Diseccionar la ansiedad para entenderla: «Es como una borrachera de oxígeno»

El psicólogo Baltasar Rodero ofrece en ‘La ansiedad del esquimal’ una guía divulgativa que busca dar herramientas para enfrentar, con más conocimiento, lo que le pasa a nuestro cuerpo cuando se dispara esta emoción en una intensidad, duración y repetición que afecta a la vida diaria

La respuesta a la salud mental en la sanidad pública es lenta: solo un 14% de las personas tuvieron cita antes de un mes

Diseccionar la ansiedad en una sociedad que “predispone” a ella. El psicólogo Baltasar Rodero (Santander, 1977) ha puesto esta emoción –que si es intensa, repetida y duradera puede desembocar en un trastorno– al microscopio en La ansiedad del esquimal (Arpa Editores). El resultado es una guía divulgativa, con un lenguaje sencillo, para entender qué le pasa a nuestro cuerpo y tener más herramientas para hacer frente a los síntomas físicos. Parte de una premisa interesante: lo que nos genera más sufrimiento no son tanto las sensaciones vinculadas a los ataques de pánico –la manifestación más extrema de la ansiedad– sino el desconocimiento sobre lo que está pasando. El miedo, por ejemplo, a ahogarnos o a tener un ataque al corazón.

Rodero, doctorado europeo en Psicología y miembro de la Association for Contextual Behavioral Science, atiende a elDiario.es por videoconferencia desde su consulta en Cantabria. La entrevista, reconoce, le ha activado la ansiedad porque no está acostumbrado a atender a los medios.

Por empezar por lo más básico, ¿qué es la ansiedad? ¿Sentirla es siempre un trastorno?

La ansiedad realmente es una emoción y si está en nosotros, está en nuestras células y en nuestro ADN, es porque tiene una función precisamente adaptativa. Nadie me ha planteado en la consulta que su objetivo es quitarse la tristeza pero sí la depresión, que es una respuesta exagerada de esa emoción en cuanto a intensidad. Sin embargo, sí vienen personas que entienden que la ansiedad es algo completamente antinatural y buscan quitarla. Igual que la alegría, la tristeza, la ira o el asco, la ansiedad forma parte de nosotros y está bien que así sea. Por ejemplo, como no estoy acostumbrado a hablar con los medios me siento ansioso. Si hago muchas más entrevistas probablemente dejaré de estarlo.

En general, esta emoción viene a visitarnos cuando hemos detectado una potencial amenaza y busca aportarnos los medios necesarios para salir airosos de la mejor manera. Puede aparecer en momentos muy variados en función de dónde pongamos la atención, como hacer una publicación en redes sociales y que nadie le haya dado a me gusta.

¿Dónde está línea para considerarlo un desorden?

Como pasa con cualquier desorden, el trastorno significa que nos causa un deterioro significativo en nuestro día a día por ser una respuesta demasiado intensa, frecuente y duradera. Como el dolor, que significa que puede haber infección o algo roto. En este caso, cuando se presenta ansiedad hay que preguntarse por qué. Pongo en el libro algunos ejemplos de estudiantes con un perfil de mucha autoexigencia que terminan teniendo dificultades para hacer una vida normal (para ir al instituto o incluso para salir a la calle) y es necesario bajar el ritmo porque lo que se pretende no es posible.

Es frecuente pensar que cuando tenemos un ataque de ansiedad nos ahogamos o vamos a tener un ataque al corazón. ¿Realmente hay riesgo de que eso pase?

A mis pacientes les digo que cualquier persona puede tener un ataque de pánico, que es como la manifestación más fuerte de la ansiedad. Ahora, si nosotros sabemos interpretar lo que nos está pasando y entendemos por qué tenemos todos esos síntomas, nos vamos a ahorrar sufrimiento. A veces lo que explica el origen del problema es precisamente esa mala interpretación. Es la idea que da título al libro: si un esquimal viene a estas latitudes y coge la gripe se va a asustar mucho porque no la conoce. Sin embargo, nuestra sociedad sí está acostumbrada a esos síntomas. Así que el meollo del asunto no es tanto lo que pasa, sino la interpretación de lo que está pasando. El cerebro lo que más ama es la seguridad, la certeza y la rutina. Cuando nos pasa algo interno que desconocemos y puede ser una amenaza, es natural pensar que es algo malo y hay que buscar una solución.

