20 años de YouTube: de la red social más cruda al asalto definitivo a la televisión

La plataforma de vídeo sigue creciendo, dejando atrás sus códigos amateur, centrada en la potencia de sus algoritmos y la profesionalización de los creadores

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“Vale, pues aquí estamos con los elefantes. Lo que mola sobre estos chicos es que tienen una trompa realmente muy, muy larga, es genial. Y eso es prácticamente todo lo que hay que decir”. Si algo tienen en común las plataformas que han terminado convirtiéndose en los gigantes digitales que vehiculan la vida moderna es que su origen no suele resultar muy épico. El vídeo Me at the zoo (Yo en el zoo) forma parte de todos los museos de antropología digital, pero tampoco lo es. Es solo el fundador de YouTube Jared Karim hablando frente a dos de estos animales en el zoo de San Diego.

El vídeo se subió el 23 de abril de 2005. Karim había intentado buscar vídeos en Internet sobre lo que había pasado en el espectáculo del intermedio de la Super Bowl del año anterior (el de la pezonera de Janet Jackson) y, tras no encontrar nada, se le ocurrió que quizá fuera buena idea crear una herramienta para que la gente pudiera subir sus propias grabaciones a la red sin muchas complicaciones.

20 años después Me at the zoo tiene más de 355 millones de visualizaciones. Proceden de los algunos de sus casi 3.000 millones de usuarios activos que han querido revisitar el momento en el que empezó todo. La idea de Karim, a la que dio forma junto a Steve Chen y Chad Hurley, se convirtió en un fenómeno masivo. Hoy suma unos 20.000 millones de vídeos, a razón de 20 millones por día. En su gigantesca red de comunicación también se cuentan 100 millones de comentarios diarios y otros tantos 3.500 millones de ‘me gustas’.

Son cifras en las que cabe absolutamente de todo. El propio YouTube ha ido cambiando con el tiempo. Desde una etapa inicial en la que la espontaneidad de Karim era la norma, hasta las superproducciones que representan algunos contenidos de las estrellas del YouTube de hoy. Pero que pese a las dos décadas en marcha, sigue su crecimiento y abriéndose paso en las pantallas. Y cada vez más cerca del bastión de la comunicación tradicional: la de la televisión.

La red social

YouTube tuvo un éxito muy rápido. Poco después de su lanzamiento en versión beta, en mayo de 2005, ya tenía unos 30.000 visitantes diarios. Para cuando su lanzamiento oficial el 15 de diciembre de 2005, contaba con más de dos millones de visualizaciones al día. Un año después la plataforma ya tenía unos 25 millones de vídeos subidos y en el verano de 2006 superó los 100 millones.

Era una etapa en la que la sociedad aún no había generado los códigos de la comunicación audiovisual digital. Todo era sencillo, espontáneo. “La cotidianidad, que se volvería típica de su contenido, se evidencia en su trivial video inicial de veinte segundos y en su estética sobria. No hay nada extraordinario en Karim en Me at the zoo: su voz es monótona, sus palabras son simples, su estilo de vestir es práctico. Es una persona común”, explicaba, en 2016, Aaron Duplantier, catedrático estadounidense especializado en cultura digital: “La plataforma era lo extraordinario, no el contenido”.

La plataforma era lo extraordinario, no el contenido

“Esa fue la tesis que acabaría formando a muchos creadores amateur, incluida la comunidad vloguera de YouTube”, continuaba Duplantier. Fue la etapa en la que la plataforma fue una red social cruda, en su concepto primigenio. No había algoritmos que seleccionaran ni vilarizaran y cada canal parecía un compartimento mucho más estanco de lo que en realidad era.

Como detallaba el experto, este fue el momento en el que muchos usuarios se sumaron a la plataforma para usarla como un vídeo-blog (o vlog). Se grababan hablando a la cámara igual que quien se sentaba a escribir en un blog personal. Melo (entonces MellowYellow), es una de las exponentes de la comunidad española de YouTube de aquella época.

La falta de reparos y de precaución sobre lo que se subía a Internet dio como resultado algunos de los vídeos más virales que ha dado la plataforma, que triunfaron por su espontaneidad. El bebé británico que le mordía un dedo a su hermano, la niña que no entiende si ir a Disneyland es bueno o malo, el niño que sufría los efectos de la anestesia del dentista y no sabía si estaba en un sueño o en la vida real, o la caída de Edgar al arroyo; una grabación que hoy quizá habría sido mucho más sencilla de retirar que hace 18 años, por las normas contra el acoso.

