Mientras Nerón juega al golf después de incendiar el mundo, es hora de creer en nosotros, en Europa, en la democracia, en el bienestar común. La caída del caballo ha sido dolorosa y el mundo probablemente haya cambiado para siempre pero es una gran oportunidad para recuperar el pulso que Europa había perdido
¿Cuánto tiempo lleva Donald Trump obsesionado con los aranceles? ¿Cuántas veces hemos oído de su boca que “tariff” (arancel en inglés) es la palabra más bonita de su idioma? El mundo debería estar preparado pero cuando el presidente de los Estados Unidos sacó las tablas en las que se detallaban los aranceles a (literalmente) todos los países, como el que enseña el menú en un chiringuito, y los presentes en La Rosaleda de la Casa Blanca entrecerraban los ojos para intentar ver el alcance del daño, el mundo entero se cayó del guindo. Ha habido muchos análisis al respecto pero elijo el de Willy Bárcenas, cantante de Taburete e hijo del dueño de los papeles: “Trump me gustaba porque venía a acabar con la dictadura woke y ahora estoy muy decepcionado porque lo que ha hecho es poner aranceles”. Imposible resumir mejor la caída del caballo camino de Damasco del capitalismo mundial, incluido el americano. O tal vez sí: el banco ING ha enviado un mail a sus clientes en España con el asunto “Los aranceles de Trump arrastran a las bolsas” en el que confiesan que creían que el presidente norteamericano se centraría en bajar impuestos y acabar con la regulación y, oh sorpresa, su foco está en los aranceles. “Aunque la reacción natural es el miedo”, dicen, aconsejan no deshacer las posiciones a largo plazo. Un mail equivalente a gritar “el avión se estrella, no entren en pánico”.
El pánico, de hecho, se desató antes de que Trump terminara de hablar sobre EEUU como un país saqueado y timado por el resto de naciones, incluidos sus otrora aliados devenidos en patéticos gorrones. Wall Street, que acogió con euforia la victoria republicana, perdió 6 billones de dólares en dos días y los titulares con la palabra “desastre” se sucedían. En un artículo de The New Yorker sobre el tema, Garry Kasparov atribuía el fracaso en anticipar la guerra comercial de Trump a un nivel épico de ceguera mundial sobre el tipo de personalidad del presidente: “Los dictadores siempre mienten sobre lo que han hecho, pero a menudo son bastante claros sobre lo que quieren hacer”, resumía Kasparov, que conoce bien el narcisismo de los autócratas. Todavía bajo el efecto del caos que es la base de la estrategia de Trump, algunos analistas se esfuerzan en olvidar todo lo que saben de economía y jugar al juego de “¿y si esto sale bien?”, que es como aceptar jugar a la ruleta rusa con el cargador lleno.
Hace ya 10 años que Trump pronunció la frase “ojo por ojo, arancel por arancel”. Es cierto que en su primer mandato, el presidente estaba rodeado de personas que actuaban como inhibidores de sus locuras y hoy está rodeado de aduladores MAGA que actúan como aceleradores. Pero aun teniendo en cuenta ese factor, no es posible decir que Trump no ha dicho cientos de veces que iba a hacer lo que está haciendo. Los que somos de izquierda antiglobalización, los que llevamos años diciendo que es una irresponsabilidad comprar 20 camisetas Shein a 3 euros la pieza nos hemos pasado dos días explicando a capitalistas convencidos y apóstoles del libre comercio cómo funciona el chiringuito que ellos mismos han construido. Trump, como el gran trilero que es, ha dejado fuera del cálculo los servicios que vende al resto del mundo, especialmente los digitales, en los que la balanza se inclina claramente a su favor, y también ha olvidado la capacidad de EEUU para atraer capital financiero internacional con el que alimentar la inversión y el crecimiento económico de su país. Eso a grandes rasgos, porque todos hemos visto memes de pingüinos de las islas deshabitadas de Heard y McDonald sufriendo por los aranceles que les han caído. Hay países africanos como Lesoto, agraciado con un arancel del 50% que destruirá su depauperada economía, que todavía se preguntan cómo se les ocurrió vender diamantes a EEUU o acoger una fábrica de vaqueros.
A ambos lados del Atlántico, los seguidores del presidente, desde Milei a Abascal, han preparado argumentarios para dejar fuera del caos a la persona que lo ha provocado y atribuir las culpas a sus bestias negras, Bruselas, la partitocracia y el sentido común. Como soy optimista, creo que esta puede ser una oportunidad para construir una Europa que de verdad implique e interpele a sus ciudadanos, vacunada contra el populismo y que ayude a extender los valores comunes a otros países. Mientras Nerón juega al golf después de incendiar el mundo, es hora de creer en nosotros, en Europa, en la democracia, en el bienestar común. La caída del caballo ha sido dolorosa y el mundo probablemente haya cambiado para siempre pero es una gran oportunidad para recuperar el pulso que Europa había perdido.