¿Y qué pasa en nuestro cuerpo entonces cuando tenemos un ataque de ansiedad?

El síndrome de hiperventilación es muy frecuente, por ejemplo, en ataques de pánico. Cuando se detecta una amenaza, mi sistema nervioso simpático se pone en marcha con adrenalina y eso requiere mucha gasolina. O sea, oxígeno, y empezamos a palpitar. Cuando metemos mucho de este gas cambia la proporción entre oxígeno y dióxido de carbono y eso nos hace sentirnos raros. Es como si tuviéramos una borrachera de oxígeno y, como pasa con el etanol cuando se bebe alcohol, vamos a ver las cosas de una manera alterada. Es incómodo y desagradable pero no peligroso. Por eso recomendamos, y lo hemos visto en series americanas, respirar en una bolsa o respirar en sobre nuestras manos cerrándolas para restablecer el equilibrio químico. Eso permite que aspiremos el propio dióxido de carbono que estamos expulsando.

Nuestro organismo está muy bien preparado para responder a estresores puntuales de días, semanas o meses, pero no para estar permanentemente activo. Es nocivo y puede terminar alterando el sistema inmune

¿Que estemos sobreactivados de esta manera no es malo a nivel orgánico?

Los estresores son de muy diferente tipo: no es lo mismo un estudiante que tiene muchos nervios por un examen que una persona que está pasando un duelo por una ruptura sentimental o por un fallecimiento. Pueden ser más o menos intensos pero normalmente tienen un inicio y un final. Lo que es malo para nuestra salud es lo que se conoce como estresor crónico, un estresor que dura dos, tres, cuatro años. Por ejemplo, que estés desbordado en el trabajo durante mucho tiempo porque tendría que haber cinco personas y hay tres. Nuestro organismo está muy bien preparado para responder a estresores puntuales de días, semanas o meses, pero no para estar permanentemente activo aunque sea a más baja intensidad durante mucho tiempo. Es nocivo y puede terminar alterando el sistema inmune.

El cerebro, dice, puede reescribirse y terminar respondiendo de una manera neutra a estímulos que grabamos como peligrosos (aunque no siempre lo sean). ¿Cómo se hace esa reescritura?

Para sustituir una experiencia traumática hace falta un cúmulo de experiencias, digamos neutras, en las que no pase nada. Con la conducción se ve muy claro: personas que llevan 20 años al volante y un día tienen un accidente de tráfico. Seguramente esa persona cuando vuelva a coger el coche después de tres meses estará nerviosa porque su mente no se queda en las dos décadas que no ha ocurrido nada sino en esa última experiencia. En que la última vez que se subió al coche casi no lo cuenta. A medida que continúo conduciendo y todo está bien, el miedo va a disminuir y aquí va a ser poco importante si lo hacemos con medicación o sin medicación. El cerebro se va a modificar igualmente. Lo que no funciona es tomar medicación y no conducir. Ahí estamos en las mismas, porque no estamos enseñando al cerebro que conducir no es tan peligroso como pensaba.

Propone ejercicios para acelerar el corazón o hiperventilar, incluso apretarse la garganta, para emular síntomas típicos de los ataques de pánico. Hay quien pueda pensar que esto es un poco masoquista, ¿no?

Lo comparo con el fisioterapeuta. Cuando vamos por un esguince o una lesión nos dan un masaje muchas veces doloroso, salimos, pagamos y nos dicen que es bueno que vayas a casa y sigas haciendo estos otros ejercicios. Y las personas los aceptan porque científicamente está probado que son buenos para mejorar a medio o largo plazo. Esa es la clave. Como seres humanos buscamos el cortoplacismo pero los problemas complejos no tienen soluciones sencillas. Estos ejercicios, como dar vueltas, permiten que nuestro cerebro reaprenda. Hacer esa reescritura de la que hablábamos. Solo se puede cambiar así, con la experiencia. Así que inevitablemente el tratamiento pasa por enseñar a ese cerebro que esas sensaciones que en su día malinterpretó como amenazantes no lo son. Pero claro, hay que pasar por eso para recuperar la autonomía, para estar mejor.

