Un cuadro de Castelao y un mural en la pared: el desafío de Chévere a la pérdida de la memoria y lo efímero del teatro

La compañía compostelana, Premio Nacional en 2014, aprovecha el Día Mundial del Teatro para abrir al público las puertas de sus oficinas, donde da los primeros pasos su próximo espectáculo, un montaje sobre los recuerdos, los traumas y los pactos de silencio que toma como detonante el ‘Gernika gallego’: el cuadro de Castelao ‘A derradeira leición do mestre’

Hemeroteca – Chévere sube a escena la lengua de signos en su “tutorial” sobre Hellen Keller, la sordociega más famosa del mundo

Dos llaves tuvieron un papel clave en los inicios de Chévere, la histórica compañía gallega que obtuvo el Premio Nacional de Teatro en 2014. La primera, una “clandestina” que pasaba de mano en mano entre los jóvenes inquietos del Santiago de los años 80: era la de la Casa Simeón, unos antiguos almacenes abandonados en el Casco Histórico de la ciudad y en el que lo mismo ensayaba un grupo de música que una incipiente compañía de teatro. Allí, Chévere montaron su primer espectáculo, Servicio discrecional, un conjunto de sketches con un denominador común: el trayecto de la capital de Galicia a la playa de Baroña (Porto do Son).

La otra llave no apareció. Era la del antiguo Mercantil, hoy Fundación Granell, en la Praza do Toural. La compañía se disponía a representar O mal non acouga, una disparatada parodia callejera sobre el mundo de los superhéroes, que tenía como escenarios los balcones del edificio. Como era domingo, no había nadie que pudiese abrir. No importó: subieron a los balcones con una escalera y tendieron un tablón entre ambos para que los actores pudiesen pasar de uno a otro. Al finalizar, el argentino Martín Adjéniam —discípulo de Federico Luppi y profesor de aquella incipiente generación— se les acercó aterrorizado: “¡Ustedes están locos, hay que hacer teatro muy atrevido pero no hay que poner en riesgo la vida!”. La primera parte de la frase la tomaron al pie de la letra.

Esas son sólo dos de las escenas del enorme mural que cubre una de las paredes de las oficinas de Chévere en el barrio de Mallou, al norte de Compostela, y que sobre una geografía urbana “libre” muestra la relación entre la compañía y la ciudad desde el año 1987. En este Día Mundial del Teatro, Chévere decidió abrir las puertas de la que es su casa desde hace casi un lustro para mostrar la sala de máquinas que ha tomado el relevo de la histórica NASA, el espacio escénico que abandonaron en 2011 en pleno enfrentamiento con el alcalde Gerardo Conde Roa, poco antes de que éste tuviese que dimitir, imputado por fraude fiscal.

“Vamos de garaje en garaje”, resume Xesús Ron, uno de los fundadores de Chévere y hoy parte de su núcleo duro junto a los actores Patricia de Lorenzo y Miguel de Lira. Los dos, por cierto, acaban de compartir rodaje en la última temporada de Rapa, la serie de los hermanos Coira, en la que también actuó otro de los fundadores de la compañía, Vicente Mohedano. Antes que la NASA, su primer hogar fue una nave “fantástica” en el barrio de Meixonfrío —aún más al norte—, con lo que consideran que cierran un círculo y vuelven a contar con un hogar propio.


Los títulos de varios montajes de Chévere en su oficina compostelana

La ‘caja negra’ que no pudo ser

El actual espacio no deja de ser un premio de consolación ante el proyecto soñado, una “ambición”, nacida justo antes de la pandemia, para la que ahorraron y buscaron tanto naves construidas como suelo donde levantarlas. “Incluso propusimos una fórmula mixta al ayuntamiento para montar una especie de caja negra”. Proponían aportar sus propios equipos y parte de la inversión, “pero con vocación de que pudiese ser municipal al cabo de cierto tiempo” y permitiese combatir “la gran carencia que tiene el teatro en Galicia y en Santiago: que no tenemos espacios de trabajo para que las producciones sean mejores”.

