Si Merz está dispuesto, con la ayuda del SPD, a crear las condiciones que corten el ascenso de la ultraderecha, y a liderar el reforzamiento y la autonomía de la UE, se abrirá una ventana de esperanza para los europeos, en estos tiempos convulsos
Las elecciones legislativas del pasado domingo en Alemania dejan al país en un escenario político complicado en el momento en que necesita más estabilidad y fortaleza para hacer frente a difíciles retos, tanto en política interior como exterior.
La aritmética parlamentaria obliga al vencedor, el conservador Friedrich Merz, al frente de la Unión de democristianos y socialcristianos (CDU/CSU), a formar una gran coalición con los socialdemócratas del SPD, aunque en este caso tal vez no debería llamarse así, pues no se hace entre los dos primeros partidos porque el SPD ha caído al tercer puesto, con el peor resultado de su historia desde que existe la República Federal. Entre ambos llegan apenas al 45% de los votos, mientras en anteriores grandes coaliciones sumaban entre el 69,4% en 2005 y el 53,4% en 2017. La coalición será, por tanto, más débil que nunca, aunque la radical diferencia entre sus opositores le dará sin duda un plus de estabilidad, si no se pelean entre ellos.
El derrumbe del SPD del canciller Olaf Scholz estaba cantado. La guerra de Ucrania ha golpeado duramente la economía alemana, que entró en recesión en 2023, con tasas de inflación muy altas, lo que ha tenido un impacto muy duro sobre el nivel de vida de la población, en especial la de menos recursos, y sobre su confianza en el futuro. Además, la incertidumbre de los alemanes ha aumentado porque Scholz no ha sido capaz de fijar una posición clara sobre la guerra en Ucrania, siempre dubitativo entre sus compromisos con la OTAN y con el agredido, y su temor a que el conflicto se extendiera, mientras sufría las consecuencias de la ruptura de relaciones con Rusia, hasta tener que callar ante la voladura de los gasoductos NordStream por el país al que está apoyando con armas y dinero. Se ha tenido que enfrentar al rechazo social hacia asilados e inmigrantes, estimulado por la ultraderecha y la derecha, con la ayuda de los atentados cometidos por miembros de estos grupos, que no ha sabido manejar políticamente. Demasiados retos para una coalición difícil con verdes y liberales, que tenían su propio programa, y que al final explotó, acabando con el gobierno.
Las consecuencias han sido desastrosas para sus tres miembros. El SPD se derrumba, los liberales quedan fuera del parlamento, y únicamente los verdes salvan los muebles bajando solo tres puntos, aunque quedarán fuera de la futura coalición porque sus votos no son necesarios, y un nuevo tripartito sería muy difícil de manejar. Del resto, la rojiparda BSW queda fuera por tres centésimas, y la izquierda –die Linke– tiene una importante subida, pues casi dobla su porcentaje anterior y vuelve a entrar en el Bundestag, con un 25% del voto más joven, aprovechando el fracaso de la débil política socioliberal de Scholz.
Pero quien más lo ha aprovechado ha sido, como se esperaba, la ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD), que ha cosechado un éxito histórico, duplicando sus votos hasta superar el 20% en el conjunto del país y el 35% en el este. AfD es el partido más extremista entre los más grandes de la extrema derecha europea –entre los pequeños hay algunos abiertamente neonazis–, y se ha ido radicalizando a medida que aumentaba su apoyo electoral y lo iban abandonado sus miembros más moderados (algo que quizá nos suene en España), lo que no le ha impedido crecer hasta alcanzar un nivel de aceptación que amenaza a la democracia alemana, como está pasando en otros países europeos. Afortunadamente, Merz –a pesar de pertenecer al ala más conservadora de la Unión– se ha negado a pactar con ellos (algo que quizá no nos suene en España), y quedarán fuera del gobierno, aunque ya no se puede evitar la contaminación que algunas de sus ideas han producido en las de la Unión.
La extrema derecha avanza cuando las políticas sociales fracasan. No todos los votantes de AfD son extremistas con la cabeza rapada dispuestos a salir a la calle a quemar algo. Han votado esta opción muchos ciudadanos honrados que se han empobrecido, han perdido su fe en los partidos tradicionales, tal vez asustados por los atentados realizados por inmigrantes o solicitantes de asilo, utilizados torticeramente por la ultraderecha. Personas que se sienten vulnerables social, política o económicamente, ante un mundo que cambia demasiado rápido, que sienten temor ante el futuro. y buscan una opción autoritaria que les promete un orden tradicional y confortable, además de priorizar sus intereses, aunque sean egoístas.
