El ‘sharenting’, la práctica de compartir en redes sociales la vida privada de los menores, implica que muchos padres publiquen fotos y vídeos de sus hijos sin su consentimiento, exponiéndolos a riesgos como el acoso, el robo de identidad o la vulneración de su privacidad
En primera persona – Mi experiencia criando a una niña con un hombre 14 años mayor que yo: recae todo sobre mí, estoy agotada
En septiembre de 2006, Facebook dejó de ser una red social dirigida a los universitarios estadounidenses y se abrió al público general, que se apuntó a la plataforma de Mark Zuckerberg con alegría. Para finales de año ya tenía 12 millones de seguidores y lo que siguió ya lo sabe casi todo el mundo porque la frase “yo no tengo perfil” se convirtió en el equivalente a “yo no tengo televisión”, uno de los lemas del esnob más repelente. Los usuarios compartían opiniones, pensamientos e imágenes de la vida cotidiana sin pensar en posibles consecuencias. Las vacaciones o las borracheras nocturnas de muchos de aquellos primeros habitantes de ese espacio online están documentadas. Y también la infancia de sus hijos, que no pudieron dar su consentimiento en su momento, pero que ahora ya son adultos.
Fernando, de 24 años, pertenece a esa generación de estrellas infantiles de las redes de su familia. Su madre subió fotos suyas a Facebook y “alguna al WhatsApp” dice a elDiario.es, precisamente por ese canal. Por supuesto, ella nunca le pidió permiso porque era pequeño y ahora él preferiría que su progenitora no hubiese subido esas imágenes: “Si mi imagen tiene que estar en Internet, que hoy en día hay mogollón por ahí, pues me gustaría que fuese 100% mi decisión”.
Ángela, de 23 años, no sabe si hubiese preferido que su padre subiese a Facebook y WhatsApp sus fotos como hizo cuando era pequeña. Lucía, de 21 años, ha vivido la misma experiencia y también duda, mientras que Indi dice que “depende de la foto”. Ella tiene 20 años y en su familia –su padre, su madre y sus hermanos– a día de hoy siguen sin preguntarle si les da permiso para publicar imágenes suyas en Internet. A Lucía tampoco le preguntan, pero a Ángela sí. Fernando, por su parte, comenta que ahora su tío sí le pide consentimiento –antes lo consultaba con su madre– pero que “es más una afirmación con un ‘¿vale?’ al final que un ‘te importa si…”.
Él leyó una entrevista a una chica que se hizo famosa porque sus padres colgaron una foto suya que se hizo viral y le llamó la atención. “Mucha gente la reconocía por la calle y le pedían fotos o que pusiese ‘la cara’ y se sentía superincómoda”, señala. Aunque le hacen mucha gracia los memes de niños e incluso los utiliza como stickers en Whatsapp, es consciente que es una imagen de un menor que se ha subido a Internet sin consentimiento previo y esto le “chirría un poco”.
Si mi imagen tiene que estar en Internet, que hoy en día hay mogollón por ahí, pues me gustaría que fuese 100% mi decisión
Una de esas niñas-meme es Chloe Clem, la conocida cría rubia que ‘mira de reojo’. Se convirtió en una celebridad online a los dos años cuando su madre colgó unos vídeos en YouTube con la reacción de sus hijas ante la noticia de que ese día no irían al colegio sino a Disneylandia: mientras que su hermana Lily, de siete años, estalla de alegría, ella pone una cara de incomprensión mezclada con displicencia más propia de una adulta que de una pequeñaja. En 2013, alguien hizo una captura de pantalla de esa expresión y se viralizó a toda velocidad.
La familia se forró porque es la propietaria de la imagen original y, por lo tanto, pudo monetizarla. La madre, Katie, contó hace poco a la revista People que eran pobres y gracias al meme de su hija pudieron pagar las facturas, el alquiler, la comida y hasta ahorrar. El clan continuó con su canal de YouTube hasta 2020, cuando las niñas perdieron el interés por los vídeos. A día de hoy, la progenitora tiene sentimientos encontrados acerca de su proceder y se siente algo culpable. Sin embargo, Chloe no se muestra demasiado afectada y, de hecho, siempre lleva su carta del juego de mesa What Do You Meme para enseñársela a la gente. “Es genial”, sostiene.
‘Side Eyeing Chloe’, la imagen de Chloe Clem ‘mirando de reojo’ que la convirtió en meme y celebridad a los dos años cuando su madre colgó unos vídeos en YouTube.
