Las palabras nunca son inocentes. Esta evidencia, que recorre patente nuestras calles y lo lleva haciendo con contundencia desde que el filósofo mallorquín Ramon Llul pronunciara su famosa reflexión de que “la palabra es el arma más poderosa”, apunta a ser cada vez de mayor relevancia en el contexto crispado y polarizado de la política actual. El uso, la regulación y hasta la memoria histórica del lenguaje dan lugar a campos de batalla donde día tras día se juegan y se deciden las relaciones de poder, provocando que las palabras no solo comuniquen, sino que también moldeen realidades y configuren el orden social.