Un estudio de la Fundación SM y la ONG Educo apunta al deterioro emocional de docentes y estudiantes e indaga en sus causas; los educadores lamentan que a la juventud le cuesta concentrarse y le falta apoyo en casa y admiten sus problemas para atenderlos
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El profesorado está preocupado por el efecto que las familias ausentes tiene en sus hijos. Y no solo aplica a los padres y madres que trabajan mucho, explican varios docentes; los progenitores presentes también puede estar ausentes. “Una problemática que está empezando a surgir es que las familias no hacen nada, están ausentes. Tú [el o la docente] eres todo, lo que el niño o la niña recibe lo recibe en el centro, luego en casa no tiene ningún tipo de apoyo. Ausencia de todo, de material, de interés. Yo he tenido estudiantes que vienen sin mochila, sin bocata”, explica un educador. La ausencia emocional pesa tanto como la física.
Así lo recoge el estudio Mejorando la protección y el bienestar en las escuelas, elaborado por la Fundación SM y la ONG Educo, que además señala que los responsables educativos creen que “el uso excesivo de la tecnología” afecta al rendimiento de los jóvenes, según expresaron varios de los grupos de discusión de docentes que apuntalaron el informe. “Muchos de nuestros alumnos vienen totalmente dormidos porque han estado con el móvil hasta las 3:00 de la mañana”, coincidieron un grupo de profesores de un centro de Madrid, una queja que repiten los educadores hace tiempo.
Esta doble problemática, sostiene el profesorado, tiene consecuencias directas en la escuela: una mayor vulnerabilidad socioemocional en los estudiantes (baja autoestima y poca tolerancia a la frustración); aumento de conductas disruptivas en el aula por la falta de atención en el hogar; y dificultades para mantener la concentración en el aprendizaje, según recoge el estudio.
‘Las redes sociales te desconcentran. Si estás estudiando y te hablan por el móvil dejas lo que estás haciendo y contestas’, admite un grupo de discusión de alumnos
Los propios afectados son conscientes de esta circunstancia. “Las redes sociales te desconcentran. Si estás estudiando y te hablan por el móvil dejas lo que estás haciendo y contestas”, admitía un grupo de discusión de alumnos de un colegio concertado de Andalucía.
Pero no solo el alumnado tiene problemas en la escuela. El profesorado también admite que su bienestar emocional y laboral es cada vez más precario, y cuatro de cada diez (un 39%) presentan síntomas compatibles con la ansiedad y la depresión, según el Educobarómetro de 2023 de la Fundación SM.
En este caso, los docentes apuntan al exceso de responsabilidades y la complejidad creciente en las aulas como orígenes de sus problemas, unidos a unas condiciones laborales mejorables –altas ratios en clase, una burocracia aplastante o la falta de reconocimiento de las familias, entre otras–. “Veinticinco alumnos que vienen de casas diferentes, con medios distintos, con estimulación y motivaciones diferentes en una clase no es viable porque de esos 25, hay cinco o seis con muchísimas necesidades”, ilustra un docente de Galicia.
Una vinculación básica
La educación ha cambiado en los últimos años, explica el estudio refiriéndose a la relación profesor-alumno. “El colectivo docente considera irrenunciable la vinculación emocional con el estudiantado para el buen desempeño de su trabajo, a diferencia de lo que ocurría en épocas pasadas, en las que primaban el proceso enseñanza-aprendizaje y los logros académicos sin que necesariamente mediase dicha vinculación”.
Esta demanda de atención responde en muchas ocasiones a que no la están encontrando en casa, una circunstancia que se da especialmente en los centros de contexto socioeconómico más bajo, prosigue el texto. Y no es solo –o no necesariamente– una carencia de recursos materiales: faltan figuras referencia emocional. “A veces tenemos que suplir a la familia, no porque no reciban cariño en sus casas, sino porque a lo mejor no es suficiente, no es de calidad. Hay padres y madres ausentes en muchos casos, y desde el punto de vista emocional hay que suplir, pero no tenemos preparación para determinadas cosas, y más en Secundaria”, concluya un grupo de docentes de un centro concertado en Madrid.
