El entrenamiento olfativo, mediante la exposición repetida a distintos olores, permite mejorar y recuperar el sentido del olfato
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No solemos tener consciencia de ello, pero el sentido del olfato nos da un importante poder: sin necesidad de movernos ni de abrir los ojos podemos detectar peligros, evocar recuerdos y momentos especiales u oler una deliciosa comida. Pensamos que es uno de los sentidos menos usados, cuando en realidad es increíblemente potente. Un poder que enriquece nuestro día a día y que, a menudo, damos por sentado.
El olfato es, quizás, uno de los sentidos menos conocidos, y lo más común es que no se hable de él hasta que se pierde. Un problema que los médicos llaman anosmia, cuando la pérdida es total, o hiposmia, cuando es parcial, y que muchas personas experimentaron sobre todo como efecto secundario común de la Covid-19.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 5% de la población padece anosmia; en España, son cerca de 400.000 personas las que sufren este problema, que se asocia de manera especial con la edad, ya que, entre los 20 y los 40 años, se detectan entre un 50% y un 75% de los olores, frente a un porcentaje del 30-45% entre las personas de 50 y 70 años.
Cuidar del sentido del olfato es igual de importante que hacerlo de cualquier otro sentido porque no solo nos permite identificar millones de olores distintos, sino que juega un papel decisivo en nuestra percepción del mundo. ¿Por qué se deteriora? ¿Podemos volver a conectar con este sentido y mejorarlo?
Vivir sin oler: qué hay detrás
Cuando el sentido del olfato funciona correctamente significa que cuando respiramos detecta sustancias que se adhieren en el fondo de la cavidad nasal en la mucosa olfatoria, formada por las neuronas olfativas, que son las que captan las moléculas olfativas y las transforman en mensajes nerviosos eléctricos que llegan al cerebro. Por tanto, lo que olemos es el resultado del procesamiento que nuestro cerebro hace de estos mensajes eléctricos.
El trastorno olfativo es una distorsión del sentido del olfato: ya sea acentuado, disminuido o percibiendo olores inexistentes, significa que el olfato no funciona de la forma correcta.
Detrás de la pérdida de olfato, tanto si es total (anosmia) como parcial (hiposmia), no solo está la Covid 19, sino que deben contemplarse otros responsables, como apunta la Sociedad Española de Otorrinolaringología y Cirugía de Cabeza y Cuello (SEORL-CCC), como infecciones respiratorias como un resfriado o la gripe, que pueden provocar anosmia temporal; ciertos traumatismos craneales, que pueden dañar o destruir las fibras de los nervios que enlazan los receptores del olfato con el cerebro; enfermedades nasales como la rinitis alérgica o rinosinusitis crónica; cirugías nasales recientes; ciertos fármacos como antibióticos o medicamentos para tratar la presión arterial; o enfermedades neurodegenerativas como el Parkinson o el Alzheimer.
La olfatometría es lo que permite a los otorrinolaringólogos medir la función olfatoria a través de un conjunto de pruebas cuya finalidad es evaluar la concentración de los olores y valorar el estado olfativo de cada persona. La buena noticia de todo esto es que ejercitar activamente la nariz mediante el entrenamiento del olfato puede ayudar a mejorar la función olfativa.
Un gimnasio para nuestra nariz para recuperar el olfato
La idea de que podemos entrenar el olfato es algo real, aunque a menudo poco conocido. Puede parecer extraño entrenar la nariz, pero tiene sentido, como lo tiene cuando entrenamos los músculos yendo al gimnasio o practicando un instrumento musical a diario.
En los casos en los que la pérdida de olfato se produce tras un proceso de infección viral, se puede tratar con entrenamiento adecuado que usan los servicios de otorrinolaringología, una herramienta que permite a las personas recuperar su capacidad olfatoria. Este proceso ayuda a reconectar las fibras nerviosas regeneradas que se dañaron durante una infección viral o cualquier otra causa inicial de la pérdida del olfato.
El entrenamiento olfativo se basa en reentrenar al cerebro para que pueda interpretar de manera correcta las señales neurológicas que recibe cuando se presentan olores y generar un impulso que viaja a través del nervio olfativo y la corteza olfatoria.
¿Cómo se realiza esta técnica? Consiste sobre todo en exponer a la persona a varios olores, de cuatro a seis, que sean conocidos, para estimular la memoria olfatoria y recuperar el olfato perdido, para que el cerebro pueda volver a aprender a oler. Es importante que este entrenamiento, para que sea eficaz, se inicie pronto, al menos a los 30 días de la pérdida porque, cuanto más se tarde, menos posibilidades hay de que se recupere.
La recomendación es que este entrenamiento se realice dos veces al día, con una exposición de unos 10 o 15 segundos a cada olor, que los expertos de la SEORL-CCC recomiendan que tengan al menos cuatro de las seis categorías de la teoría del prisma olfativa: una esencia afrutada, una aromática, una mentolada y una última floral. Por ejemplo, hablaríamos de cosas con un olor distintivo, fácilmente identificable y familiar, como naranjas, menta, ajo o café (o rosa, eucalipto, limón y clavo) durante varios meses. Y no hace falta respirar profundamente, basta con oler.
La constancia y la paciencia son la clave para que esto funcione, ya que tanto el cerebro como la nariz requieren tiempo para adaptarse a este entrenamiento.
En este metaanálisis se demuestra el importante impacto, positivo, del entrenamiento olfativo en la mejora de la función olfativa. De eficacia comprobada, esta exhaustiva revisión destaca que se trata de una opción que merece una cuidadosa consideración e integración en la práctica clínica como una intervención eficaz y segura.
Pero es que, además de mejorar la función olfativa, otros estudios han demostrado que el entrenamiento olfativo también puede proporcionar beneficios cognitivos, como mejoras en las habilidades verbales, la memoria a corto plazo y la velocidad de procesamiento. Y es que parece que el uso repetitivo del sistema olfativo estimula la actividad de las redes cerebrales relacionadas que controlan la atención, la concentración, la memoria y el lenguaje.