La pandemia nos cambió la vida hace cinco años, y nos ha dejado un mundo postpandémico nada bonito. Lo de que íbamos a salir mejores era una broma, vale. Pero nadie nos advirtió de que quedaríamos tan tocados
Cinco años después de que el coronavirus irrumpiese en nuestras vidas, todavía sufrimos algunos de sus peores síntomas. No me refiero al llamado “Covid persistente”, que padecen cerca de dos millones de personas en España, incapacitadas para hacer vida normal por cansancio, malestar, dificultad para respirar, dolores físicos o mentales que no encuentran remedio. Hablo de otro Covid igual de persistente: el político y social, cuyos síntomas son similares pero actúan sobre el cuerpo social, y que también nos han cambiado la vida. Aquí van algunos de sus efectos de larga duración:
-Cansancio extremo: no es que antes de la pandemia llevásemos vidas relajadas, pero la sensación es que todo se ha acelerado e intensificado desde entonces. Tras el parón total del confinamiento y los meses de restricciones (con su “fatiga pandémica”), nos lanzamos a una carrera loca que nos está matando. Bienvenidos a “la era del gran agotamiento”, como ya la han bautizado los sociólogos. “¿Cómo estás?” “Cansado”. Trabajo, ritmo de vida, hiperproductividad, estrés, pantallas, incertidumbre, bombardeo informativo, política estridente…, todo nos agota.
-Malestar general: aliado con el cansancio, un malestar social que ya venía de antes (no habíamos terminado de levantar cabeza de la crisis de 2008), y que desde la pandemia multiplica el descontento ciudadano. El aumento del coste de la vida, la crisis de vivienda, la precariedad que no cesa pese a los buenos datos de empleo, la parálisis política, la sucesión de sobresaltos, la falta de futuro, las guerras culturales, la revancha reaccionaria…, todo contribuye a un malestar difuso, casi innombrable pero permanente, en cuyas aguas revueltas pescan los más listos.
-Dificultad para respirar: el aire compartido se ha ido enrareciendo hasta volverse irrespirable: polarización máxima, antipolítica, negacionismos varios, desinformación, pseudomedios, bulos, lawfare, fango, linchamientos, delitos de odio, judicialización de la política y politización de la justicia, abogados cristianos y demás generadores de ruido. La pandemia dio alas y radicalizó a ciertos personajes, colectivos y partidos que desde entonces nos amargan la vida. La propia Díaz Ayuso, que no era nadie y en la pandemia se hizo un nombre mediante la confrontación total y la defensa loca de la “libertad”. El “ayusismo” se ha extendido como forma de estar en el mundo.
-Dolores musculares: ciertas partes del cuerpo social quedaron muy doloridas con la pandemia y no se han recuperado. Empezando por la sanidad pública, cuyos trabajadores se llevaron la peor parte, y que no han visto mejoradas sus condiciones como se prometió: la sobrecarga, cuando no el colapso, es ya el estado natural del sistema público, especialmente en atención primaria. Además, otros dolores que ya conocíamos pero que tras la pandemia se han agudizado. Por ejemplo, la turistificación, fuente de creciente malestar ciudadano y cuyas peores consecuencias sufren cada vez más ciudades y pueblos: tras el parón pandémico nos hemos propuesto batir todos los récords, adiós a cualquier promesa de “nuevo modelo productivo”.
–Daños a la salud mental: por si la propia pandemia no había causado ya bastante destrozo psicológico (especialmente en adolescentes y jóvenes, pero también agravando problemas previos), la combinación de todo lo anterior nos deja un cuadro de ansiedad colectiva, a veces en sentido figurado, a veces real y diagnosticable. Somos el primer país del mundo en consumo de benzodiacepinas, recetadas a mansalva para la ansiedad y el insomnio, y desde la pandemia no deja de crecer su consumo, pues el malestar social se ha patologizado. Repito: primer país del mundo. Algo no va bien.
-Niebla mental: la atención se ha convertido en el don más deseado, un lujo que algunos buscan en retiros de fin de semana y libros de autoayuda. No podemos concentrarnos, distraídos, agitados, dispersos, sobreexcitados, enganchados, perdidos en la multitarea y la novedad permanente. No es la pandemia, no es el virus, pero sí el mundo que se nos ha quedado después de la pandemia, y que a veces hace que hasta echemos de menos aquellas semanas de confinamiento en que todo cesó. Nostalgia malsana, dice mucho de nuestras carencias y anhelos.
Normal que no queramos hablar mucho del tema, o nos limitemos a recordar lo anecdótico de aquellos días. La pandemia nos cambió la vida, y nos ha dejado un mundo postpandémico nada bonito. Lo de que íbamos a salir mejores era una broma, vale. Pero nadie nos advirtió de que quedaríamos tan tocados. Ánimo.