La historia de las conserveras en Bizkaia: de la explotación infantil y cortarse las manos a luchar por mejoras salariales

La investigación y exposición ‘Las mujeres de la conserva. De vocación conservera’ realizada por las historiadoras Amaia Apraiz Sahagún y María Romano Vallejo rescata las historias de las mujeres anónimas de este sector feminizado y maltratado

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Los primeros documentos históricos sobre mujeres que se dedicaban a la producción y venta del escabeche en Bizkaia datan desde el siglo XVI. Una de esas primeras mujeres –hasta la fecha anónimas– fue María Pérez de Yarza, que a diferencia del imaginario colectivo sobre lo que era en aquella época una conservera, fue una reconocida escabechera de Lekeitio de finales del siglo XVI que no sólo era afamada por la calidad de su producto, sino también por su labor que hoy denominaríamos empresarial: ella se encargaba de todo el proceso de compraventa y producción. Tal y como relata la documentación, en 1591 Pérez de Yarza llegó a un acuerdo con Pedro Muñoz, natural de Alcalá de Henares (Madrid), para enviar a la ciudad madrileña 80 cargas de escabeche de besugo. La historia de Pérez de Yarza, al igual que a las de otras muchas conserveras ha sido rescatada y sacada a la luz gracias a la investigación ‘Las mujeres de la conserva. De vocación conservera’ realizada por las historiadoras Amaia Apraiz Sahagún y María Romano Vallejo que cuenta con una exposición que mostrará su trabajo en las Juntas Generales de Bizkaia hasta el próximo 25 de abril y con motivo del Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo.

Otra de las historias rescatadas por las investigadoras es la de Magdalena de Portuondo Beotegui (Mundaka, 1741–1829), una empresaria del escabeche que contó con su propia embarcación en Bermeo y no dudó en denunciar al gremio de pesca para que todo el vecindario pudiera fabricar escabeches con entera libertad. “Desde una mirada contemporánea, la apuesta de esta mujer era abrir el negocio a toda la población, rompiendo con el poder y el monopolio impuesto por las cofradías. La resolución judicial no se hizo esperar y culminó en la Real Provisión de 11 de febrero de 1796, por la que se mandaba que los remates no se celebrasen en la condición exclusiva en poder beneficiar los escabeches privadamente los mismos rematantes, sino que fuese libre cualquiera individuo de poder beneficiar y comerciar con cuantas arrobas quisiese sin que los rematantes pudieran poner límites. Magdalena había salido victoriosa y, con ella, quienes quisieran dedicarse a la fabricación de escabeches”, detalla el estudio, que indica que gracias a ella se terminó el monopolio de las cofradías de pescadores sobre la venta del pescado y los escabeches de bonito, besugo, congrio, cimarrón y otros. “Magdalena se convirtió así en el personaje clave para la modernización y el crecimiento del negocio en Bizkaia”, sostienen las historiadoras.

El trabajo reconoce que el legado de esas mujeres se mantiene a día de hoy en las empresas dedicadas a la conserva de bonito. “Es una industria feminizada en la que algunas mujeres comenzaron a trabajar en pleno siglo XX mientras que otras lo hicieron tan solo hace unos años, todas luchando por mejorar sus condiciones laborales y por conseguir que la industria sobreviva en este mundo globalizado”, reconocen las historiadoras, que en su investigación recogen testimonios sobre las precarias condiciones laborales de estas mujeres. “La precariedad en la industria de la conserva era endémica y, a principios del siglo XX, se estaba dirimiendo en la prensa social y política la necesidad de que las trabajadoras se unieran, o que, al menos, fueran conscientes de las malas condiciones laborales que sufrían. Así, en 1903, C. Marugán, periodista, relata las condiciones de trabajo en las fábricas de Bermeo y habla de la ley de 1900, protectora del trabajo de la mujer y de niños y niñas: ‘He tenido ocasión de ver cómo en las fábricas de Bermeo se falta abiertamente a la Ley, haciendo trabajar doce horas diarias a infelices mujeres y pobrecitas niñas. Además, en casos de apuro se les obliga a trabajar de noche igual que si fueran artefactos de hierro, sin fijarse en el estado de las mujeres y la corta edad de los niños. (La lucha de clases, 12/09/1903)’”. En este párrafo de la investigación se condensan los principales retos a los que, desde finales del siglo XIX, tuvieron que enfrentarse las mujeres de la industria conservera y las grandes luchas que hubieron de afrontar durante todo el siglo XX. 


