Tres mujeres ponen en marcha El Huevito Azul: 270 gallinas y huevos ecológicos en un pueblo aragonés de 50 habitantes

Conchita Samitier, de 66 años, y sus dos hijas Cristina y Tania ponen en marcha una pequeña granja avícola en ecológico, un emprendimiento que nace con recursos propios en una de las zonas más despobladas de Aragón

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Es temprano y está lloviendo, pero Conchita ha salido también hoy a dar una vuelta por sus gallinas. Siempre ha tenido ponedoras, aunque ahora el número de aves a las que cuida se ha multiplicado por más de diez. Conchita Samitier tiene 66 años y ha sido autónoma desde que recuerda. Antes de la granja de gallinas trabajaba junto con su marido, y más tarde también con su hijo en la carpintería metálica de la familia. En 2018 empezó a darle vueltas a esto de la crianza de gallinas. “Siempre hemos tenido gallinas en casa y queríamos hacer algo juntas mi madre, mi hermana y yo. Así nació la idea de poner en marcha una granja avícola para vender huevos como los de toda la vida”, explica Cristina Clemente, de 39 años, que con su hermana Tania, un par de años menor, se ha sumado a la “aventura de emprender” a la vera de su madre.

Tras casi siete años de trabajo, conversaciones y correos electrónicos, la búsqueda del terreno adecuado y la construcción de la granja, una importante pérdida familiar y muchas horas de sueño en descuento, unas por la ilusión y otras por las preocupaciones, en marzo de 2025 las 123 primeras gallinas ya campan a sus anchas por El Huevito Azul, el nombre que las tres emprendedoras han puesto a su granja avícola destinada a la venta de huevos ecológicos, ubicada en la localidad de Urriés, en la comarca aragonesa de Cinco Villas.

La apuesta por volver a las raíces, a casa

La familia desciende de Navardún, una pequeña localidad de las altas Cinco Villas, en la Bal D’Onsella. Aunque todos se marcharon a vivir a otras localidades cercanas en la vecina Navarra, con los años Conchita sintió la necesidad de volver a las raíces de sus antepasados; compró una casa en Navardún, y lo mismo hizo su hijo unos años más tarde. “Nuestro hermano tiene su segunda residencia en el pueblo, y va siempre que tiene tiempo”, añade Cristina. Ella también conoce bien lo que significa vivir y trabajar en un pueblo pequeño, muy pequeño; hace unos años, allá por 2012, regentó durante un tiempo el hostal bar de Urriés, localidad cercana a la vivienda de sus padres y su hermano, que ahora cuenta con 54 habitantes censados “y alguno menos viviendo en invierno y muchísimos más en vacaciones y verano”, como dice su alcalde, Armando Soria.

“Cuando empezamos a buscar terrenos donde poner la granja teníamos claro que Urriés era un buen lugar”, confiesa Cristina, pero la dificultad, aunque no lo parezca en un primer momento, fue encontrar un terreno que alguien estuviera dispuesto a vender: “En los pueblos hay pocos habitantes y muchos espacios vacíos o sin uso, pero la gente no se quiere desprender de sus tierras, y esta ha sido la parte más complicada”, lamenta la emprendedora. Sin embargo, una mujer del pueblo, sabedora de que eran tres mujeres las que querían poner en marcha un proyecto de futuro, les vendió un campo de olivos que llevaba más de cincuenta años sin ser trabajado. “Creemos que, en cierta manera, que fuéramos tres mujeres de una misma familia intentando hacer algo por nosotras mismas le hizo decidirse a vendernos ese terreno”, afirman estas emprendedoras. Mujeres que ayudan a otras mujeres.

Un proyecto con recursos propios

Una vez que el terreno estuvo ya en sus manos había que adecuarlo. “Hemos aprendido a manejar todas las herramientas de trabajo, desde la desbrozadora hasta el tractor”, explican las emprendedoras. “Sin miedo, pero con precaución”, es el consejo que les dio su padre y marido a estas tres mujeres. Miguel ha sido un pilar fundamental para la puesta en marcha de la granja, “él limpió todo el terreno, nos hizo los planos y encargó todo el material necesario para construir la instalación”, cuenta Cristina. Pero, durante la pandemia de la covid-19, el carpintero enfermó de ELA (esclerosis lateral amiotrófica) y “se nos fue”, lamentan sus hijas, que lo tienen muy presente cada vez que miran lo que hoy es su futuro medio de vida.


