Incluso desde el hospital, en estos últimos días antes de regresar a la residencia de Santa Marta, donde murió, gobernaba, porque él cogobernaba, escuchaba y tomaba decisiones con los demás. Pero mandaba él
La música pop se caracteriza por orientarse a públicos muy amplios, y se suele contraponer a la música considerada como “clásica”. El jesuita Jorge Mario Bergoglio (1936-2025) ha sido un pontífice pop, un auténtico fenómeno de masas que ha lidiado con su astucia natural y sus habilidades aprendidas en un entorno fascinante y proclive a misterios y conjuras. También ha sido un Papa “jazz”, con improvisaciones que han regalado momentazos. La suya ha sido la historia de un gran líder. No se habla lo suficiente del estilo de liderazgo de este Papa, iniciador de procesos —esperemos que irreversibles—.
No era un controlador —habría sido imposible—. Incluso desde el hospital, en estos últimos días antes de regresar a la residencia de Santa Marta, donde murió, gobernaba, porque él cogobernaba, escuchaba y tomaba decisiones con los demás. Pero mandaba él. Que nadie sospeche que estos días las riendas de la institución eclesial han sido llevadas por sustitutos. Ha sido genio y figura hasta la sepultura. Llevaba él las riendas y decidía (asesorado, sí, pero decidía).
Era una persona confiada y, por tanto, tomaba riesgos y dejaba hacer, aunque desconociera hacia dónde irían las decisiones tomadas. Pienso en este Papa como alguien de apertura de perspectiva gigantesca, tan grande que ha hecho que la Iglesia Católica pareciera achicada, desfasada, y él, que era la cabeza visible de esta institución milenaria, se resignaba, porque para él la Iglesia era un lugar que huele a oveja, que es casa de campaña, que es una tirita enorme que templa las heridas. Demasiadas heridas. Era consciente, como hombre inteligente y hábil que era, de que eran ya demasiados estos arañazos, agravios inconsentidos que han hecho daño, demasiado daño.
Y así, con su botiquín pastoral, donde más que tijeras tenía vendas, y donde más que alcohol tenía agua bendita, ha ido expandiendo la Iglesia, y resulta que ahora, cuando muere, doce años después de ser el pontífice de la Iglesia Católica, su legado cuenta con más católicos en el mundo, cuando parecía que la tendencia era a la baja. Algo ha hecho que ha conectado con personas que, gracias a él, han entendido que, a pesar de los innumerables errores cometidos en el seno de la institución eclesial (que no han terminado), lo que decía este sacerdote argentino convertido en líder mundial tenía sentido. Un mundo más esperanzado, más fraternal, más abierto, más inclusivo, más misericordioso, un mundo “más” de todo aquello que molesta a quien querría una iglesieta con su parcela y su garaje y su jardín vallado. El Papa que ante la “d” de doctrina prefería la “m” de misericordia, y que si alguien se arrodillaba delante de él se sentía incómodo.
Prefería los trajes de paisano (así ha sido visto al final de sus días, con un poncho) y a un obispo que no iba con sotana le dijo un día, sonriendo: “Eres el único que va vestido de hombre”. De hombres y mujeres con vidas complejas se preocupaba, y mucho. Primer Papa que ha dicho que la Iglesia es para “todos, todos todos”, y para el cual no existían bautizados de serie A y serie B. Aunque en el Vaticano funcionen distintos lenguajes, como el de la Doctrina para la Fe, diciendo por ejemplo que “las personas transexuales, incluso si han sido sometidas a un tratamiento hormonal o a una cirugía de reasignación de sexo, pueden recibir el bautismo si no existen situaciones en las que exista riesgo de generar escándalo público o desorientación entre los fieles. Y los hijos de parejas homosexuales pueden ser bautizados incluso si nacen de vientres de alquiler, siempre que exista una esperanza fundada de que serán educados en la fe católica”.
Aunque este lenguaje oficial existe, después coexistía la caricia del Papa a las personas trans que recibía. Y claro que escandalizaba, con este gesto, pero ya lo había hecho, porque para él prevalecía el “caben todos” ante la exclusión que ha caracterizado algunas maneras de hacer poco evangélicas de la institución eclesial. Ha sido un pontífice que ha ejercido el munus del obispo (porque era el obispo de Roma, aunque no se le recuerda como tal por su expansivo rol mundial), una potestad de enseñar, santificar, gobernar. Quedarán encíclicas y advertimientos sobre el clima y el cuidado de la casa común, y palabras sobre la fraternidad humana. Permanecerán sonrisas y bromas, meteduras de pata y lapsus en discursos, y sobre todo el “hagan lío”, que no deja de ser un imperativo que te permite liarla. Y si lo dice el Papa, va a misa.