No quieren cazar al lobo por el placer de matarlo, de colgar su trofeo sobre una chimenea y, por supuesto, no se quiere cazar al lobo para proteger al ganado, sino para reafirmar que todavía quedan lugares en este país donde no les tose ni Dios
Leo en El Comercio de Gijón que el Principado podría autorizar la muerte de entre 32 y 36 lobos en Asturias si decide aplicar el criterio utilizado por la Consejería de Medio Rural de la última legislatura; el subtítulo de la noticia explica que esta misma Consejería abonó durante 2024 más de un millón y medio de euros por los “daños causados” por este animal. Paralelamente en el Congreso de los Diputados, el póker de las derechas –Vox, PP, PNV y Junts– ha colado la exclusión del lobo del Listado de Especies Protegidas en una enmienda para la ley contra el desperdicio alimentario, y yo me pregunto cuántas más especies tiene que extinguir el hombre para demostrar que es un lobo para el lobo. Homo lupi lupus, supongo.
Hasta ahora, en Castilla y León se mataba al lobo siguiendo la fórmula cinegética (cuando no ilegalmente); se sacan a subasta algunos ejemplares y se da la venia al cazador para matarlos. En Asturias, no se cazaba, sino que se hacían extracciones; esto es, que es la propia Comunidad Autónoma la que se encarga del control poblacional mediante los guardas forestales. Es decir, en el Principado, la pena de muerte la ejecutan funcionarios; en Castilla y León se subarrienda. En ambos casos, el eufemismo es siempre el control poblacional y los criterios que lo rigen son los que marquen los responsables de Medio Rural. En Asturias hay unos cuatrocientos lobos, por lo que se prevé que podrá extraerse casi el 10% de su población.
Había censadas 406.535 reses en la Cabaña Ganadera de bovino en el año 2022; salen a unas mil vacas por lobo, contando que no coman otra cosa, antes de empezar a ser un problema de verdad. Decía hace unos días Adrián Barbón que la ganadería extensiva está en peligro de extinción; ¿qué hemos hecho mal en diez mil años? Que seré murciano, pero ¿qué ye estu, ho?
De hecho, en Murcia, hace pocas semanas tuvimos un asunto con un circuito de rally que atravesaba el parque regional de Sierra Espuña. Llevaba celebrándose varias décadas hasta que, por la elevada categoría de protección del monte, se suspendió hasta que encontrasen un nuevo recorrido; el PP propuso eliminar la protección de Sierra Espuña para celebrar la competición y el PSOE contraatacó proponiendo incluir el rally dentro de las actividades permitidas. No estamos legislando para cuidar los montes, sino para que los montes dejen de molestarnos.
Quien inventa la puerta, inventa la casa y con ello el allanamiento de morada; y tan humanas son las leyes como la tendencia a pensar que los animales o las plantas las van a entender; como tan humano es decir que un ser vivo es de su propiedad; no en vano un tribunal italiano juzgó a unas orugas en 1659 por invadir los huertos de varias ciudades. Esto lo cuenta la autora Mary Roach en su libro Crímenes Animales, publicado por Capitán Swing y traducido por Magdalena Palmer. Nuestra tendencia a fiscalizar el campo, o a ponerle puertas, nos lleva una y otra vez a ponernos a la altura de seres que consideramos inferiores. Al menos en raciocinio, visto ya que somos los menos humanos de los seres vivos.
Aunque algunos ganaderos hablen del cánido como el que cuenta historias de endriagos y tiburientes, esta hace siglos que dejó de ser la lucha primitiva de los hombres contra las bestias u otra fase de la conquista del espacio habitado que describía Milton Santos, sino una cuestión de jerarquía. No quieren cazar al lobo por el placer de matarlo, de colgar su trofeo sobre una chimenea y, por supuesto, no se quiere cazar al lobo para proteger al ganado, sino para reafirmar que todavía quedan lugares en este país donde no les tose ni Dios.