Si tuviese hijos, Lucía solo compartiría sus fotos en redes con perfil privado y le parece mal que haya usuarios que publiquen contenidos de su descendencia para ganar popularidad porque considera que los niños que son reconocidos por la gente ajena a su entorno pueden sentirse agobiados. Ángela tampoco piensa que esté bien y cree que en un futuro los menores podrían sentir vergüenza al ver su infancia documentada en la nube o ser víctimas de bullying. A Indi le parece que si a un adulto le puede resultar estresante que le reconozcan cada vez que sale a la calle, “imagínate lo que puede llegar a suponer para un niño”, afirma y señala la pedofilia como otro peligro potencial. Ella también subiría las fotos de su descendencia a redes con perfil privado, mientras que Ángela no publicaría nada.
El dilema del ‘sharenting’
‘Sharenting’ es un término anglosajón que nace de la fusión de las palabras share (compartir) y parenting (crianza) y se refiere a la acción de publicar contenidos protagonizados por los hijos en las redes sociales. Cuando Facebook se hizo global no había demasiada información pero en la actualidad hay cada vez más advertencias sobre los peligros de exponer a los menores en Internet. Sin embargo, la actitud de los padres y madres al respecto abarca un amplio espectro que va desde la despreocupación a la protección total.
Por ejemplo, Leticia comparte fotos y vídeos de sus tres hijas en su perfil de Instagram, que es público. Nunca le han surgido dudas acerca de si podía ser peligroso o si a las niñas les daría vergüenza que esas imágenes estuviesen en Internet porque considera son apropiadas y no las expone demasiado. “He pensado en el futuro y siempre he intentado mantener un equilibrio pero creo que, al final, son recuerdos bonitos que forman parte de su vida y de la mía”, sostiene.
Ahora que han crecido –la mayor tiene más de ocho años– les pregunta antes de publicar contenido relacionado con ellas: “A veces me dicen: ‘Mamá, sube esa foto que me gusta’, o me preguntan por qué no he puesto alguna foto suya. Y si me comentan que no les gusta, lo respeto sin dudar”. El padre también publica fotos de las niñas, aunque a veces es más reservado que ella. “Siempre hemos hablado de lo que es apropiado y lo que no, y pensamos lo mismo en cuanto a los límites. Si alguna vez surge un desacuerdo, lo hablamos pero, en general, estamos de acuerdo”, apunta Leticia.
En el otro extremo están Vega y Roberto, que nunca han colgado en Internet un contenido en el que aparezca su hija Greta, de dos años y medio. “Creemos que debe ser ella quien decida su exposición pública y qué huella digital quiere dejar en redes porque el impacto de una publicación es incalculable. Pensamos que tiene derecho a la protección de su imagen y a que sus padres no se la arruinen”, explica la madre.
Además, tienen miedo de los peligros a los que se exponen los niños en Internet. “Porno pedófilo, bullying, grooming… no son palabras que quieres que tengan algo que ver con tu hija”, apostilla. Por su parte, Roberto indica que: “Damos por sentado que los niños que apenas llevan unos años por el mundo no pueden dar su consentimiento porque no pueden entender las consecuencias de sus actos; pero lo peliagudo es que quizá tampoco los adultos estemos muy preparados para calibrar el impacto de una decisión tan aparentemente trivial como publicar una foto en la playa”.
Creemos que debe ser ella quien decida su exposición pública y qué huella digital quiere dejar en redes porque el impacto de una publicación es incalculable
Ellos lo tienen muy claro pero, por si acaso, le pidieron al resto de la familia que tampoco subiesen ninguna imagen de Greta a las redes. Las pocas veces que lo han hecho, le pixelaron la cara o le pusieron un emoji para tapársela. “Mi madre lo que hace es publicar fotos en el estado de WhatsApp y le hemos pedido que nunca publique una foto de Greta”, apunta Vega. Puede parecer que esa herramienta de mensajería no es tan pública como lo puede ser Instagram o Facebook pero lo es incluso más. Cualquier persona que la utilice puede acceder a la información visible del resto de usuarios.
Margarita, que tiene dos hijas pequeñas, tuvo que hablar con la abuela para que no pusiera nada de ellas en su estado: “Tiene una foto de las niñas en su perfil, que a mí no me hace mucha gracia, y ha subido puntualmente algún vídeo o foto a los estados. Tuvimos una conversación al respecto y ahí se dio cuenta [de que podía ser peligroso]. Desde entonces dice que ya no va a poner nada”.
La actitud de los padres y madres respecto al ‘sharenting’ abarca un amplio espectro que va desde la despreocupación a la protección total.
