El gran apagón con cerveza caliente

Si el fin del mundo llega, que al menos caiga en lunes y en día soleado para poder tirarnos en el césped a reflexionar sobre la futilidad de la vida. Y, además, esta vez nos ha pillado libres de toda ingenuidad

Vivimos tiempos de realismo histérico, que es una variante del realismo mágico con una dosis extra de neurosis. Creo que es un término bastante preciso para definir lo que nos está pasando los últimos años: cualquier ficción con la histeria como base argumental parece superada sin apenas esfuerzo en la vida real.  

“Esta serie está compuesta exclusivamente por grabaciones documentales. Todas las administraciones consultadas han negado la veracidad de los documentos que aquí se presentan. Ningún gobierno ha querido hacer declaraciones”. Así comenzaba ‘El Gran apagón’, la serie de ficción sonora creada por José A. Pérez de Ledo que triunfó hace años en Podium Podcast, y posteriormente como serie en Movistar+. En la ficción los protagonistas se enfrentaron a El Gran Apagón con ropa de colores caqui, conversaciones entre susurros, espiritualidad, refugios y tensión. La realidad, como casi siempre, ha tenido menos efectos especiales. ¿Cómo reaccionamos ante este primer gran apagón histórico? Al margen de los que hayan pasado situaciones difíciles como quedarse encerrados o atrapados, para el resto el día ha transcurrido con incertidumbre, caos controlado, algo de ligereza inquieta, surrealismo y memes. 

En el Mercadona de mi barrio se agotaron las conservas, mientras la gente aprovechaba los generadores para cargar el teléfono móvil. Mi amiga Laura, que es enfermera en Talavera, fue de casa en casa aporreando las puertas de los pacientes y practicando una variante local silbo gomero. Mis amigos de Vigo aprovecharon para irse a la playa, como un domingo estirado en el tiempo. Muchos se han ido al bar a beber; la cerveza caliente, eso sí, ellos sabrán. En la Gran Vía madrileña había una cola kilométrica en el Exchange Money como estuviésemos a las puertas de un corralito. La ferretería colindante a mi trabajo agotó los hornillos de gas. Otros han tuiteado fotos de sus transistores (nunca falta el mensaje sobre la superioridad de la radio en medio de las crisis).  

La mayoría hemos compartido memes, con la resignación de estar viviendo otro acontecimiento histórico. Al décimo acontecimiento histórico vivido deberíamos entrar en algún sorteo de importancia, pero no de coches, si no de latas de Fabada Litoral, que seguro que nos resultan más útiles en algún momento del futuro. El 21 de marzo de 2020, tras el inicio de la pandemia, el usuario de Twitter @aardvarsk tuiteó por primera vez eso de “Estoy cansado de ser parte de un evento histórico tan importante”. Y así seguimos cinco años después.  

Una pandemia, un volcán, una guerra en suelo europeo, el genocidio en Palestina, Filomena, un asalto al Capitolio. La guerra, la política, el crimen, el terrorismo: todo está sacando extremos de la naturaleza humana que fluctúan entre la psicosis, la maldad, el delirio, la solidaridad y el humor. Ahora vendrán los días de conspiranoia y oportunismo, por supuesto. El PP tardó poco tiempo en culpar a Pedro Sánchez, se pagaba barato en las apuestas. Una señora en mi trabajo dijo que había escuchado que ya habían entrado a robar en casas. ¿Dónde lo escuchó? En Inventalia. Han salido ya de sus madrigueras los expertos en generadores, afectaciones energéticas y ciberataques.  

Estamos luchando contra nuestros límites, con un punto casi ya de desesperación existencial, así que hay quien abraza las confabulaciones, y luego estamos los que abrazamos la risa como una obligación casi ética. Si el fin del mundo llega, que al menos caiga en lunes y en día soleado para poder tirarnos en el césped a reflexionar sobre la futilidad de la vida. Y, además, esta vez nos ha pillado libres de toda ingenuidad. Ya sabemos, y esto sí que es una certeza dentro de la incertidumbre, que de esta no saldremos mejores.