Una residencia ilegal de ancianos en un bar de pueblo de Cartagena: “Vimos a una mujer casi en coma”

El 16 de marzo, una mujer inglesa de 84 años que vive en un cortijo regentado por un matrimonio británico fue hospitalizada de urgencia por un fallo renal y deshidratación extrema. Estaba en una habitación repleta de orines y excrementos de animales. Los sanitarios que la atendieron han denunciado los hechos a Servicios Sociales

De todas las llamadas que suele recibir el Servicio de Urgencias de Atención Primaria (SUAP) del municipio murciano de Fuente Álamo, una de las más recurrentes procede de un pueblo muy pequeño de Cartagena llamado La Manchica. Se trata de un lugar olvidado en el que no hay casi nadie ni pasa casi nadie, pero al que, sin embargo, llegan las ambulancias y su estrépito de sirenas con una frecuencia que no ha hecho más que confirmar las sospechas de los vecinos y de los propios sanitarios.

El centro neurálgico de ese pueblo es una plaza circular y arbolada en torno a la cual se agrupan muy pocas casas. Es, en concreto, a una de ellas adónde acuden los vehículos de emergencias: una especie de cortijo de tres casas juntas, vallado, con ventanas, puertas y cristaleras cubiertas por cortinas, varios coches aparcados a la entrada y un amplio jardín con piscina. Nadie en La Manchica sabe a ciencia cierta lo que hay dentro: tan solo que hace aproximadamente ocho años un matrimonio inglés, Brian K. y Susan K., lo adquirió todo; que en la fachada central hay un cartel que reza: Pension Hakuna Matata–Rural Guest House; y que, en la vivienda de la derecha, bajo el logotipo de una marca de cervezas australiana, se encuentra un bar también llamado Hakuna Matata, que tiene reseñas aceptables en Google y está cerrado temporalmente. Es el único bar en varios kilómetros a la redonda.

Una mujer deshidratada entre gatos y orines

Ninguna de esas circunstancias es motivo, no obstante, para la llegada de tantas ambulancias: sí lo es que este cortijo ha sido también, durante años, una residencia de ancianos sin licencia dirigida por el mismo matrimonio. En ella continúa viviendo, al menos, una de sus usuarias más veteranas, una mujer inglesa de 84 años, llamada A.S., que tuvo que ser ingresada en el Hospital Santa María del Rosell de Cartagena el pasado 16 de marzo debido a un fallo renal, a un episodio extremo de deshidratación y a una falta absoluta de cuidados que hicieron saltar las alarmas entre los médicos y los enfermeros que la atendieron.

“Es un sitio muy turbio y extraño, donde es común que atendamos a personas muy mayores con patologías graves que no deberían estar ahí, porque las habitaciones, como la de esa señora, que estaba prácticamente estuporosa, comatosa, en los huesos, sin musculatura y absolutamente dependiente de todo, están repletas de basura, de gatos, de excrementos y orines de los animales. La señora dormía allí. Había una peste inaguantable”, cuenta a este diario el médico del SUAP que trató a la mujer.

Ninguno de los vecinos de La Manchica –un total de 34– ha entrado nunca al cortijo ni ha tenido apenas contacto con los dueños. Las únicas personas ajenas al negocio que sí lo han hecho son los sanitarios de urgencias, pero ellos tampoco saben con seguridad si es un bar o una pensión o una residencia, porque, cuando han llegado para atender a diversos ancianos, todos de origen británico, unas veces los dueños del local les han dicho que éstos son clientes del bar y otras que son huéspedes de la pensión.

“Residencia para la tercera edad y vivienda asistida”

Desde el año 2018, este cortijo ha albergado una residencia de personas mayores, carente en todo momento de la obligatoria autorización autonómica, según la información facilitada por la Consejería de Política Social de la Región de Murcia, bajo el nombre de Casa Care y con una página de Facebook y una web en la que se publicitan, siempre en inglés, como una “residencia para la tercera edad y vivienda asistida” que ofrece un servicio “de cuidados para ti y tus seres queridos”: desde “compañía” hasta “necesidades más complejas” de la mano de “una enfermera con más de 32 años de experiencia”.

Esa enfermera es la propia Susan K. La página de Facebook continúa activa, y en el horario figura que el local está “siempre abierto”. Su última publicación y sus últimos anuncios de búsqueda de empleados con formación sanitaria datan de finales de 2023. El número de teléfono que aparece en el contacto de Casa Care es el de Brian K: ese mismo número es también el único contacto posible para hacer una reserva en el bar Hakuna Matata.


Imagen del cortijo tomada desde la plaza central de La Manchica, en Cartagena (01-04-2025).

El perfil de Facebook de Casa Care cuenta con decenas de fotografías de personas mayores viviendo en el cortijo de La Manchica, en silla de ruedas, pasando las tardes en la terraza del jardín, o dentro de las instalaciones del mismo bar o en las habitaciones de la casa. La tabla de precios varía desde los 100 euros por un día de cuidados, hasta 550 euros por una semana; 1100 euros por dos semanas; 1650 euros por tres semanas y 2000 euros por un mes. Según las publicaciones, también es un centro de día con actividades en las que participan ancianos que no viven en él, y ofrece asimismo la posibilidad de asistencia a domicilio.

