Vino el gran apagón y no pasó nada (de momento)

Toda España, menos Canarias y Baleares, se queda sin luz sin que eso haya provocado hasta ahora ninguna catástrofe ni problemas serios de seguridad

En los años setenta, en una época en la que a Nueva York se le acumulaban los problemas, la ciudad sufrió un gran apagón de consecuencias nada agradables. Por la noche, hubo barra libre para atracos, homicidios y accidentes. Sin mucho que hacer en casa ante la falta de luz, las parejas volvieron a lo básico para pasar el tiempo. No cabe duda de que muchos acertaron en la diana, como pudieron descubrir nueve meses después. La vida se abrió paso en la oscuridad.

Con el índice de fertilidad por los suelos, no estaría mal que España pasara por lo mismo. Pero incluso si las maternidades no tienen trabajo extra a finales de enero de 2026, no tiene por qué ser un desastre. Todo con tal de no dejarse llevar por la desesperanza como revelaba el temor de una mujer que le contaba al hombre con el que iba por una calle de Madrid: “Y ahora volver a casa, ¿para qué? Si no hay nada que hacer. Qué aburrimiento”. 

Sin luz para la televisión, sin conexión a internet en el ordenador y sin datos en el móvil para leer las noticias en los medios de comunicación, los ciudadanos en esa situación gozaban de una insólita paz. No estaban obligados a escuchar a los políticos decir que todo se solucionaría cuanto antes, a otros que esto demuestra que somos un país tercermundista o a los más nerviosos que esto es la demostración de que nos dirigimos a un colapso civilizatorio. Con el metro y cercanías fuera de funcionamiento en las grandes ciudades, el único colapso que se vivió el circulatorio. El tráfico estaba imposible. 

Todas las miradas estaban puestas en Red Eléctrica, el lugar en que alguien debía dar al botón de reiniciar por si eso servía. No sirvió. Con más razón en el caso del Gobierno. Inevitablemente, Pedro Sánchez incurrió en el vicio tan habitual del ‘presentismo’. No le valía con ordenar que le mantuvieran informado o ponerse en contacto telefónico con el presidenta de Red Eléctrica para ver si necesitaba recursos excepcionales. Es lo bueno que tiene ser presidente. En cualquier momento, puedes poner en marcha una comitiva presidencial. 

Se subió al coche y ordenó dirigirse a la empresa pública. Le acompañó la vicepresidenta de Transición Ecológica, Sara Aagesen. Ambos se desplazaron “para conocer de primera mano la situación generada en el suministro eléctrico”, según la nota de Moncloa.

El problema es que la aparición de Sánchez no tuvo efectos milagrosos. Era previsible. Quizá fue útil para que se enterara de algo más que lo que podría haber sabido en el despacho. No tanto como para que tuviera que informar de inmediato sobre ello. El comunicado de Moncloa precisaba que contarían algo cuando lo supieran: “Trasladaremos toda la información que esté disponible a medida que contemos con datos rigurosos y contrastados”. Eso está bien. De todas formas, si te lo cuenta Red Eléctrica se supone que será algo riguroso. Son profesionales en lo suyo.

Hubo tres gobiernos autonómicos que aplicaron el manual sobre emergencias que tienen muy presente desde la Dana de Valencia. Que se ocupe el Gobierno central de todo, porque seguro que la culpa es del Gobierno. Los gobiernos de Madrid, Andalucía y Extremadura pedían que se declarara una emergencia de alcance nacional de nivel tres. En este caso, era bastante obvio, porque sólo puede solucionar el problema un organismo de la Administración central del Estado.

A la hora de invocar la inminente catástrofe, nadie podía superar a Isabel Díaz Ayuso. Exigió la intervención del Ejército para mantener “la ley y el orden”. A la hora en que lo hizo, la ley y el orden estaban a lo suyo como todos los días y la gente no había comenzado a asaltar tiendas o a devorarse. La calma que se respiraba en la calle sólo podía extrañar a aquellos que creen que siempre estamos a un par de desgracias de volver a la etapa de homínido no sujeto a normas constitucionales o a la de depredador insaciable propio de las películas postapocalípticas.

Sobre el terreno en la Gran Vía de Madrid, la mayor vulneración de las leyes que nos hemos dado venía de los peatones que invadían la calzada central para hacer fotos. No corrían peligro. El tráfico de vehículos privados estaba cortado y sólo circulaban los autobuses. Como estado de caos y anarquía, dejaba mucho que desear. 

El impacto más evidente en las comunicaciones se produjo en el transporte ferroviario con 26 trenes parados en la vía. Con los trenes de media y larga distancia, no se espera que se recupere la normalidad hasta el martes.

Poco después de la seis de la tarde, Pedro Sánchez compareció para informar sobre lo que sabía el Gobierno. Tampoco era mucho. Confirmó que se declarará una emergencia de nivel 3, con lo que Ayuso no tenía que hiperventilar más. Sobre lo que más interesaba a la gente, sólo dijo que el suministro de energía en todo el país se restablecerá “pronto”. A esa hora, amplias zonas de nueve regiones en el norte, sur y oeste de la península ya volvían a tener luz. Sánchez explicó que eso era gracias a la energía recibida de Francia y Marruecos. 

No contó nada sobre las razones del apagón, presumiblemente porque Red Eléctrica no lo sabe aún o tiene varias hipótesis. “Es mejor no especular”, dijo Sánchez. “Sigamos únicamente información oficial”, continuó barriendo para casa. En redes sociales, en aquellos lugares donde la gente puede acceder a ellas, seguro que hay anteriores expertos en pandemias, guerras en Europa y aranceles comerciales que ahora se habrán reciclado en expertos en energía y estarán explayándose sobre las posibles razones del apagón. 

Para tener claro que todo se quedará en un susto sin precedentes, aunque con las fuertes pérdidas económicas que sufrirán muchas empresas por la falta de actividad, habrá que esperar a la noche. Hasta ese momento, podemos decir que el gran apagón no ha sido tan fiero como lo pintaban. Claro que a una gente que pasó por una pandemia pocas cosas les pueden meter miedo.