Antes, su guerra con Conde Roa los había llevado de Santiago al concello vecino de Teo, donde se convirtieron en compañía residente. Gobernaba entonces Martiño Noriega, quien luego sería alcalde de Santiago tras una legislatura popular en la que el bastón de mando cambió tres veces de manos. Con él, retornarían por la puerta grande: primero en la sala grande del Auditorio de Galicia y, después, en una praza de A Quintana abarrotada durante las Festas do Apóstolo. Esa escena también está en el mural, dibujado como una suerte de ¿Dónde está Wally? por el hijo de Ron, Tristán.

Pero en esa pared hay mucho más: el espectador puede descubrir las escaleras mecánicas de Eurozone —algo así como Reservoir Dogs meets La Troika— integradas en las de la Praza de Platerías; a los villanos de Río Bravo, los malvados Flanagan, aterrorizando a los viandantes; los protagonistas de Eroski Paraíso devorando un bocadillo ante el emblemático Froiz del Toural o el Fragasaurius —una especie de Godzilla inspirado en el entonces presidente de la Xunta— de Radio Universo, “una radionovela que quisimos convertir en espectáculo, pero que fue nuestro mayor fracaso: estrenamos y cancelamos porque era algo tan impresentable que nos daba vergúenza”.

Ese mural, que centra la visita guiada de Ron, representa “los lazos” entre la compañía y una ciudad que no sólo los vio nacer, crecer y regresar, sino que asistió como espectadora privilegiada a la “intervención teatral” en muchos de sus espacios. Como Acibeche, el supuesto rodaje de un culebrón, en pleno furor de las telenovelas, que empezó “a primera hora con muy poco público” y acabó “abarrotado” en su última escena. O los proyectos en el barrio de Vite, foco de droga y marginalidad en los 80, a donde “deslocalizaron” un espectáculo durante la Capitalidad Europea de la Cultura y al que volverían años después con un dramawalker, un paseo sonoro recogiendo historias de los vecinos. O el Primer Congreso Internacional de Monstruos, en el que la momia de Franco inauguraba un pantano que, en realidad, sería el lago del Auditorio. Y, así, casi hasta el infinito…


Ese sobre con lazo rojigualda al que parecen mirar todas las figuras de María Casares: ése es el Premio Nacional de Teatro

La importancia del legado

Ron ve ese mapa caótico como una “pequeña solución” a la pérdida de la memoria. “Empezaba a pesarnos nuestro pasado” y la preocupación por su legado, porque “el teatro es muy efímero y de esto no va a quedar nada”. Por eso, Legado, es como se llama la colección de libros que coeditan con la editorial Kalandraka y en la que ya se guardan, negro sobre blanco, textos como Río Bravo, Annus Horribilis o As fillas bravas.

Justo enfrente del mural, se encuentra el espacio de oficina. Una gran mesa con ordenadores frente a una gran biblioteca donde se guarda el archivo de la compañía… y sus galardones. El periodista busca, claro, el Premio Nacional. “Si ves una banderita española, es ése”. Ahí está, un lazo rojigualda que cierra una especie de carpeta, apoyada en una de las muchas cabezas de María Casares —los premios del teatro gallego— que destacan entre los trofeos.

“Todos los premios de teatro son piezas de porcelana o de madera, porque normalmente son honoríficos. Curiosamente, el único que no viene acompañado de eso es el Nacional. Es un sobre con una especie de diploma porque es el único que tiene dotación económica… No necesitan darte una figurita para que lo recuerdes y le tengas cariño”, ironiza Ron. Dentro del sobre sigue el diploma, pero el cheque lo gastaron, y no en ellos. Crearon A Berberecheira, una factoría para “sembrar” proyectos de la que nacieron tres obras autobiográficas de personas próximas a Chévere pero que no formaban parte de la compañía: Goldi libre, la experiencia de César Goldi como insumiso preso en las cárceles de Felipe González; Salvador (2017), una historia de Borja Fernández sobre la recuperación de su abuelo emigrado en Brasil y el impacto de las ausencias y Anatomía dunha serea (2018), una pieza en la que Iria Pinheiro trataba su experiencia en el parto y la violencia obstétrica


