La Huerta de San Vicente, comprada por su familia en 1925 y lugar crucial para entender quién fue Federico y qué supuso su obra, es un espacio cultural casi olvidado y aislado del resto de su legado
Hemeroteca – El Centro Lorca gasta más en luz y seguridad que en el proyecto cultural del museo dedicado al poeta granadino
La Huerta de San Vicente fue la casa de verano de la familia García Lorca entre 1926 y 1936. Fue allí donde Federico escribió algunas de sus obras más importantes, como Poeta en Nueva York, Bodas de sangre, Yerma o Así que pasen cinco años. Fue también su último hogar antes de ser detenido y asesinado en Víznar en agosto de 1936. Pese a todo eso, hoy es uno de los espacios culturales más olvidados de la ciudad. Para el Ayuntamiento, que aspira a que la ciudad sea Capital Europea de la Cultura en 2031, el problema es estructural y se arrastra desde hace años.
Buena parte de las guías turísticas sobre Lorca ni siquiera la mencionan. Alegan que está “demasiado lejos” del centro histórico de Granada y prefieren centrar los recorridos en otros lugares menos relevantes, como la plaza de los Lobos o la antigua casa de la Acera del Darro, donde apenas vivió el poeta de Fuentevaqueros. Lo cierto es que la Huerta de San Vicente está a apenas veinte minutos a pie de la catedral, dentro del actual parque Federico García Lorca. Aun así, el desconocimiento es generalizado: muchas granadinas y granadinos ni siquiera saben dónde está, y entre las generaciones más jóvenes apenas se identifica como un lugar con valor histórico.
El periodista y escritor Alejandro Víctor García, una de las personas que más ha investigado el legado material y simbólico de Lorca en la ciudad, resume bien el problema: “La huerta no ha sido cuidada como un lugar de memoria. No se ha puesto en valor su importancia como espacio clave para la familia Lorca, ni se ha trabajado para mantenerla como un centro cultural activo. Es un lugar crucial para entender quién fue Federico y qué supuso su obra, pero no se ha querido construir un relato que lo explique”.
La casa, construida en el siglo XIX, fue comprada por la familia en 1925. Es decir, este año es el centenario de su vinculación con Lorca. El padre de Federico, Federico García Rodríguez, la adaptó como residencia de verano, y desde entonces fue el centro de la vida familiar durante casi una década. “Era un lugar de retiro, pero también de creación y de vida cotidiana”, explica García.
Allí convivían los hermanos, los primos, la madre —Vicenta Lorca, gran lectora y figura fundamental en la educación del poeta—, y recibían a amistades, artistas y escritores. Es, de hecho, el espacio donde Lorca pasó más tiempo seguido durante los últimos años de su vida. Precisamente en estos se cumple el décimo aniversario desde que trascendió, en 2015, el informe policial de 1965 basado en una investigación realizada ese mismo año que corroboraba la ejecución de Lorca por las autoridades franquistas.
Sin protección
Dentro de la casa se conservan muebles originales, el escritorio donde escribió buena parte de su obra, el piano de la familia, su cama, objetos personales, fotografías, cartas. Pero también se respira algo más difícil de cuantificar: “En la huerta se percibe el Lorca íntimo. Es un lugar doméstico, en el mejor sentido. Habla de la vida familiar, del calor andaluz, de la rutina, del verano. Es un lugar lleno de humanidad”, resume Alejandro Víctor. El inmueble y su jardín apenas han cambiado desde entonces. Sin embargo, pese a su valor simbólico y literario, no cuenta con ningún tipo de figura legal de protección. No es Bien de Interés Cultural (BIC) ni está catalogado como patrimonio histórico.
No siempre estuvo olvidada. Entre finales de los 90 y principios de los 2000 vivió su época dorada como museo. Con una dirección implicada y un proyecto cultural vivo, fue un centro de creación y difusión, con actividades frecuentes, visitas escolares, exposiciones, música, teatro y conferencias. Pero tras un cambio político y de gestión, el espacio entró en decadencia. “Se desmanteló el modelo, no hubo continuidad ni voluntad de mantener un proyecto cultural fuerte”, denuncia García.
En los últimos años, el museo ha sufrido cierres intermitentes, la programación ha desaparecido casi por completo y los relevos en la dirección no han venido acompañados de ningún plan a medio o largo plazo. Incluso uno de sus trabajadores tuvo que ser apartado tras descubrirse mensajes franquistas en sus redes sociales. La sensación general es la de un lugar dejado a su suerte.
El interior de la casa guarda muchos de los elementos originales, entre ellos el piano o la guitarra de Federico
Un espacio “aislado”
A eso se suma la falta de integración con el resto del legado lorquiano de la ciudad. La apertura del Centro Lorca en la plaza de la Romanilla no sirvió para reforzar la red, sino para fracturarla. “No se ha articulado un relato que conecte todos los espacios lorquianos. El archivo está allí, pero no es accesible. La huerta queda aislada, como un anexo sin contenido”, lamenta Alejandro Víctor. La ciudad, además, parece haber interiorizado ese abandono. La Huerta de San Vicente ya no está en el imaginario colectivo, ni siquiera aparece de forma destacada en los planes municipales para la capitalidad cultural europea de 2031.
Juan Ramón Ferreira, concejal de Cultura, asegura que el estado actual de la huerta no responde a una falta de interés político sino a las limitaciones presupuestarias que impone el Ministerio de Hacienda al consistorio. “No podemos aumentar el capítulo 1 del presupuesto y contratar a más personal. Estamos intervenidos”, explica. “La huerta tiene que estar en condiciones de ser visitada, con el respeto que merece. Pero ni antes ni ahora ha sido así del todo. Y mientras no podamos hacer una reforma en profundidad, ¿qué hacemos? Pues parchear”.
