Ignoro por completo qué piensa Trump sobre la seguridad mundial, si es que piensa algo. Pero cada vez que proclama el derecho de los fuertes a oprimir a los débiles, agrava el riesgo de guerra nuclear planetaria
Donald Trump acusa a Volodímir Zelenski de “jugar con la Tercera Guerra Mundial”. En la cabeza de Trump eso debe de sonar coherente, ya que en dicha cabeza fue Ucrania la que invadió Rusia. El conflicto ucraniano nos ha acercado un poco más al desastre definitivo, eso es cierto. Pero quien más juega con la Tercera Guerra Mundial es el propio Trump. Tal vez ni siquiera se dé cuenta.
Al presidente de Estados Unidos, obsesionado con las audiencias televisivas, le pareció necesario, probablemente, escenificar en directo el inicio de la era neoimperialista. Ni el feroz discurso de su vicepresidente J.D. Vance en Múnich, ni sus propios compadreos públicos con Vladímir Putin, habían expuesto de forma lo bastante clara el destino de los pueblos destinados al vasallaje.
Después de la humillación infligida al presidente de Ucrania en el despacho oval de la Casa Blanca, ante las cámaras (es terrible el momento en que Trump guiña un ojo, como diciendo “esto es pura televisión”), ya no quedan dudas. En adelante, hay predadores y hay presas. Y a Ucrania le toca exponer el cuello a los colmillos de Putin.
Ignoro por completo qué piensa Trump sobre la seguridad mundial, si es que piensa algo. Pero cada vez que proclama el derecho de los fuertes a oprimir a los débiles, agrava el riesgo de guerra nuclear planetaria.
En Kiev habrán lamentado miles y miles de veces su renuncia al arsenal atómico. La disolución de la URSS dejó en territorio de Ucrania unos 3.000 misiles nucleares, y desde la independencia, en 1990, las autoridades del país anunciaron su propósito de adherirse al Tratado de No Proliferación. La desnuclearización ucraniana se oficializó en 1994 con el Memorándum de Budapest, por el que Rusia, Estados Unidos y Reino Unido se comprometieron a respetar “la independencia, la soberanía y las fronteras existentes” del nuevo país.
En 1996, dos años después, en Ucrania no quedaba ni una sola ojiva. En 2014, Rusia engulló Crimea y envió tropas sin insignias (los “hombrecillos verdes”) al territorio ucraniano del Dombás. En 2022 comenzó la invasión a gran escala.
La lección resulta clara para cualquier gobierno que se sienta amenazado por Rusia, o por China, o por Estados Unidos: sin armas nucleares, un país queda expuesto al capricho de los imperios. La conclusión, evidente, es que hace falta disponer del arma definitiva. Lo cual supone restablecer el horrendo equilibrio nuclear que durante la guerra fría mantuvieron EEUU y la URSS, pero en un todos contra todos.
Ya hemos visto cosas que no imaginábamos, como el rearme de Alemania y Japón o la militarización acelerada de países tradicionalmente inermes (bálticos y escandinavos). En los próximos años veremos una carrera armamentística en el ámbito nuclear. No será sólo Irán quien busque conseguir la bomba. La propia Unión Europea tendrá que plantearse si el modesto arsenal nuclear de Francia (el Reino Unido ya no está) es suficiente para disuadir a posibles agresores.
Evidentemente, la carrera se aceleraría si Trump se despegara de sus aliados asiáticos como lo está haciendo de sus antiguos aliados europeos. El país más expuesto es Taiwán, pero también Corea del Sur (bajo la amenaza permanente de Corea del Norte, potencia nuclear) e incluso Japón, si despertara el apetito de China, podrían sentir la tentación de sumarse al club de la bomba.
Trump está protagonizando un reality show peligrosísimo. Y, mientras humilla al pobre Zelenski, guiña un ojo.