Son casi las 22.00 y el ensordecedor ruido de la maquinaria no permite mantener una conversación en el balcón de Patricia. “Y esto no es nada, llevan unos días portándose un poco y acabando antes”, dice ya en el interior del salón y con la ventana cerrada, sin que ello impida que el sonido exterior se cuele en su vivienda. Mientras relata su experiencia a este diario, un enorme bloque de hormigón suspendido en el aire atraviesa el cielo a no más de tres metros.