De ahí a la disrupción en clase hay un paso, señala el profesorado y admite el alumnado. Estudiantes del Instituto Escuela Catalunya lo definen así: “Hay padres y madres que no hablan con sus hijos e hijas, no saben lo que les pasa, ni lo que les preocupa, ni lo que les gusta y necesitan llamar la atención de la gente de mala manera”.
Al profesorado le falta algo de autocrítica, sostiene el informe: ‘Predomina una perspectiva que traslada esta responsabilidad a la sociedad y a las familias, haciéndolas depositarias de las consecuencias del uso excesivo de las pantallas, sin que el profesorado asuma su papel’
En este contexto, el profesorado lamenta la dificultad que encuentra para motivar al alumnado con los estudios o simplemente para que atiendan en clase. “El nivel de atención es muy escaso y creo que, en gran parte, es por el uso del móvil. Están todo el día con muchos estímulos y luego aquí les cuesta muchísimo concentrarse. Leer y comprender una página entera les cuesta la vida”, asegura un grupo de docentes del Instituto Escuela Catalunya.
Pero el estudio de la Fundación SM y Educo apunta también a una cierta falta de asunción de responsabilidades en el colectivo. “Predomina más bien una perspectiva carente de autocrítica que traslada esta responsabilidad a la sociedad en general y a las familias en particular, haciéndolas depositarias de las consecuencias del uso excesivo de las pantallas, sin que el profesorado asuma su papel decisivo para afrontar este desafío”, se lee en el texto.
Llueve sobre mojado
Los docentes admiten que esta situación se suma a sus propios problemas. A la dificultad para despertar el interés del alumnado se le puede añadir la falta de herramientas para atender a esta diversidad, según refieren los mismos docentes. “A veces tienes la sensación de que estás haciendo de psicólogo, educador social, de padre, de madre”, explica uno. “Tienes que atender a si tienen anorexia, si tienen problemas alimentarios, tienes que mirar que tengan la beca de comedor…”, añade un grupo de discusión. “Tienes delante a menores con muchos problemas, pero a lo mejor tú tampoco como docente dispones de recursos para poder ayudar, no es que no quieras, es que no tienes recursos”, remata otro.
Y todo ello con unas condiciones laborales poco óptimas. Las ratios, el tamaño de los grupos, dificultan la atención a la diversidad y la inclusión de todos los estudiantes; la creciente carga burocrática que incorpora cada ley les va robando más y más horas de su jornada laboral, según refieren. “Yo no me puedo dedicar a mi alumno o mi alumna, soy una burócrata”, explica una docente. “Si el profesorado está quemado, va a repercutir en el aprendizaje del alumnado, en el trato que recibe. Tenemos una vocación docente y no me puedo dedicar a estudiantes cada vez en situaciones más complejas”, argumenta.
La Fundación SM y Educo proponen enre las posibles soluciones que se impulse la figura del coordinador de bienestar y protección de los centros, un profesional encargado de “promover una cultura de buen trato dentro de la comunidad educativa, facilitando estrategias de prevención, detección e intervención en situaciones de riesgo”.
Pero la normativa es algo ambigua –no existe un perfil profesional estandarizado sobre esta figura– y los recursos son escasos –falta formación adecuada y disposición horaria–, lo que implica que el coordinador no acaba de asentarse, explica Pilar Orones, directora general de Educo. “A pesar de su potencial, su implementación enfrenta importantes desafíos. Muchos profesionales encargados de esta función no disponen de la formación ni del tiempo necesario, lo que limita su impacto y los obliga a centrarse en acciones reactivas en lugar de preventivas. Además, que no sea una prioridad estratégica de algunos centros y la ausencia de presupuesto específico dificultan la consolidación de esta figura”, cierra.
Lo explica un responsable escolar: por el momento, no es la figura preventiva que debería, sino que está apagando fuegos. “Si no hay conflicto no notamos su presencia. Es decir, que no está pudiendo adoptar el rol que debiera: dotarnos de un mayor número de herramientas a toda la comunidad educativa”, lamenta.