¿Hay rasgos de personalidad que predisponen más a sufrir problemas de ansiedad?

Hay descritos algunos rasgos o formas de ser que conviven más con problemas de ansiedad. Uno de ellos es el perfeccionismo, la autoexigencia, la competitividad. Ocurre en personas que buscan estándares irrealizables y están abocadas a sufrir bastante. También pasa con rasgos de neuroticismo, es decir, perfiles emocionalmente más inestables, más impulsivos, más anárquicos. Para quien el miedo está muy presente también suele ser un problema porque conduce a ser poco asertivos, a tener dificultad para imponer límites, a decir que no. Esto está vinculado también con la alta amabilidad, cuando se dan relaciones de mucha bondad y generosidad de un lado y eso, al no ser equitativo, de algún modo te chupa la energía. Pienso, por ejemplo, en mujeres que cuidan, que preparan comida a toda la familia.

La sociedad que nos rodea es tan exigente y tan competitiva, tiene esa permanente presión por la productividad que nos lleva al límite y a poder tener potencialmente problemas de ansiedad

¿Vincular los trastornos de ansiedad con cómo son los individuos no se puede considerar un poco reduccionista? Es decir, desvincular a las personas de su contexto para explicar los problemas de salud mental.

En el libro doy espacio a las variables de contexto. El factor del contexto actual en el que vivimos predispone a mucha ansiedad. Hace unos años todo estaba más establecido: nacías en un lugar, los roles estaban más marcados, no solías cambiar de sitio. La vida era menos sedentaria, más social, nos alimentábamos mejor. No hablo en términos de si se era más feliz o menos, sino de ansiedad. La sociedad que nos rodea es tan exigente y tan competitiva, tiene esa permanente presión por la productividad que nos lleva al límite y a poder tener potencialmente problemas de ansiedad. Tenemos que formarnos más, viajar más, tener más experiencias. Estamos permanentemente sobreestimulados a través de notificaciones que nos hacen ir a toda prisa por miedo a perdernos algo. Hay una ansiedad financiera o económica también: una persona para poder desarrollarse necesita una mínima infraestructura. Son todo circunstancias que predisponen a las personas a estar insatisfechas o frustradas y ese estado es un caldo de cultivo para la ansiedad o la mala salud mental en general.

¿Diría entonces que la sociedad actual es un disparador de problemas de ansiedad?

Más que un disparador es un predisponente en el cual el disparador puede ser que no me han cogido en eta oferta de trabajo, o tuve una bronca con mi jefe. En cualquier caso, estos problemas se desencadenan normalmente por la mezcla de al menos dos variables: personalidad y contexto.

Hay estudios que confirman que los trastornos de ansiedad han aumentado en los últimos años y en España somos líderes en consumo de benzodiazepinas. A la vez, la estructura de la sanidad pública para ofrecer psicoterapia es escasa.

Esto no se puede entender. Si queremos que una intervención sea lo más eficaz posible también debería ser lo más temprana posible porque cuantas más experiencias acumuladas, más difícil va a ser trabajarlo. Por otro lado, también entiendo a los médicos y médicas de familia que mandan medicación cuando llega un paciente que tiene ataques de ansiedad que no le dejan hacer una vida normal. Si la persona no trabaja esas sensaciones, cuando deje de tomar la medicación volverán a aparecer.

“Nuestra mente no es nuestra amiga ni su principal objetivo es hacernos felices”, dice en el libro.

Tendemos a interpretar las cosas que nos pasan con la información del medio y en el medio nos hablan de una cierta happycracia, de que hay solución para todo, de que siempre tenemos que estar bien. Vemos títulos sugerentes como “el secreto de la felicidad” o “cómo hacer que te pasen cosas buenas” y podemos dejarnos seducir. Pero en el fondo estamos buscando cosas que no son posibles y eso genera más insatisfacción y más frustración. Entiendo que esa persona puso el título para vender libros, pero nuestra finalidad como seres vivos no es ser felices sino la supervivencia. Aunque es cierto que en nuestro contexto las amenazas son singulares y están configuradas por la sociedad.