La ‘Máquina Total’ creada por Bordel (1994)

Tras la oficina, encontramos el almacén, donde las tarimas que servían como grada en la NASA viven una nueva vida sosteniendo recuerdos como el icónico barril de Río Bravo, que guardan por sentimentalismo o la enorme caja en la que se conserva la Máquina Total que el pintor lucense Quique Bordel les diseñó para el espectáculo del mismo nombre. “Nos daba pena deshacernos de ella porque es una pieza única”. Eso sí, admite que no sabe cómo estará porque hace años que no abren una caja enclaustrada de forma casi inaccesible. “La mayoría de las escenografías tenemos que destruirlas, porque no nos caben”. La que sí está allí normalmente es la del último espectáculo, Helen Keller, a muller marabilla? No sucedió así este jueves. A primera hora de la mañana, parte de la compañía se la había llevado con ella a Sevilla, donde les esperan dos funciones este fin de semana.

Antes de acceder a la sala de ensayos, queda pasar por el ropero. “No nos atrevemos a llamarle de otra manera”. Cualquiera diría que vestuario o vestidor le queda grande como definición a todas las prendas que allí se guardan “y que serán perfectamente identificables para cualquier espectador fiel de las Ultranoites”, los cabarets políticos con los que Chévere reaparece un par de veces por año. En la que los llevó a la Quintana, la Ultranoite no País dos Ananos, usaron todo ese vestuario como telón de fondo. Hoy, por una simple cuestión de espacio, no guardan ni la mitad.


‘Ultranoite no País dos Ananos’ (2014). De fondo, el ropero de los Chévere, hoy reducido a la mitad

La Justicia franquista, un teatro

La sala de ensayo es un espacio de ocho metros por ocho en el que las obras de Chévere pueden dar sus primeros pasos. Sobre la lona negra, al fondo, está el “detonante” de su próximo montaje: el cuadro de Castelao A derradeira leición do mestre —título provisional también de la obra— que muestra el asesinato del galeguista Alexandre Bóveda en las primeras semanas de la Guerra Civil. Popularmente se lo conoce como “el Gernika gallego”. Fue pintado en Argentina por un Castelao casi ciego y su fugaz paso por Galicia —nucleó una exposición organizada por la Xunta de Feijóo en la Cidade da Cultura— tomó una forma de “exhumación”, un “intento de recontextualización”, que sirve a Chévere como punto de partida para enfrentarse a la memoria, los traumas —individuales y colectivos— y los pactos de silencio.

“A Bóveda —un mito del galeguismo y por cuya muerte se conmemora el Día da Galiza Mártir— le hicieron uno de los primeros juicios sumarísimos. En agosto, quince días después del golpe, ya estaba montado el entramado judicial, que era una teatralización de la Justicia, un guión con principio, desarrollo y final”. Para Ron, “los que participaban ya sabían cómo iban a acabar”. “Todos estaban actuando, incluso Bóveda ¡Terrible! Representó un personaje, el del mártir que acepta su propia condena y perdona de antemano a los asesinos”.

Esa “teatralización de la justicia” sucedió primero en Galicia, donde la victoria de los sublevados fue rápida y aplastante, y desde allí “se extendió al resto de España”. “Dicen que el teatro no vale para nada pero, durante años, los militares golpistas lo utilizaron para legitimar la violencia”. Por eso, ese juicio les permitirá explicar cosas que no quedaron sólo en aquel momento. “El fiscal, por ejemplo, acabó siendo premiado con un puesto en el Tribunal Supremo y de ahí hay hilos que nos conducen a la actualidad y a cómo funciona la justicia española, viniendo de donde viene”. Otro legado teatral muy diferente y, por cierto, nada efímero.

A derradeira leición do mestre —si acaba llamándose así— se estrenará el próximo 20 de febrero, sólo tres días antes del aniversario de otro golpe de Estado que tuvo un final muy diferente, pero del que aún hoy se desconoce cuánto pudo tener de teatro.


Réplica de ‘A derradeira leición do mestre’ que Chévere utiliza para pedir colaboración en la preparación del espectáculo