No obstante, la mayoría de los votos a la ultraderecha proviene de varones de mediana edad, que viven en entornos rurales o de escasa densidad de población, muchos de ellos desempleados o trabajadores poco cualificados con un empleo precario o mal pagado, y de jóvenes sin futuro, intoxicados por las mentiras y los mensajes de odio de las redes. Gente frustrada, a los que se ha hecho creer que la culpa de su situación es de los inmigrantes o asilados, o de los políticos tradicionales que gastan su dinero en “tonterías” como la lucha contra el cambio climático y las políticas de género, o de otros europeos –principalmente del sur– que viven sin trabajar a costa de los impuestos que ellos pagan. En todo esto, la prensa amarilla, como Bild, sea escrita, digital o audiovisual tiene una gran responsabilidad.
Estos perfiles demográficos y sociales se dan sobre todo en áreas deprimidas del este del país que, después de 35 años de la reunificación, aún no han alcanzado el nivel económico del oeste. Una zona donde ha habido gran decepción con el SPD, que obtuvo en ella un buen resultado en 2021, y donde ha crecido mucho la xenofobia, aunque allí es muy baja la presencia de inmigrantes. La consecuencia es que AfD ha sido mayoritaria en los cinco länder que formaban la República Democrática Alemana, con la excepción de Berlín –que siempre ha sido diferente y donde la izquierda es mayoría— mientras que en los de la antigua República Federal ha ganado la Unión, excepto en los más pequeños: Sarre, Hamburgo y Bremen, que han sido para el SPD. Alemania queda así separada políticamente por un muro invisible que replica fielmente el real que la mantuvo dividida durante cuarenta años.
Va a ser difícil que el nuevo gobierno de coalición solucione estos graves problemas políticos y económicos que debilitan al país, ni la brecha entre este y oeste, ni la decepción con el sistema democrático de la población empobrecida. En primer lugar, porque Merz es un ultraliberal, que proviene del fondo estadounidense BlackRock, el más importante del mundo, y tal vez el más especulativo. Es contrario a cualquier regulación, subvención, o ayuda social, y partidario del capitalismo financiero de libre mercado en su expresión más pura y cruel.
También porque, aunque quisiera, puede que no se lo permita la situación económica, que es mala, y tiende a empeorar. Alemania sigue en recesión, las exportaciones han caído mucho y la industria –su principal motor económico– tiene problemas por su retraso tecnológico respecto a EEUU y China. El arancel del 25% que Trump ha prometido imponer a todas las importaciones procedentes de Europa, si entra en vigor, puede ser demoledor para la industria alemana de automoción, ya muy tocada por la bajada drástica de las exportaciones a China.
Habrá que ver si Merz se decanta ahora por levantar el freno a la deuda, introducido en 2009 en la Ley Fundamental, que limita el déficit del presupuesto federal al 0,35% del PIB, si bien contempla excepciones anticíclicas o para situaciones de emergencia como fue la pandemia. Parece que el nuevo canciller se decanta más bien por un fondo extraordinario extrapresupuestario, como el de 100.000 millones que se aprobó en 2022 para Defensa, y además con la intención de dedicarlo preferentemente a lo mismo, pero también para compensar a la industria por las restricciones medioambientales. Para validar estas medidas se necesitan dos tercios del parlamento, y la nueva coalición no los alcanza, así que están pensando que lo apruebe el Bundestag saliente, aunque no hay mucho tiempo para eso.
Todo va a depender de cómo se articule el pacto de coalición y de lo que esté dispuesto a aceptar un SPD muy debilitado ante la vencedora Unión, cuyas políticas tienden ahora a ser más conservadoras que en el pasado con Angela Merkel. Si los socialdemócratas ceden demasiado y se hacen cómplices de una austeridad que agrave la situación de las capas más desfavorecidas de la población, o si apoyan la transgresión del acuerdo europeo sobre asilo emigración –que tanto costó alcanzar– como pretende Merz presionado por AfD y por sus y propios votantes, estarán poniendo la cruz sobre su propia tumba, y dando alas a la extrema derecha, que va a aprovechar al máximo su posición actual de primer partido de la oposición.
