Los hombres como Feijóo apoyan las reivindicaciones sensatas de sus abuelas pero no las locuras de sus nietas. El líder del Partido Popular, casi por casualidad, recoge el espíritu de este tiempo en el que el antifeminismo ha acabado calando
Estaba reflexionando sobre los retos actuales del feminismo y su relación con los retos de la clase obrera, a la que pertenecemos todas y todos los que tenemos que trabajar para vivir, y vino Alberto Núñez Feijóo a darme una solución mágica: hay que volver al feminismo de nuestras abuelas. Me dio tremendo bajón tener que volver a luchar por abrir una cuenta sin permiso del marido que no tengo, pelear para que las mujeres jóvenes no tengan que ir a abortar a Londres, las pudientes, a antros insalubres, la mayoría, volver a vivir cómo una mujer maltratada que ha reunido fuerzas de la nada para denunciar al maltratador tropiece con las instituciones y la sociedad que deberían protegerla y que conspiran para que guarde silencio. Hay que recordar que hace 50 años, antes de 1975, las mujeres, al casarse, volvían a ser menores de edad, y necesitaban el permiso de su marido para trabajar, sacarse el pasaporte o pedir un préstamo.
Nostalgia del feminismo de nuestras abuelas. Abuelas, porque no son mujeres, son estereotipos, seres dulces y cuidadores, gente adulta. Las nietas, unas frívolas, quieren ganar lo mismo que sus compañeros masculinos, ocupar puestos de poder, tener relaciones igualitarias y el derecho a equivocarse, no depender de la energía masculina para llegar adonde quieren llegar. Los hombres como Feijóo apoyan las reivindicaciones sensatas de sus abuelas pero no las locuras de sus nietas. El líder del Partido Popular, casi por casualidad, recoge el espíritu de este tiempo en el que el antifeminismo ha acabado calando. Así lo dice el último estudio que Ipsos: el 51% las personas se definen como feministas, cuatro puntos menos que el año pasado, y cada vez son más quienes piensan que la lucha por la igualdad ha llegado demasiado lejos y que ahora son los hombres los discriminados. Un 52% de los españoles piensa esto, más de la mitad de la población, a tenor de este barómetro. Lo creen el 60% de los hombres y el 43% de las mujeres, todos ellos, parece ser, víctimas de un feminismo que les ha privado de algo que casi nadie sabe definir ni explicar.
La buena noticia es: el feminismo sigue siendo incómodo. Para ellos y para nosotras. Porque las feministas no somos un bloque homogéneo sin diferencias internas y contradicciones (conservadurismo, transfobia, racismo, clasismo) y los hombres, incluso los hombres machistas, tampoco. Hay un gran consenso en lo ya conseguido, porque a toro pasado cualquiera te firma una verónica, y una incomodidad manifiesta en las reivindicaciones que tienen que ver con el género y los roles, porque estos afectan a lo más íntimo, a nuestra identidad. A la nuestra y a la de los hombres. Un mundo en el que los jóvenes están más dispuestos a acabar con la dualidad hombre y mujer y en el que la natalidad no deja de bajar es desestabilizador, por no hablar del resto de ansiedades vitales y económicas que no nos dejan dormir. Pero esto, lo que vivimos ahora, ya lo vivieron esas abuelas a las que apela Feijóo, las primeras mujeres que saltaron al vacío sin red, las que fueron histéricas y ahora son sensatas.
Sí, en este marzo de 2025 tenemos que preocuparnos por la misoginia organizada en redes, por esa manosfera construida a golpe de podcast y de dinero que ahora está instalada en la Casa Blanca y se ha vuelto viral, pero los chavales que se beben estas consignas ni son el enemigo ni son irrecuperables para la igualdad. Al mismo tiempo, hay que abandonar el lenguaje victimista y el que alude a los privilegios de los hombres y su pérdida y afinar en el señalamiento de los que causan los problemas e impiden que nuestras vidas mejoren. Repartir carnés de feminismo o reducirlo a la lucha de sexos es profundamente conservador, y hemos de evitar caer en la trampa de la ultraderecha que nos quiere en la cocina y pariendo sus hijos. El feminismo no es un exclusivo de mujeres blancas cultas y acomodadas y tampoco la mayoría de los hombres son blancos adinerados coleccionistas de privilegios. Desechar las dinámicas de la culpa y el agravio y sustituirlas por las que mejoran la vida de todos es también una tarea del feminismo de 2025, que habrá que afrontar con la valentía de nuestras abuelas y elevándonos sobre sus logros.
Ni un paso atrás. Eso nunca. Avanzaremos, defenderemos lo conseguido y cuidaremos a las mujeres más vulnerables que nosotras, las que sufren discriminación diariamente por edad, clase social, por ser inmigrantes, por ser pobres y vulnerables. Llueven piedras y peligran derechos conquistados, pero seguiremos siendo, un marzo más, igual de incómodas que las abuelas feministas que Feijóo, sin ser consciente de lo que dice, añora.