Las salas de conciertos de Madrid están cambiando: menos rock, más tablaos y la música como ingrediente secundario

Entrevistamos a Vanessa Gevers, que ha analizado en los últimos movimientos en el sector por el impacto del sector inmobiliario

El Candela, la mítica cueva del flamenco en Lavapiés, vuelve “sin pompa” con nuevos dueños pero el mismo espíritu

El pasado mes de marzo cerró por sorpresa la Sala BarCo, un veterano local malasañero que, además de ser la última posta de los más noctámbulos era casa de los amantes de las jam sessions jazzísticas. Este cierre, parecido a otros anteriores, no está analizado por razones temporales en el trabajo El cierre de las salas de Madrid. Impacto del mercado inmobiliario, publicado en la plataforma Teseopress por Vanesa Gevers.

Gevers lleva veinticinco años trabajando a fondo el mercado inmobiliario. “Fundamentalmente asesorando a fondos de inversión en la compraventa de edificios, sobre todo en centro-ciudad, especializada en el sector de oficinas”, explica. En los últimos años ha ocupado también su tiempo en ejercer de manager y booker para algunas bandas. De coser los dos mundos que ocupan su vida y un un máster de Estudios Sonoros e Industria Musical en la Universidad Carlos III nace este pequeño libro, que ofrece la particular mirada de quien es arte y parte en las esferas inmobiliaria y artística.

Empezando por las conclusiones del análisis: la autora cree que el ocio nocturno no va a desaparecer –y que de hecho vive un auge en ciertas formas– pero que se está transformando inexorablemente y las salas que conocemos están en vía de extinción. Según su investigación, el 72% de las salas que han cerrado en los últimos años han reabierto, a menudo con formatos que implican a la música, pero con otros contornos. “Eso era en octubre, que cerré el trabajo, desde entonces ha reabierto el Candela, lo que es una gran noticia. Pero, claro, también han cerrado otras dos”, contextualiza la autora.

Hablamos de discotecas que programan algún concierto o restaurantes con ambientación musical, que aprovechan las licencias –que son especialmente demandadas en las Zonas de Protección Acústica Especial–. Pero la manera en que estos negocios programan música no es, habitualmente, la de las salas convencionales. En los cinco años analizados por la autora cerraron 18 salas en la almendra central, de las cuales 5 ya no abrieron. El resto, sí que lo hizo, con nuevos negocios relacionados con la música, aunque a menudo con otro concepto. La ola de cierres se ha cebado especialmente con las salas de rock, género que acumula el 40% de los cierres del último lustro.


Cierres de salas

“Las tradicionales tienen claro cuál es la vocación que tiene la sala, qué público quieren atraer y la trayectoria a medio-largo plazo. Notas que además hay alguien que se dedica a programación, que mira el contenido, el perfil de las bandas, la trayectoria o cuántas veces al año actúan. Estoy pensando en el Gruta 77 o La Palma, por ejemplo. Las otras, sin embargo, pues tienden a ofrecer horarios y fechas”, explica desde su experiencia en el sector y el trato con las distintas salas madrileñas.

Estas salas de nuevo cuño no se asocian ya a un género determinado ni crean una marca pegada a lo musical que retenga un público asiduo, explica Gevers. Esto, por supuesto, sucede especialmente en el centro de la ciudad, gran escenario de la apuesta de Madrid por el turismo y campo de juego por excelencia del cambio de modelo de ocio. El 61% de las salas de conciertos clausuradas entre 2019–2024 se encontraban en el distrito Centro, el 16% en el distrito de Chamberí y el 11% Arganzuela.

“Para mí la descentralización del circuito de salas es una de las reclamaciones posibles, pero tampoco lo tengo muy sopesado porque no gestiono salas. Habría que ver qué funcionamiento podrían tener las salas fuera del centro, al fin y al cabo, también es verdad que el centro es un lugar privilegiado para el ocio. Pienso en algunas excepciones que ya tenemos como la sala Rey Louie (Majadahonda), que tiene una masa crítica, está internada en su centro comercial, junto a un local de producción, un productor musical que hace grabación… Algunas ya hay que han creado su propia marca y tienen su público asiduo.

