Trump es, al fin y al cabo, un especulador inmobiliario. Y su secretario del Tesoro, Scott Bessent, fue especulador monetario a las órdenes de George Soros y luego se dedicó a los fondos de inversión de alto riesgo
Ya hemos comprobado que Donald Trump es impredecible. Vive en su propio reality televisivo y considera que las audiencias equivalen a respaldo popular, por lo que retuerce el guion en cuanto le parece que su programa pierde pulso. La primera temporada (de enero de 2017 a enero de 2021) terminó con un brutal cliffhanger: proclamó que su derrota electoral era resultado de un fraude y patrocinó un asalto al Capitolio tan grave como grotesco. No puede decirse que la segunda temporada haya defraudado.
Sabemos que explota su experiencia en el reality ‘El aprendiz’ (2008-2017), sabemos que improvisa, sabemos que sabe cómo electrizar (para bien o para mal) a la audiencia. Lo que no sabemos es lo que hay detrás, es decir, el guion básico o programa político, si lo hay, y sus objetivos fundamentales, al margen de la orgía narcisista, el autoritarismo y eso tan vago de “hacer grande a América otra vez”.
Centrémonos en la economía. Trump ha prometido imponer aranceles muy elevados a las importaciones estadounidenses, pero de momento los quita, los pone y vuelve a quitarlos. Entretanto, se ha enemistado con casi todos los aliados tradicionales de Estados Unidos. ¿Tiene sentido lo que hace?
Según varios de sus asesores, a Trump le gusta el “plan de las tres flechas” que aplicó desde 2012 en Japón el primer ministro Shinzo Abe, asesinado en 2022. Recordemos que Trump llegó a su primer mandato de forma casi accidental: se presentó a las elecciones con el objetivo de publicitar su proyecto de crear un canal de noticias, no para ganar. Pero ganó. Y tuvo que recurrir a ideas de emergencia. Las “tres flechas”, que siguen seduciéndole, consistían en una expansión monetaria basada en una reducción drástica de los tipos de interés, un estímulo fiscal generado por la doble vía del aumento del gasto público y la reducción de impuestos y, en tercer lugar, en la supresión de subsidios y de empleos en la administración. En Japón, un país económicamente estancado, sólo funcionó al principio.
Yanis Varoufakis, catedrático de Econometría y Política Económica y ministro de Finanzas de Grecia durante unos meses de 2015 (dimitió por su rechazo al “austericidio” impuesto por Alemania), afirma que hay que tomar muy en serio los planes de Trump. Según Varoufakis, Trump cree sinceramente que Estados Unidos sufre una explotación por parte del resto del mundo.
Como el dólar es la moneda de intercambio internacional y el refugio que se considera más seguro, los demás países (en especial los asiáticos) compran con avidez cualquier emisión de deuda estadounidense. Eso permite a Estados Unidos sostener sin grandes dificultades su endeudamiento astronómico, pero a la vez mantiene alta la cotización del dólar respecto a las demás divisas de importancia. Y eso, según Trump, impide que las exportaciones de Estados Unidos sean competitivas. Varoufakis admite que los planes de Trump resultan anacrónicos, porque sueña con recuperar una industria metalúrgica (acero, automóviles) propia del siglo XX, no del presente. Pasemos por alto ese detalle.
¿Cómo espera Trump mantener el dólar como moneda refugio, o sea, seguir disfrutando de una deuda barata, y a la vez devaluar el dólar para mejorar la competitividad de la industria manufacturera? Por la vía de la amenaza. Trump piensa que aplicando aranceles insostenibles, los bancos centrales extranjeros (el europeo, el británico, el chino, el japonés) se verán forzados a negociar y a bajar hasta prácticamente cero los tipos de interés, con lo que sus monedas se devaluarán.
De esta forma, según la teoría que Varoufakis atribuye a Trump, Estados Unidos tendrá importaciones más baratas, con lo que sus propios consumidores notarán poco los aranceles. La siguiente fase del presunto plan consistiría en obligar a las demás potencias a vender títulos en dólares y comprar con el importe deuda en su propia divisa, provocando una revaluación de las monedas competidoras con el dólar.
Todo esto parece confuso, complicado e improbable. Y demasiado aburrido como para utilizarlo en el reality presidencial. Pero Trump es, al fin y al cabo, un especulador inmobiliario. Y su secretario del Tesoro, Scott Bessent, fue especulador monetario a las órdenes de George Soros y luego se dedicó a los fondos de inversión de alto riesgo. No resulta descabellado suponer que quieran apostar contra el resto del mundo y ganar, creando un nuevo sistema mundial en el que Estados Unidos disfrutaría de todas las ventajas sin sufrir ningún inconveniente.
También podría ocurrir que el resto del mundo, encabezado por China, se hartara de las amenazas y estableciera un orden propio, un nuevo Bretton Woods, con una moneda distinta al dólar. En ese caso, Estados Unidos perdería su ventaja y cargaría con enormes inconvenientes.
La nueva temporada del reality promete ser trepidante.