Los donantes por muerte asistida han logrado triplicar el número de los receptores. Son trasplantes más complejos porque se producen en asistolia y la falta de oxígeno puede dañar los órganos
Tercera entrega – La coincidencia que reunió al bebé y al cirujano que le operó 43 años después
Se despidió de su familia con tiempo, y de sus dos hijos de nuevo en la UCI, antes de entrar a quirófano, sabiendo los tres que era un adiós definitivo. Era el 6 de marzo, hace poco más de un mes. Ana María habría cumplido 63 años once días después y su nieta celebraría su séptimo cumpleaños días más tarde, pero no quiso esperar porque no había motivo para celebraciones desde el diagnóstico y el rápido avance de su enfermedad. Su deseo era morir dignamente, una decisión tan clara como la de ser donante. Ese mismo día, tres personas anónimas recibieron una segunda oportunidad vital al recibir un órgano suyo.
Ana María Ferriol fue diagnosticada de esclerosis lateral amiotrófica (ELA) hace un año. Conocía sus consecuencias porque vio apagarse a su amiga por esta enfermedad. Ahora era ella la que las padecía en su organismo a pasos agigantados. “Empezó sin poder pronunciar la erre y al mes ya no podía hablar. En un mes más le resultaba imposible comer. Sabía cómo iba a deteriorarse porque ya lo había visto. Lo siguiente sería una traqueotomía y luego sobrevivir conectada a una máquina para respirar”, explica su hijo Daniel Pascual Ferriol. “Se sentía atrapada en un cuerpo muerto y ella no quería vivir así”, añade. Porque Ana María tenía plena consciencia y pidió ayuda para morir comunicándose con una tableta cuando su voz ya no respondía.
Había combatido los tropiezos de la existencia con fortaleza. Con 16 años tuvo a su hijo Daniel, se casó con el padre y seis años después dio a luz al pequeño. “Es ella la que nos sacó adelante. Se preocupaba de todos y nunca la oí quejarse. Para sacarse un extra hacía guardias nocturnas, por la mañana volvía a casa, se duchaba y regresaba a su trabajo a hacer su turno”, cuenta Daniel. Porque Ana María estuvo ligada a la sanidad como administrativa en el servicio de Medicina Interna de un hospital privado de Palma durante 25 años.
En 2012 tuvo otro golpe de salud del que milagrosamente logró salir. Le dio un derrame cerebral aparentemente leve, pero fue ingresada en la UCI y por la noche se agravó su estado. Tuvieron que someterla a una operación y quedó en la unidad de pacientes críticos durante dos meses en coma inducido “porque no podían cerrarle el cráneo” por su lesión cerebral. Cuando pudieron intervenirle, con un pronóstico de recuperación incierto, la paciente despertó en perfecto estado. “El doctor Velasco le salvó la vida”. Ese nombre propio volvería a ser importante en la vida de Ana María 13 años después.
Al mes ya no podía hablar y en un mes más le resultaba imposible comer. Se sentía atrapada en un cuerpo muerto y ella no quería vivir así. Es ella la que nos sacó adelante
Fotografía de Ana María con familiares, en momentos donde ya estaba muy afectada por el ELA.
Habitación con cama pediátrica que habilitaron los hijos de Ana María, rodeada de fotos y recuerdos de la familia.
El reencuentro se produjo cuando la cruel enfermedad degenerativa le empujó a plantearse, no sólo la eutanasia, sino también la donación de órganos. Ella tuvo claro que quería dar la máxima utilidad a su deceso, quizá animada por la coincidencia de que su pareja es trasplantado renal. Y así fue como se marchó y dio esperanza a otros tres pacientes, que han sobrevivido o mejorado sus condiciones gracias a su hígado y sus riñones.
“La donación con muerte asistida es un acto de tremenda generosidad. A mí es uno de los procedimientos que más me han impactado en mi experiencia profesional por el grado de proximidad, intimidad y empatía que establecemos con estos enfermos”, señala el doctor intensivista Julio Velasco, coordinador de Trasplantes del Hospital Universitario Son Espases de Palma, el mismo que había salvado la vida de Ana María hace más de una década. “Entramos en su historia personal, vamos a su casa, hablamos con ellos y sus familiares… Ana María me enseñó fotos suyas de joven, me contó sobre su marido pescador, me cogió la mano, me hizo bromas… se establece una relación que te afecta”, cuenta Velasco, coordinador de trasplantes desde 1989, lo que le convierte en el cargo hospitalario de este tipo más antiguo de España.