Mujeres trabajadoras de la industria conservera en Bizkaia

María Dolores Azkarate Kalzakorta comenzó a descabezar anchoas con 8 años y recuerda que no llegaba ni a la mesa de trabajo con el resto de mujeres. Por la mañana estudiaba, y por las tardes acudía a la fábrica. Otras, como Margarita Urbieta Etxaburu, entraron a trabajar en la fábrica de Martínez de Luco. En su caso, con 12 años, recuerda que quitaba la cabeza a las anchoas hasta pasar a pescados más grandes como el txitxarro. Todo ello a pesar de que por ley estaba prohibido el trabajo infantil en las fábricas hasta los 14 años. Sin embargo, tal como cuenta otra de las entrevistadas, Emilia Sisitiaga Allika, las niñas se tenían que esconder cuando aparecía algún inspector: “En las temporadas en las que había mucha necesidad había niñas menores de 14 años y cada vez que venía un inspector teníamos que escondernos hasta que se fueran, eso también pasaba en Bermeo; pero no se podía decir”, explica la mujer.

La investigación recoge que “la fábrica era el espacio donde se trabajaba, se peleaba, se reivindicaba, se vivía, se hacían amigas”. María Teresa Iramategui Baqueriza, trabajadora de la conservera Ortiz, tiene claramente guardado en el recuerdo un cartel que decía “Cumplid con vuestras obligaciones para que sean respetados vuestros derechos”, así como otro que enunciaba “Prohibido cantar canciones subversivas”. Serán las mujeres, por tanto, las que ocupen principalmente las fábricas, quedando para los hombres los puestos de encargado, latero o bien ya en la dirección. 

Otro aspecto nuclear vinculado a trabajar en las industrias eran las condiciones de trabajo. Esto se debe relacionar con cuestiones físicas, pero también de control del tiempo, con los periodos de descanso, la estacionalidad, los salarios, la maternidad… La mayoría de las mujeres entrevistadas para realizar el estudio recuerdan que era un trabajo muy duro en el que principalmente sufrían las manos. Aintzane Tellería Madariaga cuenta que antiguamente no usaban guantes para trabajar y que acababan con las manos desgarradas. “La ropa de trabajo fue algo con lo que no contaron las mujeres siempre. Trabajaban sólo con bata y unos guantes que se rompían cada dos por tres. Y estas medidas, que deberían ser implementadas en las fábricas tras el decreto 2484/1967 de 21 de septiembre por el que se aprobaba el texto del Código Alimentario Español, fue una lucha capitaneada por las mujeres de la conserva. Y es que debieron recurrir a la unión, a estar sindicadas, para que se hicieran efectivas las leyes que habían sido aprobadas”. Así lo cuenta Margarita Urbieta Etxaburu, quien luchó por los derechos de las trabajadoras de la conserva como enlace sindical en varias fábricas, consiguiendo que las empresas les aportaran un uniforme seguro para el trabajo.


Un grupo de trabajadoras del sector de la conserva en Bizkaia

La lucha obrera por mejorar las condiciones de estas trabajadoras continúa hasta 2022 que se logró firmar el nuevo convenio colectivo de Conservas y Salazones de pescado de Bizkaia, que se firmó el 17 de febrero de 2022, con una vigencia de 4 años. En aquel momento las 2.134 trabajadoras del sector denunciaban la brecha salarial del sector que emplea a mujeres en puestos de bajo rango, mientras que a mayores salarios el sector está más masculinizado. Pilar Urizar llevaba por aquel entonces 33 años trabajando en la industria conservera, en Bermeo y así lo confirma a este periódico. “Los salarios son bajísimos por la mentalidad que se tenía antiguamente y parece que todavía se cree que el sueldo de una conservera es para acompañar al del marido. Esa mentalidad viene de que antiguamente los hombres se iban a la mar y las mujeres se dedicaban a la conserva de lo que estos pescaban. Por eso muchos de los empleos son temporales y van por campañas. En esos puestos de trabajo eventuales, la mayoría de las trabajadoras son mujeres, mientras que ellos optan a cargos más altos o cuentan con un trabajo fijo. Nosotras aunque seamos fijas y tengamos antigüedad apenas rozamos los 1.000 euros”, lamenta.

Según el convenio estatal de conservas de pescado hasta 2021 el salario base anual de una maestra de fabricación –puesto en su mayoría ocupado por mujeres– era de 14.403,25 euros, mientras que el de un vigilante o el del conserje de esa misma empresa de 15,673.70. El nuevo convenio contempló un incremento salarial acumulado del 14,39% a final del periodo de vigencia. Asimismo, se facilitaba el acceso a la jubilación parcial para todas las trabajadoras a través del contrato de relevo y un protocolo de prevención y actuación ante situaciones de acoso sexual, por razón de sexo, por orientación sexual y por identidad de género. En el momento de publicar este artículo, el convenio está a punto de caducarse. “Nos gustaría pensar que el siguiente corregirá por fin las carencias históricas de que ha adolecido este sector. Durante siglos las mujeres han sido mayoría en la transformación del pescado; también, aunque en menor medida, han estado al frente de empresas y negocios. A todas les ha perseguido la precariedad. Para muchas de ellas esto es más que un modo de vida, porque son, de vocación, conserveras”, concluye el estudio.