Nacido a mediados del siglo XIX, Federico Olóriz fue un científico meticuloso y obsesionado por avanzar en el conocimiento, y cuyo método sigue utilizando la Policía
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El 11 de marzo de 2004 Madrid fue el epicentro del mayor atentado terrorista que nunca haya vivido España. Aquel 11M se saldó con el asesinato, por parte del terrorismo yihadista, de 193 personas que tuvieron la mala suerte de utilizar los trenes de cercanías que salían de la estación de Atocha. Debido a las explosiones, la magnitud de la tragedia fue tal que muchas de las víctimas tuvieron que ser identificadas por sus huellas dactilares a través de un método desarrollado un siglo antes por un médico granadino desconocido para la mayoría: Federico Olóriz.
Junto con el científico argentino Juan Vucetich, que de forma paralela y coetánea a Olóriz también fue un erudito en la investigación de las huellas dactilares, Federico Olóriz es considerado el padre de la identificación por este método que ha permitido a la Policía de todo el mundo resolver crímenes. Pese a ello, y probablemente porque murió muy joven -con apenas 56 años, víctima de un cáncer-, su carrera ha pasado desapercibida para el gran público. Tanto que, aun teniendo una calle en la misma Granada que le vio nacer a mediados del siglo XIX, muchos granadinos desconocen su importancia.
Y es que Federico Olóriz nació en el barrio de San Lázaro de Granada en 1855, donde décadas después se instalaría la antigua Facultad de Medicina de la Universidad de Granada (UGR). De familia de clase media, su padre trabajaba como administrativo del ayuntamiento y un tío suyo llegó a ser registrador de la propiedad. Pese a esas dificultades económicas en una España en la que no sobraba nada, Olóriz pudo estudiar precisamente en la UGR y doctorarse en Medicina en la especialidad de Anatomía. Un recorrido académico que le permitiría, años después, ser un científico reputado a nivel nacional, pero casi olvidado en su tierra natal.
Su marcha a Madrid
Antes de su ascenso a la fama del investigador que deja un legado, Federico buscó el modo de establecerse como docente universitario. Algo que acabaría logrando en 1884 cuando obtuvo la cátedra en la Universidad Complutense de Madrid. En esta universidad, Olóriz pudo tener la estabilidad personal -se casó y tuvo seis hijos- y financiera que le permitió enfocarse en la docencia y avanzar en su afán por descubrir más sobre la antropología y la identificación forense.
Aquellos avances que hacía quedaron por escrito. Olóriz llevaba un diario personal minucioso, que se conserva hoy en día, en el que anotaba todo cuanto hacía: “Trabajo diario final: siete cuartos de hora. Eso todos los días del año, día a día, los reales que gasta, los cuartos de hora que gasta, las visitas que hace, las cartas enviadas, las cartas recibidas…”, explica Miguel Guirao, docente en la UGR y uno de los mayores estudiosos sobre su figura, sobre todo a través de su abuelo, también Miguel Guirao, que admiraba a Olóriz y que llegó a ser decano de la Universidad. Aquellos registros permitieron a sus herederos, por parte de una de sus hijas, reconstruir su método de estudio y su ritmo incesante de trabajo.
Inicialmente centrado en la anatomía, Olóriz puso en marcha una impresionante colección de cráneos en Granada. Rápidamente descubrió que el método de identificación mediante medidas craneales era limitado, lo que llevó a indagar en nuevas fórmulas que llevaron hasta las huellas dactilares. Guiado por su curiosidad, asistió a congresos en España donde se presentaban los avances de Vucetich en Buenos Aires. “Se puso a investigar los trabajos de Vucetich y llegó a la conclusión de que lo que había hecho Vucetich era un poco mejor que lo que había hecho él, y lo reconoció sin problema”, confiesa Guirao.
Pero lejos de ceder en su pretensión de avanzar en este campo, perfeccionó la clasificación de deltas y pliegues que había avanzado Vucetich, definiendo un sistema que permitiría identificar a cualquier individuo con una precisión inédita. Desde ese momento, el método Olóriz se convertiría en un estándar para la policía científica: “El mejor método de identificación es el método Olóriz hasta el punto de que se ha utilizado en los atentados del 11M. A las tres horas ya tenían las huellas identificadas”.
Amigo de Ramón y Cajal
Su via académica le llevó a tejer una relación estrecha con Santiago Ramón y Cajal, referente histórico de la medicina en España. Paradójicamente, la amistad entre ambos nació de una rivalidad académica. Los dos compitieron en 1880 por la cátedra de Anatomía en Granada que ninguno obtuvo porque fue adjudicada a otro candidato, cercano al Decanato. Pero lo que en principio fue un revés profesional, acabó resultando en una amistad basada en el respeto mutuo. “Cajal llega a decir en aquel momento que Olóriz es mucho mejor anatomista que él”, recuerda Guirao, que señala incluso que Cajal afirmaba que sus familias eran como una sola. De hecho, se conserva un archivo epistolar en el que ambos discutían hallazgos y tendencias científicas.
No en vano, se parecían en muchos sentidos. Si Ramón y Cajal era meticuloso hasta el punto de prácticamente encerrarse en sus investigaciones y dejar de lado a su mujer e hijos, Federico Olóriz no lo era menos. Cuenta Guirao que llegó a ese extremo precisamente con la muerte de uno de sus hijos. Cuando su hijo Ricardito falleció, el científico anotó en su diario apenas tres líneas sobre la muerte del niño, para luego regresar a sus lecturas de antropología, como si el dolor personal, que no podemos saber si tuvo en aquel momento, quedase por debajo de cualquier avance científico.
Un legado vivo
Tras su fallecimiento en 1912, sus descendientes cedieron el archivo al abuelo de Miguel Guirao y a su padre, que lo custodiaron y promovieron la creación del Instituto de Neurociencia Federico Olóriz en la UGR, segundo más antiguo de España tras el de Cajal precisamente. Un siglo después, en 2012, se celebró el centenario de su muerte con más de 100 actividades: conferencias, exposiciones y publicaciones. “Fuimos capaces de poner en valor la figura de Federico Olóriz”, recuerda Guirao. “Tendría que estar en la Avenida de la Constitución con un monumento e incluso teníamos el boceto y el presupuesto, pero llegó la pandemia y todo se quedó en el tintero.”
A día de hoy, el método Olóriz sigue vigente en los laboratorios forenses, está presente en las investigaciones policiales y en las aulas universitarias. Su archivo se consulta para tesis doctorales y proyectos de investigación. Sin embargo, “muchos granadinos desconocen de su importancia” y su figura permanece relegada a los círculos especializados. Quizá la clave para rescatar su memoria esté en volver a sus propias palabras, en abrir de par en par el diario de los “cuartos de hora” y recordar que la ciencia avanza gracias a quienes, como Olóriz, dedican cada instante de su vida al conocimiento.