El Teatro Pereyra ha recuperado este febrero las sesiones de cine que celebraba a finales del siglo XX. Pedro Matutes, propietario del emblemático teatro de Eivissa, asegura que los desorbitados precios de verano sirven para seguir ofreciendo cultura en invierno para los residentes
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Las paredes del Teatro Pereyra están revestidas con marès y pintadas de rosa claro, con el estilo que importaron maestros de la arquitectura autodidactas que habían estado en las antiguas colonias de América. En la parte frontal, un medallón con la fecha de su levantamiento: 1898. Casi un siglo más tarde, en la primavera de 1988, la sala vivió su última proyección, pero hay edificios que reviven, y con ellos las historias que esconden.
En febrero de 2025, la pantalla muestra a los espectadores las aventuras de Harvey Cheyne, un niño que lo tiene todo: es rico y está acostumbrado a que el mundo gire a su alrededor. Hasta el momento en que, durante un crucero con su padre, un incidente inesperado lo arroja al mar. Un barco pesquero lo rescata, pero su capitán no tiene prisa por llevar a Harvey a tierra firme. Manuel, un marinero portugués, se convierte en el mentor del niño, que termina queriendo ser pescador.
La proyección de Capitanes Intrépidos (1937) significó el renacimiento del cine en el Pereyra después de cuatro décadas enmudecido. Hacía ya días que no quedaba ni una entrada libre para ocupar una butaca en la sala, donde generaciones pasadas pudieron ver, gracias a un proyector antiguo con el que se hicieron los tres primeros socios, de Cleopatra hasta la primera entrega de La Guerra de las Galaxias. El relato marinero sirvió como arranque de la celebración del primer siglo de vida del Club Náutico d’Eivissa y arrojó el imaginario a las antiguas calles de la Marina.
El Pereyra se sitúa justo al comienzo de este barrio dedicado a la pesca que en los últimos años ha visto desaparecer muchos de sus locales míticos. Las familias de los marineros acudían a la sala para celebrar ballades, algunas de ellas, después de que sus hijos u otros familiares hubieran corrido la mala fortuna de fallecer en alta mar. Quien transmite a elDiario.es este momento histórico es Pedro Matutes Barceló, parte de la cuarta generación de propietarios del teatro e hijo de este barrio marinero de Vila, donde lleva viviendo “toda la vida”.
El Teatro Pereyra se sitúa justo al comienzo de este barrio dedicado a la pesca que en los últimos años ha visto desaparecer muchos de sus locales míticos
“Aquí hubo banquetes, bailes, mítines… para mí es un poso que sigue teniendo el aura de cinco generaciones de ibicencos que, de alguna manera, aquí se han relacionado, se han enamorado, se han emocionado… es un Cinema Paradiso a lo bestia y que, además, termina bien, porque ya no es solo un cine”. Aunque nació como teatro, el Pereyra era frecuentado por sus sesiones dobles de cine hasta finales del siglo XX y también hizo las veces de circo. Matutes admite que cuando tuvo la idea de volver a ponerlo en marcha, lo que tenía en la mente era un negocio polivalente con una faceta social que ha mantenido a lo largo de los años y hasta ahora.
Varias personas entran por la puerta principal para asistir a las sesiones de cine que se han recuperado desde su reapertura en 2024.
El teatro, ubicado entre el barrio de la Marina y el eixample de Vila, fotografiado a finales del siglo XIX con varios carros enfrente.
Las salas de cine en la isla
Fue una de las salas antiguas en Eivissa destinada a la proyección de películas que fueron cerrando poco a poco, en parte, por la aparición de los videoclubs y las plataformas piratas. Cerró así sus puertas el emblemático cine Serra, en Vara de Rey, reconvertido ahora en un hotel de lujo después de que en el año 2025 lo comprara el fondo de inversiones KKH Capital Group.