Un buen ejemplo del cambio de modelo de las salas, especialmente en el centro, es el auge que, tras la crisis ocasionada por el Covid, están viviendo los tablaos flamencos, cuyo público está formado mayoritariamente por turistas. “Tienen una facturación más elevada de la media, cuando me metí en las cuentas anuales y vi la facturación lo comprobé. Cuentan con una programación en la que a lo mejor tienen cuatro conciertos diarios, uno detrás del otro, y a unos precios que obviamente no son para el bolsillo de todo el mundo. Pasas dos horas, te dan de comer, además, tapa de jamón, copa de vino y te has dejado 50 euros. Este modelo también está considerado una sala de concierto…”, explica Gevers.

La autora cree que la sala pura debería tener una consideración distinta, especial, que ayudara a su mantenimiento. “Deberían ser consideradas patrimonio cultural de la ciudad. Lo primero es definir el significado y el concepto de sala de concierto, para poder así protegerlas y decidir qué medidas tomar para ello”. El trabajo se atreve a lanzar algunas propuestas al respecto que incluyen, precisamente, las campañas de viibilización de los espacios como elementos culturales, incluyendo visitas guiadas de los chavales desde el colegio, por ejemplo.

Y es que nunca ha estado muy claro que es una sala de conciertos y ahora menos. Entran dentro de la consideración espacios de alquiler para eventos privados, restaurantes con conciertos acústicos muy puntuales y salas de clubbing sin programación recurrente. Pero no es de lo que hablamos. Gevers contabilizaba en julio de 2024, 16 salas “sin aderezos” dentro del perímetro de la M-30.

“Otro de los puntos que mencionaba en el trabajo, que se está llevando a cabo en otras ciudades, en concreto en Reino Unido, es la creación de un fondo de inversión para salas de concierto, pero con el objetivo de protegerlas. Algunas salas míticas que se identifiquen, que son realmente las que aporten al tejido social y cultural, se verían apoyadas por esos fondos”. También propone que los promotores de grandes festivales ayuden a potenciar el tejido de salas pequeñas. “No estamos hablando de grandes sumas de dinero, pero a lo mejor un euro por entrada, que se podría aportar a un fondo”, explica.

“Aunque reconozco que es más complejo, creo que también se deberían integrar en la planificación urbanística de la ciudad. Hablamos de los distintos usos y calificaciones de los suelos, residencial, industrial, dotacional, equipamiento… Hacer que se integre la sala en lo relacionado con la cultura”, detalla la autora.


Vanessa Gevers

Gevers apunta también al propio sector de la música como agente activo en el mantenimiento de las salas. “Todas las bandas que han triunfado tocaron alguna vez en salas, habría que hacerles participar, ya fuera en campañas de promoción o tocando de vez en cuando.”

Para terminar la conversación, preguntamos a Vanessa su opinión sobre el impacto que la presión inmobiliaria ejerce en el cierre de salas a la luz de las entrevistas y lecturas que ha hecho para elaborar el informe. “El tema inmobiliario tiene peso como un componente más, porque es cierto que cuando miramos las causas del cierre de las salas de conciertos, el primordial son los problemas económicos (el 80% de los entrevistados te habla de problemas financieros), y entra obviamente el coste inmobiliario (el alquiler mensual es aproximadamente un 80%). Pero entra en juego con el resto de elementos de los que hemos estado hablando en la entrevista, como el cambio cultural y de los patrones de ocio”. En definitiva, la autora propone dar la vuelta a aquello de “entre todos la mataron y ella sola se murió” para, con la implicación de la administración púbica, la sociedad civil y la propia industria musical, seguir entonando un “larga vida al rock and roll”.

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