En cuestiones bélicas no se tolera disentir. Lo estamos viendo de nuevo. Parece consenso, pero es una apisonadora. Va de arriba abajo. Lo han decido los Gobiernos, y su plan ahora es imponer esta decisión a sus respectivos ciudadanos. No hay tiempo para convencer, el horno no está para bollos
Los pragmáticos siempre están del lado del poder. No en vano, lo más pragmático es estar con quien manda. Esto lo vemos ahora con los pragmáticos en cuestión de defensa. Van de realistas, pero son los más fantasiosos. No solo se lo creen ellos mismos, sino que encima se empeñan en hacernos creer a los demás que incrementar el gasto en armas no va a suponer reducir el gasto en otras partidas, sobre todo en las que atañen a los más pringados, que son los que siempre acaban yendo a las guerras como carne de cañón. Dan lecciones de realismo, y aseguran que las armas disuaden solo con tenerlas. Pero quien tiene armas las usa. Sucede con la Asociación Nacional del Rifle, y ocurre con los países.
La alternativa a la guerra es el pacifismo. Solo la paz es lo opuesto a la guerra. La famosa paz romana, aquella máxima de clase de latín, que decía “Si vis pacem, para bellum” (si quieres la paz, prepárate para la guerra), la forjó un Estado imperialista, la antigua Roma, que quiso ser ama del mundo. Siempre es lo mismo, aunque siempre se crea que el momento actual es diferente, pero por eso es lo mismo. Como ser pacifista cuesta la vida, resulta más pragmático tolerar el belicismo, que solo cuesta la vida de los otros. A Jean Jaurès, el dirigente socialista francés que se opuso radicalmente a participar en lo que iba a ser la I Guerra Mundial, le mataron de un tiro en París, para quitarle de en medio, y así la guerra pudo tener lugar sin una oposición real. A los pacifistas los matan antes, pero luego va el mogollón al matadero.
En cuestiones bélicas no se tolera disentir. Lo estamos viendo de nuevo. Parece consenso, pero es una apisonadora. Va de arriba abajo. Lo han decidido los Gobiernos, y su plan ahora es imponer esta decisión a sus respectivos ciudadanos. No hay tiempo para convencer, el horno no está para bollos. Por eso se evita el debate social y político. No hay diálogo, ni preguntas, al respecto. Algún articulillo suelto se puede permitir. Su mera presencia anecdótica convierte en anécdota cualquier disconformidad.
Cada vez que se empieza a decir soberanía, la cosa se pone mal. Esto lo aprendí aquí, en Catalunya. Un soberanista es un nacionalista con servicio doméstico. Los antiguos eran menos refinados y en vez soberanía decían patriotismo. En política, es muy difícil liberarse del patriotismo. Hasta a Pablo Iglesias se le llenaba la boca con la palabra patriotismo. Pone mucho arengar a las masas. El soberanismo es el patriotismo pronunciado con Auto-Tune. Lo opuesto a ser soberano no es estar sometido, esto es más bien una consecuencia de lo primero, pues no hay soberanos sin súbditos. La soberanía no es más que otra forma de ejercer la autoridad, lo mismo da que sea individual o colectiva o popular. El leviatán es el buen salvaje con estudios. La única alternativa a ser soberano es ser libre.
Ahora mismo, un soberanista sería capaz de poner la mano en el fuego amigo para intentar convencernos de que solo la soberanía militar garantiza el bienestar social. Y, a la vez, con la otra mano nos tapa los ojos para que no miremos hacia las bases americanas instaladas en Europa. Pero es que la soberanía, bien entendida, nunca empieza por uno mismo, sino que empieza y acaba en quien manda. En España fue así. De esto, el año que viene se cumplirán 40 años: una vez hubo aquí un referéndum donde se aprobó el cierre de las bases americanas a cambio de ingresar de pleno en la OTAN. Ni por pienso se iban a cerrar las bases. El pragmatismo es eso.
Unos meses antes de aquel histórico referéndum de la OTAN, que se celebró el 12 de marzo de 1986, el periodista político Víctor Márquez Reviriego (ahora tiene 89 años, nunca le olviden, escribe mejor que nadie), publicó el libro Cien españoles y la OTAN (Plaza & Janés, septiembre, 1985). Resulta fascinante repasarlo en estos momentos por muchísimas razones. Los entrevistados (apenas hay mujeres, menos mal que en esto hemos evolucionado), ya hablan del “paraguas nuclear” (en esto, no hemos conseguido evolucionar). El filósofo Fernando Savater (que entonces era buen salvaje y hoy es leviatán) contestó que algo “digno de ser llamado democracia” era incompatible con “la justificación pragmática del militarismo, del equilibrio del terror y de la razón de la fuerza”. Yo me lo creí, y fui formándome con este tipo de ideas.
Ser pacifista es una cuestión de principios, no de coyuntura. Se es pacifista contra viento y marea. Ni siquiera es un asunto de ser de izquierdas o de derechas. Se es pacifista en primer lugar, y a veces esto nos hace de izquierdas. El pacifismo no cede ante el chantaje político, y emocional, que procede desde la propia izquierda. Encima, los gobiernos pasan, pero las armas permanecen. Cada gobierno las gestiona a su manera. El pacifismo es una manera de estar en la vida, donde la paz y la vida van de la mano de manera irreversible.
La semana pasada, Emmanuel Macron, el presidente de la República Francesa (el único país de la Unión Europea que ha fabricado su bomba atómica; el Reino Unido, que era el otro país, se fue de la UE con el Brexit), sostuvo en una entrevista que, en Francia, la vuelta del servicio militar obligatorio no era “una opción realista”. Pero, no hace tanto, Macron también había dicho, en un discurso, que estaba dispuesto a reinstaurar el servicio militar universal, ya que, y esta era una de sus terribles razones, los jóvenes que actualmente se inscriben voluntarios en el ejército “no son forzosamente representativos de la Francia de hoy” (cita de la cadena France Inter, 3 de enero de 2023).
No es solo en Francia, este es, hoy, el tono general de toda Europa. En Dinamarca, el servicio militar será obligatorio para las mujeres a partir de 2026, como ya lo es en Suecia y en Noruega. Por su parte, el primer ministro polaco, Donald Tusk, ha declarado estos días que tiene la intención de “preparar una formación militar a gran escala para todos los hombres adultos de Polonia” (cita de BBC News Mundo, 7 de marzo de 2025).
En España, la vuelta al servicio militar obligatorio no es hoy una propuesta; pero tampoco hoy el aumento del presupuesto militar es una propuesta, sino una orden. ¡Ar! Del mismo modo, cuando se tenga que volver a la mili, se volverá, y punto, y los pragmáticos también sabrán comprenderlo aunque cueste comprender, tanto como cuesta olvidar, aquel año largo, de novatadas crueles y humillantes, de arrestos arbitrarios, de jóvenes muertos por accidentes en transportes y en maniobras, muchos de los cuales no querían ser soldados, y de suicidios en las garitas durante las guardias, y de depresiones soterradas… Porque la mili era todo eso, aunque solo se reconociera con la boca pequeña. Los ejércitos destruyen por fuera y también destruyen por dentro. Cuando el servicio militar dejó de ser obligatorio en España, el número de objetores era cada vez mayor. Una avalancha. Estos años sin mili han servido de desagüe. Ya pueden empezar de nuevo a reclutar.
Las palabras son extrañas. Se incrementa el gasto en asuntos militares para defender la civilización; pero la palabra civilización viene de civil, y civil es, precisamente, todo el que no es militar.