La decadencia de la huerta no es nueva. Tras años de esplendor cultural a finales de los 90, con conciertos de artistas como Lou Reed o Chavela Vargas y ciclos de conferencias, su actividad fue perdiendo fuerza a medida que desaparecieron los patrocinios y los recursos municipales fueron menguando. “Cuando se acabaron los apoyos económicos relevantes, la maquinaria municipal no pudo sostener aquello”, señala Ferreira. “Esa debilidad se arrastra desde hace décadas”.
Por su parte, Celia Correa, presidenta del Centro Artístico, Literario y Científico de Granada, cree que la ciudad y las instituciones tienen que tomarse más en serio este espacio lorquiano: “Granada no ha sabido cuidar su legado cultural. Con Lorca teníamos una oportunidad inmensa, pero la hemos desaprovechado. Málaga, con Picasso, lo ha hecho infinitamente mejor. Aquí ni siquiera hemos sabido unir esfuerzos”.
Porque la Huerta de San Vicente fue el refugio estival de la familia Lorca durante algunos de los veranos más creativos del poeta. Más que una casa de recreo, fue un espacio simbólico, íntimo y vegetal donde se mezclaban los olores de la alameda, el sonido constante de la acequia, la conversación con los jornaleros de la Vega, la contemplación de las cosechas, las siestas interminables y las noches de piano. Alejandro Víctor García, periodista y especialista en la Granada lorquiana, recuerda que “ahí Federico vivía en una doble dimensión: la de la familia y la del poeta. Fue en allí donde escribió algunas de sus obras más decisivas, donde pulió las tragedias rurales, donde se recogía del bullicio granadino para mirar hacia dentro.”
Pese a las limitaciones, Ferreira afirma que su concejalía trabaja para dotar a la huerta de mayor estabilidad. “Estamos buscando soluciones provisionales para minimizar los problemas. La voluntad está. Pero no nos dejan contratar. No es que no queramos. Es que no podemos”, repite. También deja claro que, aunque los fondos europeos podrían ayudar a desarrollar actividades puntuales o programas, no pueden cubrir el gasto estructural de personal: “Eso es capítulo 1 y está restringido”.
Desconocido para las nuevas generaciones
Pero lo más preocupante, quizás, es que esa huerta —con su casa convertida en museo— no está viva. No lo está para las nuevas generaciones, ni para los visitantes de la ciudad, ni siquiera para muchas instituciones culturales. La distancia que la separa del centro histórico ha servido de excusa para arrinconarla de las rutas turísticas oficiales. “Está demasiado lejos”, suelen decir quienes elaboran folletos o itinerarios que pasan por la Casa Natal de Fuente Vaqueros o el entorno de la Alhambra, como si diez o quince minutos de paseo por el Parque García Lorca fueran una pérdida de tiempo para entender la vida del poeta.
Remedios Murillo, referente de la defensa patrimonial desde la Asociación Ciudadanos por Granada, lo resume sin rodeos: “La huerta fue clave en la obra de Lorca, mucho más que su lugar de nacimiento. Allí pasaban veranos largos, de julio a octubre. Era un lugar de encuentro, de conversación, de memoria familiar. Mariluz Escribano —que perdió a su padre el mismo día que mataron a Federico— me contaba que ella de niña siempre estaba en la huerta, que se hablaba de él constantemente, que la acequia, los sembrados, la vega, todo eso está en sus versos.”
Y, sin embargo, el lugar permanece infrautilizado. En los últimos años se han sucedido los cierres de la casa-museo, las reformas discretas y los silencios administrativos. La desvinculación con la ciudadanía es tan profunda que muchos jóvenes granadinos no asocian ese espacio con Federico García Lorca. Se ha desactivado el relato, se ha silenciado su pulsión simbólica. “Es que ni los colegios van. No hay un día al año que se dedique a leer su poesía allí, ni se programan rutas regulares. Hay conciertos y cine de verano, sí, pero la memoria viva de la huerta se ha ido perdiendo,” lamenta Murillo.
En paralelo, la figura de Lorca se ha convertido en un activo cultural desdibujado por los intereses y los errores políticos. Remedios es contundente: “La gestión del Centro Lorca ha sido un desastre desde el inicio. Laura García Lorca, que venía de Nueva York, fue un pozo sin fondo. No hacía nada, fumaba, hablaba por teléfono y no tenía ni titulación. Y aun así se gastaron millones. Y lo peor: el Centro sigue sin vida, sin programación estable, sin relación real con la ciudadanía.”
El resultado es una paradoja amarga: Granada aspira a ser Capital Europea de la Cultura en 2031 mientras ignora los lugares esenciales de su mayor creador. El propio concejal de Cultura matiza que, aunque la candidatura de la ciudad es importante, no se puede vincular cada deficiencia cultural con ese objetivo. “Cada vez que hay un problema cultural en la ciudad parece que alguien lo relaciona con la candidatura. No todo es eso, aunque la figura de Lorca es parte esencial”.
La Huerta de San Vicente podría ser un espacio de vanguardia pedagógica, un núcleo de creación poética, un centro de interpretación del paisaje lorquiano. Pero hoy es, en palabras de quienes la defienden, una casa cerrada en un parque desatendido, una reliquia que no conecta con los cuerpos vivos de la ciudad.