Precisamente, en este momento y en esta fecha, no es momento de retóricas de hostilidad que ahondan en que hay una fractura en un movimiento tejido por una pluralidad de feminismos que, lo quiera o no el feminismo transexcluyente, existen
En todos los sectores de la sociedad, allá donde hay grupos de personas, encontramos a sujetos que entienden las relaciones de manera jerárquica, excluyente y aferrada al inmovilismo. Da igual que hablemos de política, de medios de comunicación, de empresas grandes, medianas o pequeñas, de comunidades de vecinos o de ONG, de la cultura, la academia o las redes sociales… siempre hay quienes definen los vínculos que se establecen con un paradigma de posesión, exclusividad y monogamia: lo mío es solo mío y tú estás conmigo o estás contra mí.
El movimiento feminista no está exento de esas dinámicas que ordenan las verdades en función de si son las nuestras o son las de otras. Dinámicas que ahondan en las desigualdades a base de sesgos y creencias que se aparejan a las de los grupos reaccionarios anti derechos. Es evidente que dentro del propio movimiento hay más de un feminismo, el transexcluyente que no quiere hacerse cargo de las violencias racistas, clasistas y machistas que sufren las mujeres y disidencias sexuales, y el feminismo transinclusivo que, aun siendo antirracista y anticapitalista, no impugna el relato ni las reivindicaciones de las mujeres migras y racializadas que marcharán este 8M de forma autónoma.
Particularmente me resulta difícil no entender los feminismos desde la pluralidad y la interseccionalidad. Las opresiones y violencias que sufren las mujeres y las niñas, pero también las disidencias que ponen en jaque el binarismo de género, solo pueden ser comprendidas en su profundidad si reconocemos cómo el extractivismo, el neoliberalismo, el racismo y el clasismo hacen alianza con el machismo. Una corporación travestida de fascismo que decide quién es el sujeto privilegiado a tener derechos y ser protegido por los gobiernos, las leyes y los tribunales, y cuál va a ser utilizado como chivo expiatorio para tenernos entretenidos y confrontados mientras se hacen cada vez más ricos y poderosos.
Esos chivos, esos enemigos, son los nuevos vagos y maleantes a ojos de la extrema derecha. Las personas migradas, las trans, las mujeres solteras, la que tienen discapacidad, las que reciben ayudas y prestaciones, las racializadas y que también deben ser “remigradas” aunque sean nacionales, las personas sin hogar las disidencias sexuales, políticas culturales… hasta los funcionarios. Y también los nuevos terroristas: los defensores del medioambiente, de los derechos humanos, del trabajo digno, la sanidad pública, la información y el periodismo… La lista de nuevas amenazas y enemigos puede ser interminable, en este momento distópico que estamos viviendo, para los líderes de la Internacional del odio (que tan bien describe Juan José Tamayo en un libro del mismo título)
Precisamente, en este momento y en esta fecha, no es momento de retóricas de hostilidad que ahondan en que hay una fractura en un movimiento tejido por una pluralidad de feminismos que, lo quiera o no el feminismo transexcluyente, existen. Alejémonos pues de las retóricas de enemistad que nos colocan en un marco patriarcal de interpretación del momento actual más acorde con claves de dominación que de liberación. Los signos de los tiempos nos interpelan a los feminismos a mirar más allá de esta división, más allá de la lógica de la exclusividad y la dominación. El feminismo son relaciones libres, no sometidas a una verdad excluyente y monógama.
Es un momento de ampliar alianzas para hacer frente a la desinformación, la incertidumbre, el miedo y la violencia, no para luchas sectarias que contribuyen a todo lo anterior. Es el tiempo de un movimiento feminista que haga bandera de la cultura de la paz y defienda la dignidad humana en un mundo donde las violencias patriarcales están interconectadas y afectan a las más vulnerables y a los suyos. Es tiempo de resistencia. Como decía Judith Butler hace unas semanas“De lo que sí disponemos ante un escenario así es de la posibilidad de soñar de forma colectiva, lo que nos permitirá poder reconstruir. Ya hemos experimentado el fin del mundo. ¿Qué viene ahora?”.