Lluch está ingresada en el hospital cuando habla para este reportaje. Tiene 20 años y muchos planes. Cuando solo tenía cuatro, se sometió a un trasplante hepático que le salvó la vida. Llevaba desde los nueve meses esperando un hígado, pero las listas de espera infantiles se atascaban porque afortunadamente la mortalidad de niños es baja en España. Ningún familiar era compatible y su padre, que falleció el año pasado, era diabético. “Y apareció un ángel sin pedírselo”, afirma su madre. Cuando la cuenta atrás era ya una angustia, la pequeña recibió un pedazo de hígado de la hermana de su mejor amiga. De no haber sido por Ana, donante en vida sin habérselo planteado antes y sin pensárselo apenas, Lluch habría muerto, hoy no estaría estudiando Derecho en la universidad y no tendría una agenda repleta de planes.