Pese a que el dueño del establecimiento, Brian K., preguntado al respecto por elDiario.es de la Región, ha negado categóricamente que la residencia siga en funcionamiento, pues, dice, “fue cerrada hace más de 10 años” –cosa fácilmente desmentida en las publicaciones en redes sociales–, al menos A.S., que es una de sus usuarias más veteranas, sí continúa habitando en ella. La mujer de 84 años aparece en decenas de posts tanto del perfil personal de Facebook de Brian K. como de la página de Casa Care e incluso del bar Hakuna Matata. El dueño del local asegura que la señora pertenece a su familia; que él vive allí con su familia y nadie más.

“Al borde del coma”

Después de que el propio Brian K. llamase a la ambulancia el pasado 16 de marzo, A.S. fue hospitalizada por un cuadro extremo de deshidratación, una hiponatremia –concentración de sodio en sangre anormalmente baja– y un grave fallo renal. Cuando los trabajadores del SUAP de Fuente Álamo reciben un aviso procedente de La Manchica ya se lo imaginan: tienen que venir a atender a alguna persona mayor que reside en el cortijo.

Así lo relata a este periódico una enfermera del servicio, presente también aquel domingo en que trataron a A.S.: “Siempre que vamos y entramos en la casa las condiciones son repugnantes. Todo está muy sucio. Tienen hasta cabras dentro, decenas de gatos, perros. Hemos ido muchísimas veces en los últimos años a atender a ancianos extranjeros. Cada vez que nos llaman de allí pensamos: qué hartazgo, a ver con qué nos encontramos hoy. La gente mayor que necesita nuestra asistencia está muy descuidada, pero los dueños nos dicen que es un hostal rural. Nos dicen que son sus huéspedes”.

El médico de la ambulancia explica que la anciana de 84 años vivía en una habitación en un estado higiénico deplorable. “Es una señora pluripatológica, que toma mucha medicación. Cuando la atendimos, presentaba múltiples heridas con signos evidentes de infección debido a malos cuidados. Lo primero que dijeron las enfermeras cuando llegó al hospital fue: vamos a ducharla. Ese lugar no es ni mucho menos el mejor sitio donde puede estar. Requiere de profesionales cualificados que la cuiden 24/7, porque es imposible que pueda valerse por sí misma para nada”, detalla.

La enfermera del SUAP explica que, en varias ocasiones, las personas mayores a las que vienen a tratar tras la llamada a la ambulancia son sacadas a la recepción del hostal, o incluso al bar contiguo. Allí les dicen que son clientes. Después de una primera exploración a A.S., el médico le preguntó a Brian K. si tenía algo de información sobre su historial clínico, para saber, cuenta, “qué medicación tomaba e hilar lo que le estaba sucediendo”. “El hombre sacó una carpeta con toda su información personal”. “¿Qué clase de hotel o de bar tiene toda esa documentación? Su historial, sus recetas, sus documentos sanitarios”, se pregunta.

“Eso no era una casa rural ni un hostal ni nada. Era una habitación asquerosa, y dentro vimos a una mujer mayor a la que ya le falta un riñón, completamente descuidada, a la que no se le podía coger ni la vía por la deshidratación que tenía. Estaba al borde del coma. Unos días antes ella había estado ya en el hospital por un golpe fuerte en la cabeza”, explica otro enfermero presente también en la ambulancia que trasladó a A.S. a dependencias hospitalarias.

“Un sitio perfecto para una residencia sin licencia”

Lo cierto es que nadie en La Manchica ni en los alrededores sabe exactamente lo que ocurre dentro de ese cortijo, pero que allí hay una residencia de ancianos carente de autorización es un secreto a voces. Los vecinos más longevos del pueblo cuentan que al principio, cuando Brian K. y Susan K. compraron las casas, se publicitaban en internet como una residencia de cuidados –an end of life residence–. Entonces corría el rumor de que habían trasladado el negocio a La Manchica desde otro lugar. Años después, en 2020, abrieron el bar Hakuna Matata, y ambas cosas, el bar y la residencia, convivieron al mismo tiempo. “Me puedo imaginar lo horrible que es la situación allí dentro. Muchas veces llegan ambulancias, es algo muy común. Desde el principio he visto personas mayores viviendo allí”, comenta Mary –nombre ficticio–.

“Es un lugar bastante raro. El bar casi nunca está abierto. Esa señora a la que se llevaron el otro día al hospital vivía hace tiempo en La Manga, con su marido, pero este murió y se quedó sola. Los dueños la conocieron porque se anunciaban para atender a gente mayor. Tiene un hijo en Reino Unido, pero no viene nunca a verla. Lo sé porque hace unos años entré a tomar un café al bar y estuve hablando con ella. Es un sitio perfecto para montar una residencia sin licencia: está en medio de la nada, sin nadie que lo vigile”, explica Michael –nombre ficticio–. El vecino dice que para la gente mayor inglesa que se queda sola en la vida es muy atractivo venirse a esta zona de España a vivir sus últimos años, no solo por el clima, sino también porque el precio de las residencias es mucho más barato que en su país de origen.