De hecho, hasta la reapertura del Pereyra, la proyección de películas en la ciudad de Vila se limitaba al Multicines. En cuanto a la isla en general, este tipo de salas se cuentan con los dedos de una mano. Otra de las más emblemáticas es el Cine Regio, inaugurado en 1973 y que sigue en pie después de superar la brutal crisis de la digitalización en 2013. Un acuerdo con el banco La Caixa permitió a los dueños sustituir el proyector de 35 mm que utilizaban hasta entonces por uno digital y así sobrevivir económicamente.
Los espectadores esperan en la Sala Sandoval, inspirada en la antigua Cuba de las colonias.
Uno de los cinematrógrafos adquiridos en 1904 y que hoy se exhibe restaurado en uno de los pasillos del Pereyra.
En el Pereyra, el viejo cinematógrafo se exhibe con cariño en el pasillo de uno de los gallineros. El sistema que utiliza ahora el teatro, después de casi dos décadas de obra, es totalmente distinto. Matutes explica, durante la entrevista con elDiario.es, que la obra (ha durado 17 años en total) fue “complicadísima”. Lo más difícil, afirma sin titubear, que ha hecho en toda su vida.
Empezó con los papeles en el año 2008 y hasta 2024, el proyecto no se hizo realidad. “No era cuestión de reconstruir la estructura para momificarla, podría haberse hecho la reforma y dejarlo todo como estaba antiguamente sin funcionalidad”. No era eso lo que querían, sino un teatro con apariencia del siglo XIX, la suya real, con la tecnología y las capacidades escénicas del actual XXI. Algo que finalmente han hecho realidad, como se percibe en la platea inclinada y la plataforma con tres alturas cambiantes. En verano, da juego a los bailarines y actores del musical Ibiza Hippy Heaven, una oda a la cultura a la época hippy ideada por Nacho Cano y destinada sobre todo a los turistas.
La obra del Pereyra ha durado 17 años. El objetivo era tener un teatro con apariencia del siglo XIX, la suya real, pero con la tecnología y las capacidades escénicas del actual siglo XXI
El legado de los Matutes
Pedro Matutes pertenece a la cuarta generación de propietarios del Pereyra. Su bisabuelo, Abel Matutes Torres, corresponsal del Banco de España, presidente de la Cámara de Comercio de Eivissa en 1904 y naviero, entre otros, fundó el teatro junto al coronel Vicente Pereyra (por el que recibe el nombre) y José Torres, comerciante de la Marina. “A finales de los años 30, mi bisabuelo empezó a comprar acciones y en los 40 el Pereyra ya era suyo por completo”, cuenta Matutes.
Más tarde, tres ramas de la familia ibicenca pasaron a compartir aquella herencia. Luego, tras comprar una tercera parte junto a los herederos de Palladium Hotel Group, los hijos del que fuera ministro de Exteriores de Aznar (1996-2000), los propietarios pasaron a ser solo dos. Hasta que hace un año, a principios de 2024, la rama familiar de los Matutes Barceló se hizo con el 100% del emblemático teatro.
El propietario asegura que el ambicioso proyecto de su reforma, centrándose solo en los números, no tiene ningún sentido. Sobre todo, en invierno, cuando la programación es más complicada de diseñar y no se saca apenas rédito económico. Lo más fácil, asegura Matutes, era cerrar y olvidarse de problemas. “Pero no pensábamos así, sino que si el Pereyra tenía que volver tenía que hacerlo como lo había hecho siempre”, expresa a elDiario.es.
La idea era recuperar el concepto antiguo, con un formato camaleónico: un lugar donde todo es posible, vinculado a la gente del barrio y a la sociedad ibicenca. Un concepto que, sin embargo, choca con los precios desorbitados del verano (las entradas se venden a partir de los 50 euros). Se trata, apunta Pedro Matutes, de una manera de financiar la vida que tiene la sala en invierno: por un lado, espectáculos de danza y música clásica, monólogos, teatro, cine… y, por otro, eventos de corte más social, parte del “compromiso” que siente Matutes con el barrio de la Marina. Éste es el verdadero leitmotiv del Teatro Pereyra.
La sala principal y polivalente del teatro con las butacas rojas dispuestas para la proyección de ‘Parthenope’, de Paolo Sorrentino.
El Pereyra, abarrotado, durante un evento institucional en el siglo XX.
