Podemos dinamita la relación con todos sus aliados naturales y pone en peligro el techo de gasto para 2026

Engrasada la relación con Junts, el Gobierno trata de asimilar que el problema para la estabilidad es ahora la formación de Belarra, que se erige en guardiana de la pureza de la izquierda y carga contra PSOE, Sumar, Bildu, ERC e IU

Podemos ratificará en su asamblea su ruptura con Sumar y sus diferencias con el Gobierno

Y, de repente, ya no es solo Sumar. También es Más Madrid. Y ERC. Y EH Bildu. E IU. Y, por supuesto, el PSOE. No hay aliado natural contra el que Podemos no haya cargado en los últimos tiempos. Si Pedro Sánchez es “el señor de la guerra” y Yolanda Díaz “se enamoró de la fama”, los republicanos catalanes tienen “un problema de análisis”, la izquierda abertzale “hace seguidismo del PNV” e IU es una “fuerza domesticada e intervenida por el socialismo”. La pureza de la izquierda y los guardianes de sus esencias son los de Podemos. O eso es al menos lo que intenta proyectar la formación que lidera Ione Belarra. Unas veces lo expresa su secretaria general, otras la eurodiputada y próxima candidata a las generales Irene Montero y otras, Pablo Iglesias.

El sano ejercicio de revisión sobre los errores propios no parece ser algo que entre dentro de la dinámica del partido que fundó hace más de diez años Iglesias. Sus dirigentes llegaron a la política para tomar el cielo por asalto, fundaron de la nada un partido que sumó hasta 69 diputados, entraron en el Gobierno de España, ostentaron una vicepresidencia y varios ministerios, pero acabaron siendo extraparlamentarios en casi todas las comunidades autónomas y pidiendo donativos para llevar a un local más grande la taberna propiedad de Pablo Iglesias. Y aun así el campo a escrutar nunca es el propio, sino siempre el ajeno.

Tan extensa, tan constante y tan recurrente es la crítica que esta semana en los pasillos del Senado tronaron las palabras de la ministra de Sanidad y líder de Más Madrid, Mónica García: “Estamos un poquito hartos de que nos den lecciones, nos critiquen y nos insulten”. García ponía voz al malestar que reina en la izquierda por los ataques de los ‘podemitas’ al partido madrileño, pero también a Sumar, y daba respuesta a unas declaraciones de Irene Montero en las que afirmó que eran “sectores del PSOE que ahora están fuera”, pero que tendrán que integrarse en la próxima candidatura de Pedro Sánchez. 


La ministra de Sanidad, Mónica García

“Estamos un poquito hartos de que se vayan cada vez pareciendo más a lo que pretende Vox y el PP, que es echar a este Gobierno para presentarse ellos como los salvadores del país”, enfatizó, visiblemente molesta la ministra de Sanidad. Y aún dijo más: “En el año 2021 ya le dije al señor Iglesias que la política no era una película de Netflix y ahora le digo a los dos, al señor Iglesias y a la señora Montero, que esto tampoco es una piscina de bolas”.

La sensación generalizada en el conjunto de la izquierda parlamentaria es que Podemos ha pasado de solución a problema en menos de una década y, especialmente, desde que decidió romper con Sumar y sus cuatro diputados decidieron formar parte del Grupo Mixto. Desde entonces, poco a poco, han elevado el listón de la crítica no solo contra el Gobierno de Pedro Sánchez, al que igualan con un hipotético ejecutivo presidido por Feijóo, sino que han levantado un auténtico muro desde el que disparan contra toda izquierda que no sea Podemos y, con una virulencia casi idéntica que la de la derecha, contra la coalición de gobierno. 

Lo que nadie esperaba y ha sorprendido en todo el arco parlamentario es que cargasen incluso contra quienes hasta ahora han sido sus aliados naturales en el Congreso de los Diputados, como es el caso de ERC o EH Bildu. Nadie como Gabriel Rufián ha defendido a Irene Montero y a Podemos en su particular batalla contra Yolanda Díaz y Sumar, pero unas palabras del portavoz de los republicanos durante el debate sobre el rearme de Europa con las que llamó a “hacerse cargo del mundo tal y como es” e ir más allá de la pancarta en el asunto de la guerra contra Ucrania han convertido también a ERC en blanco de la crítica ‘podemita’.


