Si yo fuera hoy adolescente, tal vez también sería antifeminista

Cuando leo que la mitad de adolescentes y jóvenes suscriben posiciones machistas, yo veo el vaso medio lleno: ¡pocos son! Lo asombroso es que no sean más en un tiempo de incertidumbre y desconcierto, en cuyas aguas revueltas pescan los más vivos

El feminismo ha llegado demasiado lejos, tanto que se está discriminando a los hombres. Si estás de acuerdo con la frase anterior, no estás solo: la mitad de los españoles comparte una opinión que además es ya mayoritaria entre los hombres, y creciendo. Especialmente entre los más jóvenes, alertaba el CIS hace un año, y ese es el dato más chocante: que los chicos que han nacido y crecido en una sociedad cada vez más concienciada en materia de igualdad, se estén volviendo antifeministas.

Tampoco hace falta una encuesta para confirmar lo que cualquiera ve en su entorno, ya sea en el trato directo con adolescentes o en redes sociales: la misoginia se abre paso. Algunos lo verán en su propia casa, con sus hijos, los amigos de estos o los mensajes que reciben. Quienes se dedican a la enseñanza lo ven a diario. Esta misma semana, cuando intenten hacer en clase actividades por el 8 de marzo y encuentren más alumnos que no participan, rechazan o directamente sabotean, a menudo repitiendo frases hechas y chistes tomados de youtubers.

La verdad, yo los comprendo, no puedo decir otra cosa. No digo que tengan razón, al contrario: están profundamente equivocados. Pero me cuesta juzgarlos o culparlos, que es lo fácil desde la superioridad moral de quienes nos sabemos en el lado bueno. Tampoco les quito importancia, ni creo que haya que desentenderse en la confianza de que ya se les pasará cuando maduren. Me pongo en su lugar, me veo yo con catorce, quince, dieciséis años, en un mundo como el actual, y pienso que también podría ser yo uno de ellos, un chaval antifeminista. De hecho, cuando leo que la mitad de adolescentes y jóvenes suscriben posiciones machistas, yo veo el vaso medio lleno: ¡pocos son! Lo asombroso es que no sean más.

Sin nostalgia tipo “yo fui a EGB”, lo cierto es que ser chico era más fácil en mi adolescencia. Era una mierda, sí, pero era una mierda fácil. Te daban un manual de instrucciones, modelos a seguir, patrones reproducidos por el cine, los medios y la sociedad en general. Te proponían una forma de ser hombre que hoy sabemos chunga, fuente de no poco sufrimiento y en la que muchos solo encajaban a hostias; pero el camino a seguir estaba más o menos claro. Eso te daba seguridad en una edad que es pura inseguridad, cuando buscas tu lugar en el mundo y un grupo al que pertenecer, construyes tu identidad, necesitas la aprobación de los demás, lleno de dudas y miedos… La adolescencia, vaya.

Ahora ponte en el lugar de un adolescente de hoy. A la incertidumbre propia de la edad le sumas o le multiplicas la incertidumbre generalizada del tiempo que les ha tocado, y las incertidumbres propias de un cambio radical de época. También en lo que a la condición masculina se refiere: la demolición acelerada de un modelo de hombre, sin que esté del todo acabado el reemplazo. Añádele la rebeldía propia de la edad, que se dirigirá siempre hacia lo establecido (y en España el feminismo es institucional hace años: el 8M se celebra en colegios e institutos con la misma pasión que el día de la Constitución o el día de la comunidad autónoma). Y no te olvides de todo lo demás: redes sociales donde la conversación está secuestrada, gobernantes (mujeres incluidas), partidos y medios que legitiman el pensamiento más reaccionario, un viraje global hacia posiciones ultraderechistas, y en general un desconcierto en cuyas aguas revueltas pescan los más vivos.

Hoy nos fijamos en que los más jóvenes se están volviendo misóginos, pero es que también se están volviendo racistas, xenófobos, homófobos y ultraderechistas, pues la revancha política y cultural te vende el pack completo, y el feminismo solo es una de sus bestias negras. No los culpemos a ellos (ni tampoco culpemos al feminismo por sus supuestos excesos o sus divisiones), y mejor comprendamos su malestar de fondo y sus necesidades, para así darles otra respuesta. Estamos a tiempo.