El incierto futuro alemán puede tomar otro rumbo si se hace realidad la paz en Ucrania. Al menos, en el aspecto económico, ya que la reconstrucción del país, que se evalúa actualmente en 500.000 millones de dólares, producirá una importante reactivación de la actividad en toda Europa, y sobre todo en Alemania, que se llevará una buena parte del pastel. No obstante, una paz injusta, incompleta o fallida, muy favorable a Rusia, que no resuelva el fondo del problema, podría abocar a una inestabilidad permanente en el este de Europa y empeorar la inseguridad en lugar de resolverla. Es inaceptable que Alemania y el resto de los países europeos sean excluidos de la negociación de la paz, cuando han contribuido más que EEUU al sostenimiento de la guerra, y serán los más afectados –después de la propia Ucrania, a la que Trump pretende también excluir– por el escenario geopolítico de la posguerra.
Es precisamente el matonismo de Trump –escenificado el viernes en su humillante reunión con Zelenski en la Casa Blanca–, que no se refleja solamente en la cuestión de Ucrania, sino en los aranceles –en vigor o previstos–, y en general en su actitud despectiva y agresiva ante la Unión Europea y sus Estados miembros, lo que puede favorecer la unidad y la fortaleza de la coalición, como la de todos los europeos demócratas, para resistir esta presión abusiva y responder con firmeza en defensa de los intereses y valores propios. Merz es un europeísta convencido, y ha recibido muy mal el abierto apoyo de Elon Musk a AfD en plena campaña electoral, y sobre todo las insultantes críticas del vicepresidente de EEUU, J.D. Vance, en Múnich, a la democracia y la libertad de expresión alemanas y europeas.
El futuro canciller ha dicho que busca la independencia de la UE respecto a EEUU, y es la primera vez que un dirigente alemán dice esto desde que existe la República Federal. Lo malo es que, para él, esto se limita casi exclusivamente a reforzarse militarmente, y en consecuencia a mayor gasto militar en detrimento de la protección social. La defensa colectiva europea es una condición necesaria de su autonomía estratégica, pero no la única ni la más importante. No puede haber una defensa común sin una política exterior común que la dirija. Y ésta no se puede conseguir sin la unidad política, que está muy lejos aún, saboteada precisamente por el auge de la extrema derecha ultranacionalista y antieuropea, aliada de Trump, que controla algunos gobiernos, y crece en todo el continente.
Hay mucho trabajo por hacer para superar estas divisiones, porque una Europa desunida, fragmentada en pequeños países es presa fácil, está inerme ante la coacción de EEUU, de Rusia, o de China, y será incapaz de mantener su modelo de estado social, que, con todas sus imperfecciones, y cada vez más frágil y minoritario, es sin duda el menos malo del mundo. Si Merz está dispuesto, con la ayuda del SPD, a crear las condiciones que corten el ascenso de la ultraderecha, y a liderar el reforzamiento y la autonomía de la UE, se abrirá una ventana de esperanza para los europeos, en estos tiempos convulsos e inciertos que nos ha tocado vivir y que anuncian un cambio de era no precisamente favorable a la justicia, la libertad, y la paz.
Por supuesto, la responsabilidad no puede recaer exclusivamente sobre el gobierno alemán. Necesitará el apoyo de Emmanuel Macron –si es que el presidente francés puede renunciar a sus toqueteos con Trump y ponerse a la labor–, y de todos los gobiernos y ciudadanos demócratas que quieran defender el modo de vida europeo. Pero lo que pase en Berlín va a ser determinante para el futuro de la UE, porque sigue siendo su componente más fuerte.
El ascenso de la extrema derecha se combate con más democracia, y con políticas más sociales e igualitarias. La coacción exterior, venga de donde venga, se neutraliza plantándole cara, con determinación en la respuesta. Los matones se crecen ante actitudes conciliadoras. Si nos dejamos vencer por el miedo, seremos arrasados. Solo si nos mantenemos unidos, ganaremos. Solo si nos mantenemos firmes podremos contribuir, en Alemania, en Europa, y en el mundo, a resistir a las fuerzas oscuras, a cambiar el odio por la solidaridad, la hostilidad por la cooperación, las mentiras por los datos, la violencia por la paz. Solo si somos fieles a nuestros ideales democráticos podremos cambiar la incertidumbre por la esperanza