Servicios Sociales ya hizo una inspección en 2020

De esa circunstancia se aprovechó precisamente el matrimonio K. Las huellas que ambos han ido dejando en las páginas de Facebook de Casa Care y del bar Hakuna Matata son numerosas. A pesar de que desde finales de 2023 no hay publicaciones en el perfil de la residencia, sí que es posible saber que en 2018 se mudaron a La Manchica, y que los años anteriores habían tenido el local en Camposol, una urbanización de Mazarrón exclusivamente destinada a la inmobiliaria británica. “Nada de eso existe ya. Cerramos la residencia hace 10 o 15 años. En España, a la mínima que uno hace dinero le ponen pegas”, reitera Brian K. sin entrar en más detalles. Pero las fechas que él arroja no cuadran. Los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Cartagena y la Policía Local realizaron una inspección en el cortijo en 2020 y redactaron un informe “a requerimiento de la Guardia Civil, que había iniciado diligencias”, confirman fuentes municipales de la ciudad portuaria a esta redacción. “No se tiene constancia de en qué concluyó el procedimiento, ya que no se volvió a solicitar intervención municipal”, añaden.

Sin embargo, pese a la actuación de Servicios Sociales, la página de la residencia se mantuvo activa en publicaciones, anuncios de contratación de personal sanitario e imágenes de sus actividades y usuarios, en el cortijo de La Manchica, hasta octubre de 2023. No ha sido posible para este periódico saber si ahora mismo continúan viviendo dentro más ancianos aparte de A.S.: las ventanas y las puertas de cristal están tapadas por cortinas, y los muros y las vallas impiden ver la parcela. Del interior de la casa, a pesar de que el dueño afirma que está vacía, proviene un ruido ajetreado de conversaciones, de muchas personas, de platos y cubiertos.

Habitaciones con las puertas cerradas

En los últimos tiempos, los únicos mensajes y anuncios publicados en redes son los que aparecen en la página de Facebook del bar Hakuna Matata y en el propio perfil personal de Brian K. En ellos solicita más empleados de limpieza –pese a que el bar está cerrado y según él hace más de una década que la residencia no existe–, busca obreros de la construcción para llevar a cabo reformas dentro de la casa y, en el último de todos, publicado el 30 de marzo, pide ayuda para recoger a una mujer en silla de ruedas del aeropuerto de Corvera que va a pasar unos días en el cortijo.

En el perfil del bar hay vídeos y fotografías de fiestas con música en directo y cenas del año 2024 en la que sale gente mayor sentada en torno a mesas o en sillas de ruedas, alguna incluso con tubos respiradores conectados a la nariz. En las imágenes aparece una y otra vez, a lo largo de los años, A.S.

Fuentes sanitarias confirman a este diario que en el historial clínico de la anciana consta que esta vive actualmente en una residencia. El facultativo que la atendió detalla que en el lugar “había más habitaciones”, pero que las puertas permanecían cerradas. Le pareció que “había más gente” dentro. “Pero no lo puedo asegurar”, matiza. “Fuimos a tratar a esa señora y no me paré mucho a mirar alrededor”. La mujer inglesa continúa a día de hoy recibiendo pruebas en el hospital y su estado de salud es muy delicado.

Denuncia ante Salud Pública

Los sanitarios del servicio de emergencias llevan años denunciando la situación que se da en el cortijo de La Manchica por canales internos de los hospitales de Cartagena y del Servicio Murciano de Salud sin éxito. Pero el 16 de marzo, tras vivir aquella experiencia, la denuncia fue más firme. 

Fue uno de los enfermeros del SUAP de Fuente Álamo el que, después de que A.S. se quedase ingresada, llamó a la Guardia Civil y a la Policía Local de Cartagena. “Pero nos dijeron que ellos no pueden hacer inspecciones sanitarias de locales sin una denuncia previa”, relata. Entonces se puso en contacto con la coordinación del centro de salud de Fuente Álamo, para que esta, a su vez, avisase los servicios sociales del hospital de la ciudad portuaria. Sin embargo, los canales de comunicación, explica, son muy escalonados y se pierde información por el camino, o no se le da la trascendencia que realmente tiene. “Todo el mundo sabe lo que hay ahí, que hay algo raro, pero nadie le da importancia o el mensaje no llega donde tiene que llegar”, subraya el trabajador.

“Cuando vamos a atender a algún anciano, ellos alegan que es una pensión y que no controlan a las personas que viven ahí. Pero eso es mentira”, concluye. Por su parte, el médico va a remitir un escrito a Salud Pública para que desde la Consejería se encarguen de investigar a fondo el lugar, su actividad y su trayectoria en los últimos tiempos.

A fecha de hoy no hay ninguna novedad sobre actuaciones en la residencia por parte tanto de Salud Pública como de Política Social o los servicios sociales del Hospital Santa María del Rosell, ni tampoco sobre nuevas inspecciones del Ayuntamiento de Cartagena, la Guardia Civil ni la Policía Local.