Una exposición del Archivo General de Navarra muestra, a través de autos judiciales, cuáles eran las palabras que se utilizaban para ofender e injuriar en la Edad Moderna
En la localidad navarra de Arre, en 1585, en el transcurso de una discusión por la muerte de una gallina, Mari Martín de Igunzun y su hija Margarita de Berrio llamaron a su vecina María de Zandio “bruja llena de sapos”, “puta” o “cantonera”, entre otros insultos. Así lo acreditaron varios testigos en el juicio en el que María de Zandio denunció a sus dos vecinas por injurias. Este episodio está recogido en uno de los más de 6.000 procesos judiciales relativos a injurias entre los siglos XVI y XVII que alberga el Archivo General de Navarra. De ellos, se ha hecho una selección de 57 para la exposición ‘Insultos de otro tiempo’, que permite conocer cómo hablaban y actuaban los hombres y mujeres de hace cinco siglos y observar “que no se alejan demasiado de la realidad actual”, destaca la consejera de Cultura del Gobierno navarro, Rebeca Esnaola.
“El insulto siempre ha perseguido lo mismo, hace cinco siglos y hoy en día, humillar a tu contrario”, explica el catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Navarra y uno de los comisarios de la exposición, Jesús María Usunáriz, en conversación con este periódico. “Cada época tiene sus insultos, algunos los seguimos usando hoy en día, otros ya no”, añade. Así, pocos sabrán hoy lo que significa encorozado (quien portaba la coroza, un gorro picudo que se ponía a los condenados por la Inquisición) o bachillerejo. En cambio, borracho, ruin o puta siguen formando parte del catálogo de insultos actual.
Hace cinco siglos el objeto del insulto era el mismo que el de hoy día. Se utilizaba para burlarse y buscar el desprecio social del otro. En los siglos XVI y XVII los más ofensivos eran, sobre todo, aquellos que hacían referencia a la clase social (vagabundo, pechero -de clase baja, que tenía que pagar tributos-), al aspecto físico (enano, patituerto), la falta de aseo (sucio, puerco, merdoso, lechón) o la profesión (mulatero, arriero). En el caso de los dirigidos a las mujeres se destacaba además su comportamiento sexual: puta, bellaca o adúltera.
“Conocer los insultos nos permite reconstruir el ambiente y la actitud de los injuriados y los injuriadores y cómo se defienden entre sí en el juicio”, explica Usunáriz. Así, comprobamos la importancia del contexto religioso en la época. Los cristianos nuevos, los descendientes de judíos, por ejemplo, además de ser apartados de oficios y beneficios, sufrieron reiteradas injurias (perro judío, penitenciado). También la reforma protestante, y su llegada a la frontera pirenaica, contribuyó al uso de injurias como luterano o hereje, una manera de atacar a los procedentes de Francia y del Bearn y su vinculación al calvinismo. Por esta razón también abundaban los insultos que señalaban la procedencia de los injuriados, con insultos como francés, gabacho o gastón. No menos relevantes fueron los desprecios raciales, en especial el caso de los agotes (mala casta, chistrón, agote), un grupo minoritario, marginado y muy despreciado por la sociedad de la época y que habitó zonas del norte de Navarra, así como de Aragón.
Destaca a su vez la originalidad que tenían algunas personas para establecer secuencias encadenadas de insultos para “potenciar su efecto denigrador” con “estrategias similares a las actuales”. Es el caso de Estefanía de Ezpeleta, quien en Pamplona en 1578 le dijo a María Martín de Oscoz, “a altas voces”, que era “una puta serenada, cantonera”. Fue una testigo la que afirmó que Estefanita trató a María “de bellaca desvergonzada, puta cantonera” y que “como tal se solía aderezar y poner las esquinas del paño de la cabeza a manera de cuernos”. María le replicó “que ella no andaba dejado su marido y que ella (Estefanía), por ser mala mujer, andaba dejado su marido por ser bellaca, aderezándose los cabellos y afeitándose el rostro”.
Uno de los documentos de los siglos XVI y XVII recogidos en la exposición «Insultos de otro tiempo».
En Navarra no faltaban tampoco los insultos en euskera (axari -zorra-, adaburu -cornudo-, ordi zarra -borracha vieja-), que también eran recogidos por los escribanos en el juicio, personas que “solían ser bilingües”, apunta el catedrático de Historia Moderna y comisario de la exposición. “[…] deciéndole en vascuence estas palabras… la trató de bellaca, puta, bagasa y otras palabras en vascuence que significan e importan esto mesmo”. Las injurias también se proferían en secuencias que mezclaban muchas veces castellano y euskera (bellaco, andurra, markatua -bellaco, malo marcado-, puta ordia apez alaba -puta borracha, manceba de clérigo-). “Es muy interesante para conocer el uso y convivencia de las lenguas”, añade Usunáriz.
En los siglos XVI y XVII la persona injuriada presentaba una queja y era el alcalde quien iniciaba las diligencias solicitando la información de testigos. “Ellos eran la única prueba que había de las injurias. Son los que declaraban y reproducían conversaciones enteras plagadas de insultos, lo que nos permite reconstruir el ambiente social y los valores de la época”, apunta el catedrático de Historia Moderna, Jesús María Usunáriz. “Es contar la historia a través de las vivencias de las gentes”, añade el director del Archivo Real y General de Navarra, Félix Segura.
En la mayoría de los casos, el pleito en primera instancia continuaba ante el tribunal de la Real Corte. Si bien en la mayoría de los casos los procesos judiciales terminaban sin pena para el acusado por la falta de pruebas, la sentencia, en caso de ser condenatoria, solía establecer una pena pecuniaria y se obligaba a la persona injuriadora a pedir perdón públicamente. La pena era mayor en el caso de las blasfemias, protagonizadas por lo general por varones jóvenes, campesinos y artesanos, y que podían ser castigadas por cualquier tribunal, sobre todo, por la Inquisición, con penas que podían ser de penitencia pública, destierro, multa o azotes.
Imagen de la exposición ‘Insultos de otro tiempo’
La injuria, además de por vía oral, podía expresarse por escrito, a través de libelos, pasquines y coplas, así como a través de gestos. Era ya habitual hace cinco siglos realizar el gesto de los cuernos para burlarse de quien había sido engañado por su marido o mujer o la higa, similar a la actual peineta. También había gestos que hoy en día no consideramos humillantes como por ejemplo en el caso de los hombres tirarles de la barba o en el de las mujeres quitarles el tocado o pañuelo. No faltaban tampoco otros gestos obscenos, como mostrar el trasero o tocarse los genitales, para afrentar o burlarse de otros.
La exposición finaliza con una estadística que muestra que el insulto más utilizado en la sociedad actual es gilipollas. Hace cinco siglos lo eran borracho, ruin o infame, y no solo en España, sino también en países de América latina o incluso del resto de Europa, traducidos a en sus respectivos idiomas, asegura Usunáriz. “Los seres humanos somos y seremos siempre mezquinos y, por tanto, siempre utilizaremos el insulto”, concluye.