España bajo la sospecha continua: cómo el franquismo creó una sociedad que se vigilaba a sí misma

Diversos investigadores aportan las claves para entender cómo el régimen franquista logró perpetuarse en el poder durante cuatro décadas a base de persecución, miedo y castigos en un nuevo ensayo grupal publicado por Espasa

Cómo el franquismo utilizó el cine para hacer propaganda de las colonias

Más allá de las torturas, el encarcelamiento y los asesinatos, el régimen franquista ideó toda una estructura de persecución y coerción que permeó a todos los niveles de la sociedad. La recién creada dictadura en 1939 quiso desde el principio que la más leve de las disidencias quedara segada sin contemplaciones. Para ello, creó todo un aparato jurídico, pero también hizo fermentar un estado social en el que la vigilancia de unos a otros llegó a ser la normalidad. Ya no hacía falta un policía en cada calle, los ojos del régimen estaban en las garitas de los bedeles y los porteros, de los serenos al caer la noche.

Los historiadores Ana Asión y Sergio Calvo han coordinado para la editorial Espasa Bajo sospecha. Historia de una sociedad vigilada (España, 1939-1975), un completísimo libro coral con las primeras plumas de la historiografía española contemporánea. La investigación grupal retrata los entresijos de un franquismo que quería tenerlo todo bajo control y que, para conseguirlo, desató una oleada indiscriminada de miedo que duró cuatro décadas. 

La represión contra el movimiento obrero y las demandas estudiantiles, la represión específica hacia las mujeres, el control de los medios de comunicación y la censura en el cine formaban parte esencial de ese aparato represivo que no acabó de desmontarse con la llegada de la democracia, y que en la actualidad encuentra ese eco que continúa señalando a las minorías, a la disidencia, a las clases populares. “El miedo como herramienta de control, de violencia y represión fue utilizado por el franquismo desde su victoria. Con estas investigaciones damos a conocer cómo ese miedo llegó a cristalizar en toda la sociedad, se normalizó, se impuso como lo habitual”, introduce Asión, profesora de Historia del Arte en la Universidad de Zaragoza e investigadora especializada en el cine español durante la dictadura.


Bajo sospecha: Historia de una sociedad vigilada (España. 1939-1973), de Ana Asión y Sergio Calvo

Represión a base de leyes y golpes

Nicolás Sesma, de la Universidad Grenoble Alpes, indaga en la trama jurídica dispuesta por el régimen para vigilar, controlar y castigar cualquier tipo de acción que se saliera de lo establecido, tanto por las leyes como por la moral nacionalcatólica impuesta desde 1939. “Aberrante es la palabra que mejor define ese aparato jurídico ideado por la dictadura con toda una serie de leyes que siguieron vigentes incluso una vez conseguida la democracia”, apunta Asión.

Estos investigadores aportan la primera imagen que a todos se nos viene a la cabeza cuando hablamos de represión. Es aquella más dura, más cruel y tiránica, la que atañe directamente a la integridad del individuo

Ana Asión
Coautora del libro, profesora de Historia del Arte en la Universidad de Zaragoza, e investigadora

“Primero la Gestapo nazi durante los años de posguerra y después la CIA y el FBI en los años 50, en el contexto de la Guerra Fría, ayudaron a la creación, modernización y perfeccionamiento de la actuación de la Brigada Político Social”, apunta en el libro Pablo Alcántara, historiador de la Universidad Autónoma de Madrid. El también autor de La DGS. El palacio del terror franquista (Espasa, 2024) ofrece una visión puramente política de la represión ejercida por el régimen: “Estos dos investigadores aportan la primera imagen que a todos se nos viene a la cabeza cuando hablamos de represión. Es aquella más dura, más cruel y tiránica, la que atañe directamente a la integridad del individuo”, resume la coordinadora. 

Control de periodistas, control de la opinión

El control social y cultural, a través de la censura y la propaganda, es otro de los grandes temas que aborda la investigación. Más allá de la fuerza, el franquismo utilizó para sus fines una narrativa que siempre intentó que le beneficiara. El régimen incluso juzgó a los que se podían considerar como propios. Es lo que ocurrió con el poeta ultraísta Ramón Goy de Silva, que declaró ante el tribunal llevando en la mano una portada de ABC con un panegírico suyo dedicado al general Franco.

Este pasaje de la historia es uno de los tantos que el investigador de la Universidad de Alicante, Juan A. Ríos Carratalá, cita en su capítulo. El experto también menciona el Registro Oficial de Periodistas, que requería una adhesión al Glorioso Movimiento Nacional, como una apisonadora a la hora de poder informar con libertad. 

En cuestión de género, el único patrón a moldear era el de la mujer, de ahí que resultasen más llamativos los mecanismos de violencia utilizados de manera específica sobre ellas que sobre los hombres

Irene Abad Buil y Sescún Marías Cadenas
Investigadoras de la Universidad de Zaragoza

Según las cifras aportadas por Ríos, hubo unos 119 periodistas y escritores represaliados por el franquismo, desde los que encontraron la muerte por diversas razones hasta aquellos condenados a seis años de cárcel. Entre ellos, nombres como los de Antonio Buero Vallejo, Álvaro Retana, Javier Bueno, Eduardo de Guzmán y Eduardo de Haro. “Ríos estudia un momento muy temprano de la dictadura para esbozar cómo el régimen siempre quiso controlar a la opinión pública. Quien controla a los medios, controla a la población”, resume Asión.