Qué dicen los expertos
El abogado y consultor legal tecnológico José Luis Vilaplana explica que los principales riesgos del sharenting son: “La recopilación de datos que permite crear perfiles detallados de los menores, facilitando el robo de identidad infantil. Además, la geolocalización y los metadatos en fotos pueden revelar rutinas y domicilios, exponiendo a los menores al acoso (saber si está llegando o saliendo del colegio, por ejemplo)”. Asimismo, señala que “las imágenes pueden ser utilizadas para phishing dirigido, digital kidnapping, o incluso para crear deepfakes. A largo plazo, esta huella digital permanente puede afectar sus oportunidades laborales y personales de futuro”.
En países como Francia e Italia ya se han establecido formas de regular la exposición de los menores en las redes sociales para protegerlos a nivel legal pero en España aún no existen leyes específicas. Aun así, el marco legal general (Ley Orgánica de Protección de Datos Personales y garantía de los derechos digitales y la Ley Orgánica 1/1996, de 15 de enero, de Protección Jurídica del Menor o la ley Rhodes) ofrece protección. “Se está trabajando en un anteproyecto de ley para elevar la edad mínima para consentir datos personales y regular la exposición de menores en redes”, explica Vilaplana.
En su bufete han detectado un aumento de consultas sobre conflictos relacionados con el sharenting que suelen referirse a: “Disputas entre progenitores por la publicación inconsentida de imágenes de sus hijos/as, o bien, demandas de jóvenes que desean eliminar contenido de su infancia compartido por sus padres”.
Como experto, Vilaplana recomienda que se minimice la información que se comparte: “Antes de publicar, pregúntate si la foto o el dato podrían exponer la ubicación, rutina o información sensible de tu hijo/a. Elimina los metadatos de las fotos y utiliza perfiles privados”. Asimismo, remarca que nunca hay que mostrar fechas de nacimiento completas, nombres de mascotas o imágenes de documentos: “Monitorea la huella digital de tu hijo/a y educa a tus familiares sobre estos riesgos, incluidos los abuelos. Involucra a tus hijos/as en la gestión de su huella digital a medida que crecen, respetando su autonomía y privacidad”.
¿Por qué se comparten fotos de los hijos?
Si cada vez hay más información sobre los riesgos del sharenting, ¿por qué se sigue haciendo? La psicóloga Begoña Albalat declara que hay diversos factores, pero el que más observa en su consulta es el ‘sesgo de invulnerabilidad’, que hace que las personas piensen que ‘eso’ nunca les va a pasar a ellas. “Nos ocurre a todos en diferentes ocasiones y hace que a veces se cometan imprudencias con más o menos consecuencias. Ser conscientes de esto a veces es suficiente para dejar de compartir esas fotos”, afirma.
En ocasiones, hay un componente de comparación social, mostrar una versión idealizada de la crianza o del propio hijo puede, de manera inconsciente, alimentar la autoestima del adulto
Para la psicóloga Ainhoa Plata tiene que ver con una combinación de aspectos psicológicos: la sensación de validación social que supone cada ‘me gusta’ o comentario positivo, la construcción de una narrativa pública de identidad familiar y la expresión de amor u orgullo por los hijos. “En ocasiones, hay un componente de comparación social, mostrar una versión idealizada de la crianza o del propio hijo puede, de manera inconsciente, alimentar la autoestima del adulto”, desarrolla la especialista.
Ambas están de acuerdo en que esta exposición pública puede repercutir de manera negativa en los menores, que pueden sentir vulnerabilidad, vergüenza, desconfianza o problemas de autoestima, entre otros problemas. Además, Plata siente rechazo por las cuentas en las que los padres hablan abiertamente sobre los diagnósticos o condiciones neurodivergentes de sus hijos. “Aunque su intención pueda ser ‘ayudar’ o ‘concienciar’, están revelando información que forma parte de su historial médico o psicológico, sin pensar en cómo eso puede afectarles cuando crezcan, ya sea en su identidad, sus relaciones o incluso sus oportunidades profesionales. Sinceramente, en este aspecto creo que los menores están legalmente desprotegidos”, dice.
Albalat ha tratado en su consulta el tema del sharenting en alguna ocasión con padres, pero aún no con adultos que estén sufriendo las consecuencias del comportamiento online de sus familias. Las dos psicólogas están seguras de que ese tipo de casos llegarán y cuando sus respectivos pacientes les piden consejo, las respuestas de ambas van encaminadas a alertar sobre los posibles peligros y a proteger la intimidad de los niños. “El objetivo no es demonizar el compartir algunos momentos familiares sino fomentar una crianza digital consciente y respetuosa”, concluye Plata.
Los nombres de los jóvenes que dan su testimonio en este artículo han sido cambiados por petición de los participantes para preservar su anonimato.