Unas gallinas de El Huevito Azul.

Para las tres mujeres su granja avícola tiene una fuerte carga simbólica, no solo porque Miguel pasó su última etapa construyéndola, sino también porque en la puesta en marcha de este emprendimiento han invertido los ahorros de los dos cabezas de familia, Conchita y su marido Miguel. Cristina y Tania calculan que la inversión que han hecho hasta la fecha supera con creces los 50.000 euros. Una cantidad que ha salido “de los ahorros que tenían nuestros padres, eso nos ha ayudado a la hora de poder poner en marcha el proyecto; si no, hubiera sido más complicado”, reconocen las hermanas.

El caso de El Huevito Azul es un ejemplo de las cifras que recoge el Informe Ejecutivo 2023-2024 en Aragón, elaborado por la Cátedra Emprender de la Universidad de Zaragoza, que en su última edición informa de la consolidación de la tendencia creciente observada desde el año 2022: la inversión informal predominante en los emprendimientos aragoneses ha sido de tipo familiar en un 50 % de los casos.

La burocracia no hace distinciones

Las emprendedoras tuvieron claro también que su mejor opción, lejos de alquilar un terreno, era comprarlo “porque íbamos a hacer en él una importante inversión”, explica Cristina. El hecho de empezar con una inversión propia hizo que no tuvieran demasiados problemas con el plan de viabilidad de su proyecto, ya que el mínimo exigido para que una explotación avícola sea considerada rentable está en 3.000 gallinas. En cuando a la burocracia y la normativa sanitaria, “exigen lo mismo a una granja de miles de gallinas que a una que no aspira a tener más de 500. Si hubiéramos tenido que pedir dinero para construir la granja seguramente hubieran aparecido más problemas de los que hemos tenido que enfrentar”, reconocen las hermanas.

En este momento tienen 123 gallinas que se convertirán en 270, lo que marca su licencia inicial, previsiblemente en el mes de julio. El proyecto está planteado para poder ampliar hasta 500 pero, por el momento, “vamos a ver cómo va el primer año y después decidiremos qué hacer”, apunta Cristina. La granja es en extensivo y las gallinas campan libres por el terreno las 24 horas del día, y se meten en el gallinero “cuando ellas quieren”. La parcela está dividida en zonas para evitar problemas sanitarios y dividir a los animales durante las puestas, “así también podemos hacer saneamiento de las instalaciones entre una producción y otra”, explica esta emprendedora.

Aunque en un principio el proyecto estaba pensado para gallinas camperas (para las que la normativa marca que los animales deben tener acceso al aire libre durante un mínimo de 6 horas al día, si el clima lo permite), finalmente, por las condiciones de la granja de estas tres mujeres, “los técnicos nos animaron a solicitar la certificación ecológica”, un proceso que lleva más tiempo e inversión pero que, “en nuestro caso era rentable para el negocio, para los animales y para el producto final”, añaden.

Las promotoras de El Huevito Azul se muestran agradecidas por toda la ayuda que han recibido por parte de las personas que trabajan en las diferentes administraciones públicas con las que han tenido que contactar en estos casi siete años de recorrido. “Desde la empresa Cada-Ingeniería, pasando por veterinarios, sanidad, Confederación Hidrográfica del Ebro, la arquitecta de la comarca y el resto de profesionales con los que hemos hablado nos han ayudado y orientado en los trámites y permisos requeridos para arrancar el proyecto”, confirma Cristina.

Las hermanas advierten a otras emprendedoras que han sido muchas las puertas a las que han tenido que llamar, pero que la frase de Conchita, su madre, siempre ha sido: “papel que nos pidan, papel que existe”, y con esa máxima, el siguiente paso era tocar puertas hasta dar con él. Al estar todavía trabajando en otras empresas y vivir lejos de la capital, el certificado digital y el correo electrónico han sido claves para estas tres mujeres, “nos ha ahorrado muchos kilómetros, ha sido muy importante a la hora de llevar a cabo las gestiones”, así como la buena disposición de los técnicos en las administraciones públicas, “nos hemos encontrado con profesionales a los que se les nota que les gusta su trabajo, todos nos han tratado de manera excelente”, reconoce Cristina.