Lágrimas y recuerdos
A mucha gente mayor de aquella época se le han saltado las lágrimas de emoción al ver los frisos restaurados; la Sala Sandoval, inspirada en Cuba, llena de vida, y las paredes de las esquinas donde se dieron los primeros besos recién pintadas. Históricamente, ha sido un lugar que ha combinado el ocio con otras funciones. Cuando se terminaban las sesiones de cine, se levantaban las butacas, se encendía la música y empezaba el baile.
“Yo he aprendido cómo se ligaba leyendo las crónicas de las fiestas de la época, que narran cómo, cuando terminaba la noche, a veces que el confeti les llegaba hasta la cintura”, cuenta el propietario. La sala, de hecho, tuvo el monopolio de los bailes en la isla durante casi tres décadas. Luego abrieron otras, como la sede del Club Náutico o Ebusus. Las asociaciones que no tenían una sala propia las alquilaban para organizar bailes. Se utilizaba desde para celebrar bodas a mítines políticos o sentencias de muerte en la época de la Guerra Civil.
La iluminación de la sala se ha adaptado a las necesidades de la actualidad, aunque el resto del edificio mantiene el estilo original.
Bailarines y actores escenifican una obra sobre el escenario del antiguo teatro.
Había además espectáculos: se hacía circo con equilibristas y animales, como osos y perros amaestrados que entretenían al personal asiduo del Pereyra. También era un espacio donde los ibicencos que tuvieran alguna inquietud artística podían desarrollarla. No solo musical, sino también cinematográfica. En 1928, se proyectó por primera vez una película en el Pereyra: se titulaba Andanzas veraniegas y era una creación del doctor Francisco Bordás.
De hecho, es la primera película rodada en la isla que aún se conserva, como detalló el cineasta Enrique Villalonga a Diario de Ibiza. Se trata de un documental amateur que el oftalmólogo, con una gran devoción por el cine, grabó durante una visita a Eivissa en 1927, hasta donde había viajado para dar una conferencia. Recorrió la pitiusa con una cámara y retrató así su estilo de vida.
La actividad cesó a finales de la década de los ochenta, lo que dejó toda una generación (gente menor de 40 años) que tan solo conocieron el café-concierto que regentaba la familia Harmsen, de origen holandés. En ese momento la sala principal se cerró porque había que hacer una inversión muy grande para adaptar su funcionamiento a las nuevas normas.
Una tarde de invierno en el Café Pereyra, donde varias personas toman algo después del anochecer.
Un proyecto de cine antiguo, exhibido actualmente en el pasillo de uno de los gallineros.
La Marina, cada vez más vacía
Desde su reapertura, el propietario está en la búsqueda constante de que siempre pasen cosas diferentes. “Lo que no podía ser era decir: ‘Vamos a recuperarlo, para inmediatamente perderlo”, dice Matutes. Se refiere a la sensación de pérdida constante de espacios que tiene la sociedad ibicenca. Sobre todo, en el barrio de la Marina, donde la mayoría de locales emblemáticos han desaparecido y siguen desapareciendo. El último duelo en ese sentido fue el cierre del mítico Bar San Juan.
Por eso, el empeño ahora persiste en crear un sitio que todo el mundo aprecie y sienta suyo, con precios asequibles para los ciudadanos y donde no haya una discriminación por poder adquisitivo. Uno de los miedos que enturbiaba al principio la segunda vida del teatro era que se terminara convirtiendo en una discoteca más. Pero el propietario lo tenía muy claro: “Iba a haber música sí o sí, porque es un sitio al que la gente siempre ha venido a bailar, pero no música electrónica”.
De momento, se cree haber cumplido las expectativas: crear un sitio ecléctico, donde se mezclan personas de distintas edades, tanto residentes como extranjeras, para disfrutar juntas con jolgorios heterogéneos. Aun así, de cara al invierno que viene se persiguen mejoras. Entre ellas, una programación anticipada, más rica y equilibrada. Antes, habrá que sobrevivir al verano con precios que Matutes ha asegurado no ser una barrera para los locales.