Contra los cuerpos y las mentes de las mujeres

Irene Abad Buil y Sescún Marías Cadenas, por su parte, sostienen que “en cuestión de género, el único patrón a moldear era el de la mujer, de ahí que resultasen más llamativos los mecanismos de violencia utilizados de manera específica sobre ellas que sobre los hombres”. Estas investigadoras de la Universidad de Zaragoza desarrollan el concepto de “represión sexuada”. Ambas exponen cómo durante la dictadura no existió diferencia entre sexo biológico o condición de género. “De ahí que la represión de género sea entendida como aquellos actos de violencia que pretenden atacar, dañar o destruir los cuerpos y las mentes de las mujeres con el fin de construir un modelo concreto de mujer, en este caso, el modelo franquista de mujer”, señalan en el libro.

De nuevo, el miedo como forma de control: “El miedo, el silencio y la renuncia al desafío de las normas, la condena a la pobreza en muchos casos, y la conversión forzada al modelo de mujer franquista resultaban necesarios si se quería convivir en sociedad y no ser censurada”, añaden. Ahí quedaba el aceite de ricino que les obligaban a ingerir, el rapado de sus cabelleras, el robo de sus hijos o el brazo ejecutor en el que se convirtió la Sección Femenina de la Falange a través de sus numerosos tentáculos, como el Patronato de Protección a la Mujer.

Contra los estudiantes y los obreros

Alberto Carrillo-Linares, de la Universidad de Sevilla, trata la represión de baja intensidad en el movimiento estudiantil antifranquista o la llamada “burorrepresión”. “No hay gritos ni palizas, es un modo de operar por parte del Estado y sus administradores silencioso y discreto que aunque se aplica de manera individual, se utilizó masivamente en los últimos diez años de la dictadura”, escribe. Calvo, experto también en este ámbito, recalca que también existió “esa represión que pasa desapercibida, cotidiana, como las multas que ponían a los estudiantes y que verdaderamente truncaron la vida de miles de personas”, completa.

Hay informes de la Brigada Político-Social en los que buscan jóvenes y apuestos con apariencia juvenil para matricularse en la universidad e infiltrarse en el movimiento estudiantil.

Sergio Calvo
Coautor del libro e historiador

Cristian Ferrer García, investigador de la Universidad de Zaragoza, recoge las tácticas ideadas por el régimen para desarticular cualquier conato de subversión. Los trabajadores no solo sacaban músculo en las fábricas: “Los barrios obreros se convirtieron en escenarios de lucha, donde los lazos de solidaridad y la cultura militante se reforzaban”, defiende. 

Y añade: “La vida cotidiana de los trabajadores, sus rutinas y las relaciones que construían en sus barrios desempeñaron un papel clave en la organización de las protestas y en la creación de una identidad colectiva que desafiaba al régimen”. La desactivación de esta oposición no tenía límites. “Hay informes de la Brigada Político-Social en los que buscan jóvenes y apuestos con apariencia juvenil para matricularse en la universidad e infiltrarse en el movimiento estudiantil. O que buscan hombres de edad madura y aspecto curtido para infiltrarse en las fábricas”, comenta como curiosidad Calvo.

Censura hasta en el cine complaciente

Asión es la responsable de abordar lo que ha llamado “la dictablanda cinematográfica” tras analizar el control y la censura sobre el audiovisual complaciente del momento. Esta experta en Historia del Arte ha decidido centrarse en aquellas producciones que, a priori, no deberían suponer un problema para el régimen pero que, irremediablemente, también debían sortear la férrea censura dictatorial. “Incluso en las películas más complacientes y que no suponían peligro alguno, el franquismo siempre cambiaba algo”, subraya.

La Junta de Clasificación y Censura se encargó de alterar los guiones que analizaba. “En ocasiones, los censores mandaban eliminar alguna palabra malsonante, algún insulto, o alguna referencia a un país con el que en ese momento España no mantenía buenas relaciones diplomáticas. Son detalles y matices que hacen que el público no pueda observar el producto ideado por el cineasta”, desarrolla la especialista. “El franquismo quería tener controlado todo a todos los niveles, hasta lo que pudiera parecer más inocuo e inofensivo”, añade.

Ya hubo un tiempo en el que el miedo y la persecución caló en España. Lo peor sería no despegarnos de la idea de que eso debe ser lo normal, como ya sucedió

Ana Asión
Coautora del libro, profesora de Historia del Arte en la Universidad de Zaragoza, e investigadora

Bajo sospecha tampoco rehúye cómo el advenimiento de la democracia se dio sin derribar algunos puntales que durante 40 años habían soportado a todo un régimen. “Muchas de las cosas que vemos hoy que suceden en España es por la experiencia acumulada de este país. Ni siquiera cuando llegó el PSOE al poder en 1982 se dio la más mínima depuración de policías o jueces. Decir que desde la muerte de Franco hubo una España democrática es una afirmación altamente peligrosa”, sostiene Calvo. Asión, por su parte, recuerda que hace 50 años murió Franco, pero no el franquismo. “Ya hubo un tiempo en el que el miedo y la persecución caló en España. Lo peor sería no despegarnos de la idea de que eso debe ser lo normal, como ya sucedió”, finaliza.