayan estafado los bancos porque no leíste la letra pequeña y no tenías alfabetización financiera. Se está catequizando desde la ideología neoliberal. Y le dan una vuelta más. La ideología del esfuerzo culpabiliza a la víctima de su fracaso y la ideología del emprendimiento le exige que se responsabilice individualmente. Pues ahora han retomado la ideología del pensamiento positivo, que es el complemento necesario para ayudar a adaptarse a la explotación y sentirse incluso un colaborador libre mediante técnicas de coaching emocional.

En el fondo lo que hemos producido globalmente es una mutación en la concepción del derecho a la educación: antes fue una causa social, ahora se concibe como un bien privado, una inversión

Esta ciencia de la felicidad ha servido para gestionar la frustración de grandes contingentes de población afectados por los despidos masivos y se instala en las pedagogías educativas a través de la psicología positiva y los manuales tipo Paulo Coelho para aprender a cambiar tus percepciones antes que intentar cambiar tus condiciones de vida.

¿Qué consecuencias tiene esto?

En vez de llenarse los sindicatos son las consultas de los psiquiatras las que están llenas a rebosar por depresiones. Esta ideología del éxito de la persona que no le debe a nada a nadie genera la desconfianza e incluso el odio hacia los pobres, que son perezosos; hacia los viejos, que son improductivos. Una carga hacia los inmigrantes, que quitan el trabajo, hacia los chavales que tienen dificultades de aprendizaje porque el profesorado les dedica mucho tiempo y, entonces, ¿qué hay de los míos? Es más fácil evadirse de una prisión física que salir de esta racionalidad elegida libremente, porque esto supone liberarse de un sistema de normas instauradas mediante técnicas del control del yo. Y por eso creo que en el fondo lo que hemos producido globalmente es una mutación en la concepción del derecho a la educación. Antes fue una causa social. Ahora se concibe como un imperativo económico, un bien privado, una inversión, una ventaja competitiva para insertarse en el mercado.