Robledillo de Gata, el pueblo extremeño que es como visitar una cápsula del tiempo

Entre montañas y ríos del norte de Cáceres, Robledillo de Gata conserva intacto el aspecto y el ritmo de los pueblos de antes. Calles de piedra, casas de pizarra, saltos de agua y balcones de madera para desconectar y disfrutar con calma

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Hay pueblos que se han quedado como estaban. No por olvido ni por falta de ganas, sino porque así están bien. Robledillo de Gata es uno de ellos. Está en el norte de Cáceres, en una zona de montañas, ríos y caminos estrechos, la Sierra de Gata, y parece que el calendario se hubiese olvidado de pasar por aquí. Y mejor así.

No llega ni a los cien habitantes. Está metido en un valle, rodeado de bancales, casi escondido entre la vegetación. A primera vista no parece gran cosa. Pero basta con poner un pie en sus callejuelas empedradas para entender por qué tanta gente habla de este sitio como si fuera un pequeño tesoro. 


El conjunto de Robledillo de Gata.

Arquitectura sin trampas

Robledillo es como una cápsula del tiempo. Uno de esos sitios donde todo sigue en su sitio, donde las casas no están reconstruidas para parecer antiguas porque, simplemente, lo son. Aquí no hay cartón piedra, ni piedra restaurada. Hay madera, adobe y pizarra. Techos a dos aguas, aleros que casi se tocan de un lado a otro de la calle. Pasadizos, balcones largos y fachadas con pocas ventanas. Lo que se necesitaba en su momento.

La forma de construir tiene sentido. En la planta baja se guardaban las herramientas, el vino, los animales. Encima vivía la familia, con la cocina como centro de todo. Y arriba, el desván. Para curar embutidos, secar maíz o almacenar lo que hiciera falta. Son casas que se entienden solas.


Las calles de Robledillo de Gata.

Lo curioso es que siguen funcionando. No es un decorado. Aquí todavía hay vecinos que viven en esas casas, que riegan sus balcones, que entran y salen sin fijarse en si hay alguien haciendo fotos. El pueblo no está bonito para los turistas. Está bonito porque es así. 

Por eso, más que mirar, aquí lo que hay que hacer es pasear. Subir, bajar, perderse. Caminar sin prisa. Y cuanto más se callejea, más se descubre. Como una fachada cubierta de flores o una calle que se abre de pronto y te enseña la sierra entre los muros de piedra.

Un rincón de la Sierra de Gata

Robledillo forma parte de la Sierra de Gata, una de esas comarcas extremeñas que han pasado años enteros sin hacer ruido. Está en el extremo noroeste de Cáceres, pegada a Salamanca y a un paso de Portugal. Durante mucho tiempo quedó al margen de todo, casi aislada. Y esa es una de sus suertes. Aquí no hubo grandes construcciones, ni turismo masivo, ni prisas por crecer. Todo fue más lento y auténtico.

La Sierra está llena de bosques, senderos, miradores y pueblos con mucho encanto. Algunos conservan incluso lenguas propias, como el fala. Otros, como San Martín de Trevejo, Gata o Trevejo, también tienen singularidad a raudales. Pero Robledillo tiene algo distinto. Es el más escondido, el más recogido, el que mejor conserva su aire antiguo. Es, probablemente, el más especial.


Un pueblo en medio de la sierra.

Agua, aceite y paseos

El agua aquí está por todas partes. El río Árrago atraviesa el pueblo y en la calle Rúa forma una pequeña cascada, protagonista de todas las fotografías. Luego están los regatos, como el Manadero, que baja entre musgo y rocas, o el del Barrero, al lado de una fuente y de un antiguo hospital franciscano que aún conserva dibujos en la fachada, que data del siglo XV, que tuvo hasta 16 camas y una capilla.

En lo alto del pueblo hay también una piscina natural. Es pequeña, pero suficiente para darse un baño cuando aprieta el calor. Y si uno se anima a explorar los alrededores, hay más cascadas, como la del Chorrituelo de Ovejuela, a unos ocho kilómetros. El salto de agua es bien bonito, pero el paseo hasta allí ya merece la pena.

Las rutas de senderismo abundan. Algunas cortas, como la que lleva a Santo Tomé desde la piscina de Robledillo, y otras más largas que se internan por la sierra. En todas el paisaje se rodea de encinas, olivares, paredes de piedra e incluso buitres sobre nuestras cabezas. Si buscas tranquilidad, aquí hay zonas donde parece que no pasa nadie en días.

Otro lugar que merece la pena es el Museo del Aceite. Está en una antigua almazara medieval que funcionó hasta los años 70. Ahora es un museo donde se puede ver cómo se hacía el aceite con maquinaria original. Nada de decorado: esto era una fábrica real. Incluso hacen catas, y sin duda el famoso AOVE de la Sierra de Gata es de los que vale la pena probar. También se puede comprar, junto con vinos, embutidos o quesos locales en alguna tienda del pueblo. 


El ayuntamiento de Robledillo de Gata.

El Robledillo más ‘monumental’

Quien llegue a Robledillo esperando una larga lista de monumentos se equivoca de planteamiento. Pero aun así, hay algunos lugares que merece la pena señalar.

La iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, del siglo XVI, se mantiene sencilla pero sólida. Lo más llamativo está en el interior: un artesonado mudéjar en la sacristía y un Cristo articulado tallado en madera que aún hoy sorprende por su detalle. También hay varias ermitas, como la del Cordero o la del Humilladero, y la de San Miguel, encalada y construida en pizarra.

Y luego están los rincones anónimos que igualmente te llamarán la atención: un callejón que se convierte en mirador, una escalera que baja al río, un balcón lleno de flores que se merece una foto… Robledillo no es un sitio de grandes cosas, sino más bien de pequeños detalles. 


Un pueblo donde corre el agua.

Dormir con calma, comer sin prisas

Después de andar, lo lógico es sentarse a la mesa. Aquí la comida es la de siempre, con migas, cocido, cabrito y cordero. Platos potentes que saben a campo. Y de postre: bizcochos mañegos, cañas y floretas. Nada sofisticado, pero todo bien hecho.

Si la idea es pasar más de un día, lo mejor es alojarse en alguna casa rural, ya sea en el mismo pueblo o en alguno cercano. Hay varias opciones por la zona y dormir aquí permite seguir la ruta con otro ritmo. 

Llegar no es complicado, pero hace falta coche. No hay transporte público que llegue directamente, aunque se puede combinar tren o bus hasta Plasencia o Cáceres y luego tomar un taxi. Aun así, lo ideal es venir por carretera, por tu cuenta, y disfrutar del trayecto porque la Sierra de Gata tiene muchos más pueblos para parar por el camino.