Cuando la familia te castiga a vivir

A pesar del triunfo social que supuso la ley de la eutanasia, respondiendo a una idea mayoritaria en la sociedad española, la lucha no parece haber terminado. Las zancadillas se suceden. Nadie debería tener derecho moralmente a castigarnos a seguir viviendo contra nuestra voluntad

La muerte es un castigo para algunos, para otros un regalo, y para muchos un favor

Séneca

No se me ocurre acción más cruel que la condena a la muerte en vida dictada por quienes dicen quererte. Y sin embargo, está pasando. Que el odio o las rencillas o la necesidad de control o la imposición de la voluntad de tus familiares te cerque incluso en la decisión más importante de tu vida que es, sin duda, la de querer morir. Está pasando. ¿Cómo estar seguros de que depende de nuestras creencias y nuestra voluntad el decidir no seguir adelante con una vida indigna, vegetativa, insufrible, sin calidad, con dolor, sin vida intelectual y sin futuro? Miren que respeto la libertad de cada uno para creer o no creer y por eso me rebela que quienes lo hacen quieran imponer su concepto del pecado a sus vástagos o a sus seres más próximos. 

Ya hay dos personas que han solicitado la eutanasia, y a las que el comité médico y el juez de instancia habían dado el visto bueno, que se han visto envueltas en un largo y complejo proceso judicial a mi juicio totalmente innecesario. En una ley de eutanasia lo relevante es asegurarse de que la asistencia para una muerte digna no oculta un homicidio o bien prácticas eugenésicas propias de regímenes como el nazi. O sea, que no se haga pasar por eutanasia lo que sería un crimen, ahí entra el papel del juez ante la duda. Por lo demás si la persona que la solicita está en posesión de sus facultades y el comité médico considera que cumple los requisitos de la ley ¿qué hace un padre, un hermano, una pareja imponiendo el desamor de una condena a la vida? Y, por no dejarnos nada, ¿qué hace la Fiscalía poniendo zancadillas a estas personas con el interés procesal de que quede acreditada la legitimidad de la familia para impedir la eutanasia? ¿Qué criterio de política legal sigue al perseguir zancadillear la ley de eutanasia?

El primer caso en el que un padre intenta cortocircuitar la decisión de su hija veinteañera, con el apoyo de Abogados Cristianos, lo conocen. Un padre que perdió la custodia de su hija en la adolescencia y con el que, según ella, no hay buena relación. Está ahora mismo a la espera de la decisión del TSJC. El segundo corresponde a un hombre de 54 años -¡54 años!- al que su padre -¡su padre!- le ha puesto la proa para obligarlo a seguir en este mundo, arrostrando la vida sin habla, sin lectura, sin conversación, sin movilidad autónoma y con el riesgo de que su discapacidad siga aumentando dado que se trata de las secuelas de haber sufrido tres ictus y dos infartos en cinco años. Frances no quiere seguir malviviendo así y los médicos y el juez de instancia dieron su visto bueno. No es un homicidio, no es eugenesia, es la decisión libre y soberana de un ser humano atormentado por la vida. En el recurso, su padre alega que el Estado tiene obligación de proteger el derecho a la vida incluso contra la voluntad de la persona. Obligarte a vivir por sentencia firme a favor de que la voluntad de tu familia pese sobre la tuya. 

Evidentemente estamos ante lo que se denomina litigios estratégicos. En ambos casos Abogados Cristianos se ha hecho cargo de la representación letrada, casi podría apostar a que de forma gratuita, porque si consigue su objetivo, la ley que sus creencias no admiten estará gravemente discapacitada, a punto de que le den la eutanasia legislativa. Eso sucede en casos en los que los demandantes están en el uso de su facultad para expresar con claridad su deseo de morir ¿se imaginan qué va a suceder con los testamentos vitales? Papel mojado. Si cualquiera que pueda llamarse familiar o pariente va a poder impugnarlos, sólo servirán a quienes tengan en su entorno a personas con la misma creencia en el derecho de un individuo a morir y no seguir arrostrando una vida que ya considera indigna de ese nombre. 

Lo primero que habría que aclarar es la postura de la Fiscalía, defensora de la legalidad, en este entuerto. Cuando la Fiscalía en Catalunya defiende que los familiares están legitimados para llevar a cabo estos procedimientos ¿qué es lo que busca? Estaría bien que se estableciera una doctrina común y explicada desde la Fiscalía General del Estado, para hacernos una idea de si por nuestro bien van a intentar impedirnos que decidamos sobre nuestra existencia. No me parece coherente. 

Unamos a todas estas razones la del egoísmo animal de muchos progenitores que buscan protegerse ellos mismos del sufrimiento que les produciría la muerte buscada por sus vástagos. Así se deduce de una de las resoluciones del TSJC: “No se puede descartar de manera genérica e indiscriminada la legitimación judicial de los padres -como ejercitantes de un interés legítimo propio y no abstracto- en que sus hijos permanezcan con vida y, por eso, en el resultado del procedimiento orientado a facilitar su ayuda a morir”. El derecho de los padres a que sus hijos permanezcan con vida. ¿Es legítimo ese interés? En términos jurídicos no lo sé pero en términos morales consiste en infligir un dolor y un sufrimiento continuado, físico y moral, a un hijo para no sufrir uno mismo. Es una pena que muchos cristianos no recuerden lo de poner el bien ajeno por encima del propio. 

Tampoco sé si este cortocircuito a la ley de eutanasia se produce solamente en Catalunya y de ser así a qué se debe. Se han reportado otras fórmulas de impedir su normal desarrollo bien porque todos los doctores alegaran problemas de conciencia, por retrasos administrativos en la gestión -lo que llevó a Antonio Buenavida a suicidarse en Andalucía- o a que se hayan llevado a los tribunales testamentos vitales para anularlos. A pesar del triunfo social que supuso la ley, respondiendo a una idea mayoritaria en la sociedad española, la lucha no parece haber terminado. Las zancadillas se suceden. 

No nos salven, por favor, no nos salven de nuestras propias decisiones ni por vuestras creencias ni por vuestro egoísmo ni por amor malsano. Aprovecho para dejar constancia de que si algún día, el destino no lo quiera, tuviera que tomar una decisión tan grave, no deseo que familiar mío alguno me rescate de ella. Nadie debería tener derecho moralmente a castigarnos a seguir viviendo contra nuestra voluntad.