La donación en pacientes con muerte asistida es un acto de tremenda generosidad. A mí es uno de los procedimientos que más me han impactado en mi experiencia profesional por el grado de proximidad, intimidad y empatía que establecemos con estos enfermos
Este dibujo fue un regalo de la nieta de Ana María a su abuela.
Ana María con sus hijos, rodeada de imágenes de su nieta.
154 donantes tras eutanasia
La donación de órganos a partir de eutanasia es muy reciente en España, ligada a la aprobación de la ley orgánica 3/2021, que ha despenalizado la ayuda médica para morir en mayores de edad “por causa de padecimiento grave, crónico e imposibilitante o enfermedad grave e incurable, causantes de un sufrimiento intolerable”. Desde la entrada en vigor de la norma hasta el cierre de 2023, se atendieron 1.515 solicitudes de prestación de ayuda para morir, de las que se aplicaron 697, lo que representa el 46%, según el último informe del Ministerio de Sanidad, presentado con un año de retraso y sin datos de 2024. Sí los hay sobre donaciones de órganos tras muerte asistida. Desde su legalización hasta el 31 de diciembre del año pasado, ha habido 154 donantes fallecidos por eutanasia, que han posibilitado trasplantes a 442 pacientes en lista de espera, lo que ha supuesto multiplicar por tres el número de receptores. Del total, 197 han sido niños, el 44’6%, según la Organización Nacional de Trasplantes (ONT).
El incremento de la donación ha ido paralelo al aumento de esta muerte voluntaria. En 2021 hubo siete donantes por esta vía, que pasaron a 42 en 2022 y otros tantos en 2023, y 63 en 2024. Gracias a ellos, otras personas han podido someterse a trasplante: 239 de riñón, 92 de hígado, 71 de pulmón, 23 de corazón, 13 de riñón y páncreas combinado y cuatro de riñón e hígado.
De izquierda a derecha: la Dra. Catalina Roselló Forte, la Dra. Mireia Ferreruela Serlavós y el Dr. Julio Velasco Roca. Los tres son responsables de la Prestación de Ayuda a Morir (PAM) y Asistolia del Hospital Universitario Son Espases.
En la entrevista inicial, una vez solicitada la eutanasia, la paliativista Catalina Rosselló informa sobre la posibilidad de donación de órganos. “No se trata de incitarles, sino de ofrecerles la oportunidad, porque a veces no lo han pensado y quien lo decide se siente bien porque da respuesta a sus valores y esa solidaridad da un sentido más completo a su decisión de morir”, expone la doctora. En este caso, los pacientes deben saber que no podrán fallecer en casa, sino que deberán hacerlo en un centro hospitalario, donde ella seguirá asumiendo la trascendente misión del acompañamiento.
“Hay que diferenciar entre la eutanasia, en la que el enfermo no ha llegado al final de su vida, pero no quiere seguir porque no quiere sufrir más y sabe que su estado es irreversible y pide ayuda para acabar, de la sedación paliativa, que es cuando sí está en estado terminal y en ese caso el médico le da la opción de suministrarle tratamiento para reducir su consciencia y aliviar su sufrimiento en el momento de la muerte. Y otra situación diferente es el rechazo al soporte vital, cuando alguien sabe que su situación es irreversible y quiere que el desenlace se produzca renunciando a más intervención médica”, matiza la sanitaria.
El equipo médico responsable de los procedimientos de eutanasia y cirugía en el Hospital Universitario Son Espases. Aquellos pacientes que donen no podrán fallecer en casa, sino en un centro hospitalario.
Cuando hay prestación de ayuda a morir, la extracción suele ser multiorgánica y se ejecuta con procesos muy específicos porque implica dos procedimientos independientes: la muerte asistida y la donación, pero que deben realizarse de forma muy coordinada y consecutiva. “Al producirse en asistolia, es decir, con parada cardíaca en lugar de muerte encefálica, es mucho más complicada porque la falta de oxígeno puede dañar los órganos”, detalla Velasco, exjefe de UCI. Por este motivo el injerto de intestino es menos frecuente.
“Siento por estos pacientes una profunda admiración y respeto”, decía el especialista de unidad crítica al empezar la entrevista para este reportaje. Idénticos sentimientos, pese al dolor, que suscitó Ana María en su familia, impactada por su entereza, la misma que su nieta de siete años le transmitió un día a su padre, sin dejar que la viera llorar: “Papá, no te digo nada porque si yo estoy triste, que es mi abuela, imagino cómo estarás tú, que es tu madre”. Y la despedida final se materializó con una convicción altruista por la que ahora tres personas le deben a Ana María su segunda vida.