Las empresas fueron capaces de ver que algo estaba pasando en YouTube y quisieron subirse. Sin embargo, durante años, les fue imposible. Todos sus intentos fracasaron al no saber adaptarse a los códigos de la plataforma. “Cuando profesionales y corporaciones suben contenido a YouTube, sus videos pueden sentirse como una amenaza para la comunidad amateur, especialmente cuando desvían la audiencia amateur, pero, en realidad, la tensión resultante entre ambos actúa en favor del amateur”, afirmaba Duplantier en aquella época.

Como el catedrático, muchos expertos llegaron a creer que si las marcas no terminaban de asumir el amateurismo y espontaneidad extrema del primer YouTube, no se abrirían paso en ese espacio. No obstante, con el tiempo encontraron el camino.

La compra de Google

El rápido crecimiento de YouTube supuso problemas para sus fundadores relativamente rápido. El coste de escalar la plataforma era mucho más alto que el de otras redes sociales. Hacía falta una ingente cantidad de servidores para almacenar todas esas grabaciones y además muchas de ellas estaban generando reclamaciones de copyright que la pequeña startup no tenía recursos para gestionar. Así que buscó un comprador.

En 2006 apareció Google y se hizo con YouTube por 1.650 millones de dólares. ¿Fue un precio alto o bajo? Casi dos décadas después, con la herramienta generando más de 30.000 millones de dólares al año para Google en concepto de publicidad y otros 15.000 millones por suscripciones, la respuesta es obvia. Pero lo cierto es que durante años, los analistas no estuvieron tan de acuerdo. YouTube consumía muchos recursos computacionales, era un auténtico dolor de cabeza en todo lo relacionado con derechos de autor y apenas generaba ingresos.

La multinacional sabía que había mucho potencial en ese espacio, pero tampoco tenía claro como explotarlo. Durante años tampoco dio ningún dato sobre los ingresos y los gastos reales que le generaba YouTube, lo que no ayudó a disipar las dudas de los analistas. El propio Eric Schmidt, cofundador de Google, expresó en 2009 que su empresa había pagado el triple de lo que habría debido por la plataforma, estimando el valor real de YouTube en unos 600 o 700 millones de dólares.

Fue una mala decisión comercial para Google. Lo dijimos en su momento, y tres años después, hemos acertado

“En una negociación, recuerden, el precio no lo determina mi criterio, ni el modelo financiero, ni el flujo de caja descontado. Se determina por lo que la gente está dispuesta a pagar”, dijo Schmidt, justificando el desembolso que había hecho Google en el rápido crecimiento de YouTube y el interés que había generado.

“No creo que Schmidt se equivoque al suponer que alguien habría pagado de más por YouTube. Si Google hubiera estado dispuesto a pagar aún más, puede que alguien hubiera sobrepujado. Pero fue una mala decisión comercial para Google. Lo dijimos en su momento, y tres años después, hemos acertado”, sentenció el analista Josh Martin en unas declaraciones que no han envejecido demasiado bien.

Los algoritmos y el fenómeno influencer

Los años iban pasando y dos preguntas circulaban por las oficinas de Google respecto a YouTube. La primera era cómo darle un giro a su código amateur para convertirlo en algo con lo que las empresas pudieran trabajar. La segunda, cómo ganar dinero con esa colaboración. La respuesta a las dos preguntas fue la misma: los algoritmos.

Los famosos algoritmos de recomendación de contenidos de YouTube convirtieron a la plataforma en un canal mucho más dirigido. La plataforma empezó a compartir parte de las ganancias con los youtubers, a los que redefinió como creadores. Pero a medida que se refinaban sus recomendaciones, las reglas del juego cambiaban: ya no bastaba con subir un video simpático, ahora había que entender los ritmos de publicación, los títulos, las miniaturas, los tiempos de retención de audiencia. La plataforma se convirtió en un sistema mucho más técnico y menos ingenuo, en el que los creadores debían aprender a jugar con las reglas invisibles de los algoritmos si querían ser vistos.

Unas variables difusas y cambiantes que se convirtieron en un jefe tóxico para algunos de los que intentaban ganarse la vida con ellos. “Invertimos tiempo y dinero en algo que normalmente nos perjudica, pero que de tanto en tanto nos beneficia mucho, dándonos un subidón de dopamina que nos hace olvidar todo lo que hemos perdido para llegar a ese momento de falsa ilusión, de éxito”, explicaba en 2021 Martí Montferrer, uno de los principales divulgadores de ciencia de YouTube.

