En la frontera entre Portugal y España, Almeida se esconde tras una imponente muralla en forma de estrella. Lo que un día fue una fortaleza inexpugnable, hoy es un destino que sorprende con su historia, su arquitectura militar y su ambiente tranquilo
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Al llegar a Almeida, la sensación es clara: aquí se respira historia. Sus calles empedradas y su perfil amurallado recuerdan que esta villa, a solo 12 kilómetros de la frontera con España, ha sido testigo de siglos de batallas y estrategias militares. Desde tiempos romanos hasta las guerras napoleónicas, cada piedra de sus murallas podría contar una historia de asedios, resistencia y reconstrucciones.
Almeida se encuentra a solo media hora por carretera desde Ciudad Rodrigo (Salamanca), pero lo ideal no sería llegar en coche, sino por aire, para poder contemplar la forma estrellada de su fortificación. Su diseño es sin duda lo primero que llama la atención. Fue construida así en el siglo XVII, con sus baluartes y sus revellines, para maximizar la defensa. Y aunque su objetivo era impedir la entrada de enemigos, hoy nos invita a cruzar sus puertas y descubrir su encanto.
Entre batallas, reyes y una mesa legendaria
El origen de Almeida se pierde en el tiempo. Se dice que todo comenzó con un castro lusitano, que luego pasó a manos romanas y más tarde fue ocupado por los árabes. Fueron ellos quienes la llamaron al mêda, ‘la mesa’, tal vez por la forma de la meseta en la que se asienta o, según cuentan algunas leyendas, por una mesa de piedras preciosas que habría existido en su momento.
Con la Reconquista, la villa pasó a manos cristianas y fue disputada entre el reino de León y el emergente Portugal. El Tratado de Alcañices, en 1297, la consolidó como territorio portugués y el rey D. Dinis ordenó la reconstrucción de su castillo. Pero la gran transformación llegó en el siglo XVII, cuando se levantó la fortificación estrellada que hoy define Almeida. Su diseño la convirtió en una de las plazas fuertes más importantes de la frontera luso-española.
El momento más dramático de su historia llegó en 1810, durante la tercera invasión francesa. Un proyectil alcanzó el depósito de pólvora, que se encontraba en el castillo, y provocó una explosión que llegó a destruir parte de la villa y dejó a sus defensores sin posibilidad de resistir. La fortaleza cayó, pero Almeida nunca perdió su esencia.
Almeida desde el aire.
La estrella de piedra: un sistema defensivo perfecto
La fortaleza de Almeida es una obra maestra de la arquitectura militar barroca. Su trazado en forma de estrella, con seis baluartes y seis revellines, no es solo una curiosidad geométrica, sino que tenía un propósito claro: su diseño permitía eliminar puntos ciegos y asegurar que los defensores tuvieran siempre control sobre cualquier intento de ataque.
Alrededor de la muralla, un foso de hasta 12 metros de profundidad y 62 metros de ancho en algunos tramos servía como barrera adicional. Pero el verdadero reto para cualquier enemigo eran las puertas fortificadas, en especial las de San Francisco y San Antonio. No bastaba con llegar hasta ellas, sino que si las atravesaban los atacantes tenían que recorrer túneles abovedados y superar varias barreras antes de siquiera acercarse al interior de la villa.
Bajo el suelo, las casamatas escondían otro secreto defensivo. Estas galerías subterráneas no solo servían como refugio durante los bombardeos, sino que también permitían a los soldados moverse sin ser vistos. El diseño de la fortaleza, inspirado en las ideas del ingeniero militar Vauban, aseguraba que Almeida pudiera resistir incluso los ataques más feroces. Hoy, pasear por sus murallas y túneles es descubrir una auténtica lección de estrategia militar en piedra.
Tras los muros: un paseo por Almeida
Hoy, Almeida es un destino ideal para recorrer sin prisa. Sus murallas estrelladas marcan el inicio de la visita. Atravesar la Puerta de San Francisco o la de San Antonio es como cruzar un umbral al pasado, pues sus pasajes abovedados y sus defensas escalonadas nos recuerdan que, lo que hoy nos da la bienvenida, antaño fue un obstáculo para los invasores.
Acceso fortificado a la villa de Almeida.
El legado militar: fuertes, torres y pasadizos
Si algo caracteriza a Almeida eso es su herencia militar. Uno de los puntos imprescindibles es la Torre del Reloj, que se alza sobre las ruinas del antiguo castillo y ofrece una de las mejores vistas de la villa. Muy cerca, el Cuartel de Escuadras y el Cuerpo de la Guarda Principal recuerdan a quienes custodiaban la plaza fuerte. Pero si hay un lugar que llama especialmente la atención es en las ya mencionadas casamatas, donde hoy se encuentra el Museo Militar con sus uniformes, armas y documentos de la época.
Las murallas en sí mismas son otro de los grandes atractivos de Almeida. Recorrerlas permite imaginar cómo se organizaban los defensores ante un posible ataque, al tiempo que se disfruta de una fantástica panorámica de la villa y del paisaje que la rodea. Cada baluarte, con sus gruesos muros y sus posiciones estratégicas, es una prueba del ingenio con el que se diseñó esta fortaleza para resistir los asedios más duros.
Iglesias y casas nobles: la vida dentro de la fortaleza
Almeida no solo fue una fortaleza, sino también un hogar. Lo fue y lo es hoy en día. En su casco antiguo encontramos la Iglesia Matriz de Nossa Senhora das Candeias, reconstruida después de la explosión de 1810, con un interior sencillo pero acogedor. No muy lejos, la Iglesia de la Misericordia conserva el espíritu religioso que ha marcado la historia de la villa.
Las casas señoriales salpican el casco antiguo, testigos de una época en la que el estatus se reflejaba en las fachadas. La Casa da Roda, la residencia del brigadier Vicente Delgado o el palacio de Manuel Leitão de Carvalho son algunos ejemplos de esta arquitectura noble, donde los balcones de hierro forjado y los escudos nobiliarios esculpidos en piedra cuentan la historia de sus habitantes.
Las antiguas dependencias militares han sido en su mayoría restauradas y convertidas en espacios culturales o administrativos, pero al pasear por sus calles se percibe ese contraste entre la fortaleza que alguna vez fue y la tranquila villa que es hoy.
Una villa pensada para ser defendida.
Miradores, plazas y rincones en los que parar
Pasear por Almeida es también descubrir pequeños rincones llenos de historia. En la Praça Alta, situada en el punto más elevado de la fortaleza, se obtiene una vista panorámica que permite apreciar el trazado estrellado de las murallas. Pero también hay que descubrir su pasado recorriendo sus calles empedradas, sus plazas escondidas y los detalles de sus fachadas. Cada esquina es una invitación a detenerse, a imaginar la vida entre estos muros y a disfrutar de la tranquilidad que hoy reina en su día a día.
Las murallas también ofrecen otros puntos desde los que disfrutar de llamativas vistas, en especial al atardecer. En ese momento podemos sentarnos tranquilamente en ellas para ver cómo la luz baña la piedra y el trazado estrellado de la fortaleza se dibuja con mayor claridad. Es el instante perfecto para detenerse y apreciar cómo el tiempo ha hecho que la fortaleza de Almeida haya pasado de repeler invasores a atraer cada día a más visitantes.