Y es que las plantillas de las distintas administraciones que han intervenido para hacer realidad el proyecto de estas mujeres en Urriés se han encontrado con los mismos problemas que Conchita, Cristina, Tania, y otras tantas personas que se deciden a emprender pequeños negocios en el mundo rural: “La ley está hecha para las explotaciones grandes”, denuncia Cristina, que agradece la ayuda que les han prestado para “saber por dónde empezar y para conseguir que nuestro pequeño emprendimiento sea viable y cumpla con la legalidad que se exige: tener separación de espacios, baño, una sala de envasado independiente, zona para cambiarnos de ropa, etcétera”, enumera la emprendedora. Estas tres mujeres, al igual que otros emprendedores, denuncian que la carga burocrática a la que se somete a proyectos pequeños “es demasiada y no es nada fácil”, recuerdan las hermanas Clemente.

El objetivo vital es vender todos los huevos”

Mientras atienden a este medio, Cristina recibe un pedido: son las cajas de cartón en las que venderán los huevos de su primera producción. A la espera de recibir la certificación ecológica, por el momento sacarán esta primera remesa en “cajas normales; para las siguientes ya pondremos nuestra etiqueta y un packaging personalizado”, explica Cristina, que al igual que su hermana Tania no ha dejado su trabajo, “al menos hasta que estemos seguras de que esto va para adelante. Tenemos que seguir viviendo y pagando facturas”, dice con media sonrisa. Tania trabaja en una fábrica y Cristina gestiona campañas publicitarias en redes sociales como autónoma, y se está formando en estrategia de negocio y ventas para aplicar este conocimiento a su propio emprendimiento.

Conchita, que también es autónoma, es la que en este momento está al frente de la granja y cuida de las ponedoras. “Nos da vértigo ver que las gallinas están aquí y que tendremos un mes desde que recojamos los huevos para venderlos”, confiesan estas tres mujeres, que después de tantos años sienten alegría e incredulidad a partes iguales al ver a sus 123 gallinas ya en la granja. Una explotación que Miguel no llegó a ver construida ni en funcionamiento.

Para dar a conocer su producto han regalado los primeros huevos a familiares y amigos, “las personas que han estado a nuestro lado en este camino y que han creído en nosotras”, afirma Cristina. El pueblo de Urriés se ha volcado también con estas mujeres, “tenemos vecinos esperando a que les podamos vender huevos, y en el hostal bar también nos han dicho que en cuanto tengamos producción comprarán nuestros huevos para los almuerzos y para sus menús”, aseguran. Un pueblo de 54 habitantes que vive como propio y con ilusión un emprendimiento que han visito crecer paso a paso hasta convertirse en una realidad.

Con la vista puesta en el futuro

La fórmula que principalmente van a explorar es la venta directa y por eso en El Huevito Azul cuentan ya con una furgoneta adaptada y un permiso especial para el transporte de su mercancía. “Vamos a llevar los huevos a establecimientos de distintas localidades, pero también a las personas que nos compren de manera directa”, añaden. Otra canal de venta será a través de RedOnsella, la plataforma de compra y venta que se ha puesto en marcha en las altas Cinco Villas y que distribuye la compra a las poblaciones vecinas desde el almacén y tienda ubicados en Urriés.

Pero estas emprendedoras, conscientes de que en la diversificación están el éxito, tiene ya la mirada puesta en ampliar su carta de productos, ofreciendo en unos años carne de gallina y productos elaborados derivados de las gallinas que han vivido en ecológico en su explotación. Otro de los objetivos es conseguir hacer la certificación ecológica con gallinas Araukanas de raza para para vender esos huevos tan característicos que le dan nombre a la empresa.

Por el momento, las hermanas afirman que van a estar presenten en mercados ecológicos de Aragón y Navarra, escaparates en los que quieren dar a conocer el producto de su explotación avícola El Huevito Azul, un nombre que tiene mucho significado para las tres promotoras de la idea. Y es que, como cuenta Cristina, hace años su padre les llevo a casa unas “gallinas Araukanas que ponían huevos azules, eran de raza pura chilena, aunque ahora las hay mezcladas”, aclara. Con el pensamiento puesto en aquellos huevitos azules y en Miguel, que tanto las ayudó a poner en marcha lo que esperan que sea su futuro, decidieron que era el mejor nombre que podía tener su ansiada granja de gallinas.