Los algoritmos, de los que tanto se ha hablado por su impacto en el consumo de contenidos, tienen una consecuencia muy evidente también en los creadores. “Ser youtuber o, especificando más, creador de contenido que depende de esta plataforma para su sustento económico y su realización vital, ha pasado a ser, en términos de salud mental, algo muy similar a ser adicto al juego. Ludopatía en su estado más puro”, exponía el creador en conversación con este medio.

Una economía que somete a sus trabajadores a la tiranía del algoritmo, pero una economía al fin y al cabo. Ese mismo año YouTube España presentó sus cifras de impacto y, apoyada en un estudio elaborado por Oxford Economics, defendió que genera empleo para 21.000 personas y contribuía con 313 millones al PIB. No ha vuelto a actualizar las cifras desde entonces.

“En España y en otras partes del mundo, hay mucha gente que piensa que esto de los youtubers es una panda de chavales sin oficio ni beneficio, que nadie sabe muy bien como hacen dinero, cuando en realidad es una economía floreciente. Es gente muy profesional, emprendedores del mundo de la creación de contenidos que han creado empresas que generan riqueza cultural y económica”, defendía en entrevista con elDiario.es Maite Gómez, entonces directora general de YouTube para España y Portugal.

Creadores como Ibai Llanos, cuya transición desde comentarista de e-sports a empresario de entretenimiento capaz de organizar veladas de boxeo con millones de espectadores simultáneos, El Rubius o The Grefg, que batió récords mundiales de audiencia en streaming, ejemplifican este nuevo ecosistema. Ambos han construido empresas millonarias que trascienden YouTube, negociando directamente con marcas y personalidades internacionales sin intermediarios tradicionales.

El asalto a la televisión

Los años siguieron pasando y en 2025 el debate al que hacía referencia Gómez está prácticamente superado. YouTube es de todo y para todos. No hay un campo del entretenimiento que YouTube no pueda explotar. “Todo lo amateur ha quedado atrás y hay un alto nivel de profesionalización. Ya hay incluso másteres y cursos de experto sobre creación de contenidos en YouTube”, explica Nuria Sánchez Valenzuela, doctora en comunicación de la Universidad de Sevilla.

La profesionalización de los creadores en YouTube ha hecho que algunas productoras de televisión tradicional utilicen la plataforma como cantera. Sin embargo, la última tendencia es darle la vuelta a ese camino: cada vez más comunicadores y periodistas aprovechan la visibilidad que en un momento dado les da la televisión para abrirse un canal de YouTube.

“Les da una libertad en materia de horarios, ideológica y de conexión con la audiencia que no pueden tener en canales tradicionales, además de reportarles beneficios directos. Pueden ser incluso más creativos en cuanto a formatos que no tienen cabida en la televisión tradicional”, continúa Sánchez Valenzuela.

La fórmula sigue funcionando y YouTube sigue creciendo. Ya no solo en móviles, tabletas u ordenadores, sino robándole espacio a la televisión tradicional en su propio formato. Gracias a la televisión conectada, cada vez más personas cogen el mando a distancia y ponen YouTube. Según el último informe de la patronal de anunciantes IAB, más de la mitad de los españoles que tienen televisión conectada (que son el 95%) lo hacen. Cifras que solo Netflix y Amazon Prime superan.

En este contexto de transformación constante, YouTube ya no es solo un espacio de entretenimiento, sino un entorno de influencia, aprendizaje y también de desinformación. Por eso, como advierte Sánchez Valenzuela, “hay que tener cuidado con cómo entendemos la profesionalización”. No se trata solo de mejorar la calidad técnica de los vídeos o el diseño de los canales, sino también de profesionalizar el contenido desde la raíz: quién lo dice, cómo lo dice y con qué rigor. “Creo que cada vez hay más conciencia de eso”, añade. “Hemos pasado de una etapa en la que importaba tener acceso a todo, a otra en la que buscamos qué información es más fiable, más veraz”.

El crecimiento exponencial de YouTube como fuente informativa plantea desafíos críticos para la sociedad española. La plataforma ha sido señalada por expertos como un vector de desinformación preocupante, especialmente en crisis como la pandemia o procesos electorales recientes. Según el informe Digital News Report 2024 del Reuters Institute, un 31% de usuarios ya considera YouTube su principal fuente de noticias, pero la arquitectura algorítmica de la plataforma, diseñada para maximizar el tiempo de visualización, tiende a favorecer contenido polarizante y sensacionalista. Una cara que YouTube mostró como nunca durante la pandemia.

Veinte años después, YouTube sigue siendo un reflejo de Internet. Ahora, como un espacio donde conviven la inmediatez y la profundidad, el ruido y la calidad, lo anecdótico y lo relevante. Depende de los usuarios —y de quienes crean contenido— elegir hacia dónde inclinar la balanza.