El portavoz de ERC en el Congreso Gabriel Rufián

“La capacidad que ha tenido la ‘progresía’ mediática de derechizar el conjunto de la sociedad es muy preocupante. Ocurre últimamente también con los independentistas en Catalunya. El discurso de ERC de ahora contrasta con el de hace algunos años. Ver a Gabriel Rufián criticar a la izquierda de pancarta es algo que yo no estaba preparado para ver”, declaró Pablo Iglesias a Ara. En el mismo diario, el exvicepresidente del Gobierno criticó que los republicanos hayan pasado “de querer construir un estado independiente a decir: por favor, que gobierne el PSC que, si no, llegará la ultraderecha”. 

Dinamitar todos los puentes

En el Grupo Parlamentario de ERC no entienden el afán de Podemos “por dinamitar todos los puentes” con la izquierda y de convertirse en “el verdadero problema” para la reedición del gobierno progresista en 2027. Un análisis idéntico al que hacen en EH Bildu, una formación contra la que también han cargado en los últimos días desde las filas podemitas. En su caso no ha sido Iglesias, pero sí Ione Belarra que, en declaraciones a El Correo, además de acusar a Sánchez de transitar por “una deriva antidemocrática” deslizó que los abertzales están más ocupados en hacer seguidismo del PNV que de articular una mayoría de izquierdas. 

Lo cierto es que la deriva de Podemos no augura un camino fácil para Pedro Sánchez en lo que resta de legislatura. De hecho, ya no es Junts quien más preocupa en el PSOE, sino la formación de Belarra, que cada día emite señales más implacables contra el Gobierno de coalición. Las relaciones con los “neo convergentes vuelven a estar engrasadas”, en palabras de la dirección del Grupo Socialista. Y en buena medida se debe, según fuentes gubernamentales y parlamentarias, no solo a la mediación del expresidente José Luis Rodríguez Zapatero o el secretario de Organización socialista, Santos Cerdán, sino también a “las presiones ejercidas por parte del empresariado catalán sobre los de Puigdemont”.

Tampoco es baladí que las encuestas no auguren buenas perspectivas para Junts, “cuyo principal competidor hoy en Catalunya ya no es tanto ERC como el PSC e incluso la ultraderecha de Alliança Catalana”, defiende un ministro muy seguro de que al independentismo catalán “no le conviene tumbar a este gobierno”. No opina lo mismo de Podemos, cuyos cuatro diputados “sí pueden ser un problema”. 

Este es el escenario que maneja el Gobierno, que trabaja ya muy intensamente en el techo de gasto para los Presupuestos de 2026 que presentará el próximo julio en el Congreso, después de renunciar a llevar a la Cámara las cuentas de 2025. En el PSOE creen que “hay cancha para aprobarlo”, mucho más ante una situación de incertidumbre e inestabilidad para las economías de la UE provocada tras la guerra arancelaria declarada por Donald Trump.

Esa será la nueva prueba de fuego para Sánchez y no el aumento del gasto militar o la crisis arancelaria, tal y como reconocen distintas fuentes parlamentarias. Podemos y no Junts parece que es ahora quien tiene el botón nuclear con el que activar la cuenta atrás de la legislatura y las señales no pueden ser más preocupantes para el Gobierno, que admite sin ambages la gravedad de las consecuencias que pueden acarrear la maltrecha relación entre los partidos a su izquierda. Los socialistas confían en que queda tiempo hasta 2027 para recomponer ese nexo y se reordene todo el espacio a su izquierda, pero trata de no interferir en la guerra abierta entre Podemos y Sumar que se ha extendido a otras marcas y que, en su opinión, “contribuye a regalar escaños a la derecha”. 

“No podemos decir cómo deben resolver sus diferencias y tampoco que vayan juntos a las próximas elecciones porque los morados están a la que saltan y se han propuesto hacer una política diferenciadora de la de Sumar para ganar posiciones, pero es inconcebible que en este país haya un solo progresista que prefiera que triunfe la derecha o que contribuya con sus decisiones a que así sea”, concluye un ministro del Gobierno.

Y todo porque en la pertenencia a las diferentes tribus en política uno se mueve casi siempre a golpe del llamado sesgo de confirmación. Algunos lo llaman narcisismo. Otros, individualismo. Y alguno, una peligrosa autocomplacencia de identidad que diluye toda empatía hacia los demás. Y todo converge en una insana obsesión por la visibilidad, el reconocimiento y la adulación.